jueves, 25 de julio de 2019

GATILLAZO


Después de negociar mal la presencia española en la nueva Comisión Europea, Pedro Sánchez ha negociado fatal la investidura de gobierno. Mal con Unidas Podemos, en una escalada de piques mutuos asombrosa; mal con el PNV, con ERC y con otras fuerzas menores, predispuestas en principio a respaldarlo, y que siguen esperando su llamada a negociar, o siquiera a comentar, alguna cosa. Algunos observadores han avanzado la hipótesis razonable de que Sánchez no quería en realidad alianzas ni acuerdos, de que su ilusión era gobernar en solitario, desembarazado de cualquier obligación hacia eventuales socios.

Ángela María, gobernar en solitario en este contexto. Utilizar geometrías variables para contentar un día a los sindicatos y el siguiente a las patronales; para no desairar un día y el otro tampoco a la banca y las eléctricas; para hacer la cobra un día a los Ciudadanos y al otro a los Podemos. Parece el programa ideal para el cuarto de jugar, el día en que los reyes magos le trajeron sus primeros Airgam Boys.

¿Tiene alguna idea Sánchez respecto de lo que quiere hacer desde el gobierno? ¿Tiene un programa político, más allá de la retórica? ¿Sabe ─o intuye, cuando menos─ que para sacar adelante un programa con cara y ojos necesita medios materiales y consenso en cantidades suficientes?

Me refiero a un programa “político”. Hay mucha confusión en relación con ese concepto. El propio Sánchez ha anunciado una moción para cambiar el reglamento de la investidura dificultando las maniobras de bloqueo. Me da la sensación de que, en la idea de Sánchez, el trayecto difícil de verdad es el que va de las elecciones a la investidura. Luego, una vez investido, todo serían tortas y pan pintado. Ejercer el gobierno vendría a parecerse a navegar por una balsa de aceite al ritmo de una barcarola de Offenbach.

En el fondo, hay en esa idea por lo menos un equívoco, si no una leyenda urbana. En Grecia se hace así; el reglamento da cincuenta diputados de clavo a la opción más votada, para que pueda ejercer el gobierno desde una mayoría holgada. Tsipras dispuso de esa mayoría fake; habrá que convenir en que no le sirvió de mucho. Ahora la tiene Mitsotakis, y su medida estrella, la bajada de impuestos, ha ido a tropezar de inmediato con el niet de las troicas.

No es tan fácil. Para hacer política de verdad, desconfíe de las imitaciones y de los postureos. Desconfíe en particular de los reglamentos. No solucionan nada sustancial, siempre es necesario currárselo un poco más.

Sánchez ha encontrado la horma de su zapato en Pablo Iglesias. Iglesias sí está dispuesto a arremangarse y bregar, contra la casta, contra todos, por ese ideal que tiene tan internalizado. Habría considerado preferible para ello contar con más votos, pero los votos no son a fin de cuentas más que apoyos coyunturales. Iglesias está imbuido de la misión de salvar a España de sí misma, y superconvencido de que él es el único capaz de hacerlo. El hombre idóneo para la misión imposible.

Fue esa seguramente la razón por la que atropelló al cachazudo Sánchez en las negociaciones previas a la desinvestidura. Una vicepresidencia, Hacienda, Trabajo, Transición Energética, competencias exclusivas, manos libres, usted se sienta ahí y yo se lo hago todo.

Hasta que pisó tantos callos que los alaridos le devolvieron a la realidad.

Dos hombres y un destino. Fallido. Será necesario volver a intentarlo. Una vez más. ¿Volverá la presidenta del festejo a echarles al corral el toro, a nuestros dos primeros espadas de la izquierda realmente existente?

Miren de arreglarlo todo mejor para septiembre. Sería preferible que el asunto no quedara disfrazado de noviembre, con la convocatoria de unos nuevos comicios basada en la confianza tal vez excesiva en ese electorado que tanto les quiere y al que tanto quieren.