miércoles, 10 de julio de 2019

BRICOLAJE MARCIAL


Imágenes del Périgord



En primer plano el castillo de Castelnaud, y al fondo el de Beynac, que se alza a orillas del Dordogne. El río que aparece en la imagen es el Céou, que afluye por la izquierda al Dordogne solo un par de kilómetros más allá. Durante la Guerra de los Cien Años, que se dice pronto, Castelnaud fue una avanzadilla de la fuerza inglesa-aquitana, mientras que Beynac era plaza fuerte de los franceses. Como puede imaginarse, ambos cuarteles generales andaban enredados en una campaña electoralista permanente.


Todas las fuerzas electorales patrias, así de derecha como de izquierda ─aunque ambos términos vienen utilizándose en tiempos recientes de forma más relativa de lo habitual─, andan convencidas de que solo unas nuevas elecciones pueden desatascar las importantes investiduras pendientes.

La culpa de una situación tan apurada no la tienen los partidos sino los electores, que no hemos acertado aún con la tecla. Los partidos están muy en lo suyo: ese programa al que todos son fieles y que todos enarbolan para atizarse recíprocamente, y el reparto de los sillones que son en último término los oscuros objetos de su deseo.

Genial.

Una nueva campaña electoral a degüello entre los amigos y los enemigos de España será el mejor argumento para convencernos a todos de que votar no sirve para nada, es una pasión inútil como habría dicho Sartre; y de que la vía más razonable para salir del impasse político actual sería buscar un método más racional de repartir las poltronas: una rifa, tal vez.

Una situación parecida se presentó entre Francia e Inglaterra en el siglo XIII. Había por medio derechos dinásticos, cierto, pero sobre todo ganas de brega. Los nobles en general y los duques de Borgoña muy en particular se ofrecían a unos y otros de forma alternativa e indiscriminada, y sobre todo se ocupaban de lo suyo; si jugaban bien sus cartas, en cada nueva campaña podían extender sus tierras patrimoniales en unos cuantos miles de hectáreas; si las cartas venían mal dadas, paciencia y barajar.

Una chiquilla de la Lorena llamada Juana de Arco pareció en cierto momento dispuesta a acabar con tanta estrategia ful, y se lanzó de cabeza y sin reservas mentales al campo de batalla. Pero acabó su aventura quemadísima. En Ruán, por más señas.

Castelnaud queda como uno de los iconos más reconocidos de aquella situación engorrosa. Hoy alberga un museo de la guerra medieval, muy bien montado. Hay espadas, mazas, ballestas, arneses, armaduras completas, y sobre todo una colección de máquinas de sitio muy bien conservadas o reconstruidas. Ya saben, catapultas, arietes, esas cosas. Varias veces al día, en la explanada tiene lugar una exhibición de su funcionamiento, aunque no se lanzan piedras sino pelotones de goma.

En la panoplia de catapultas disponibles destaca la bricole, un ingenio provisto de resorte y de un brazo extensor suplementario que alarga el alcance del tiro. Vengo a enterarme así de que el bricolaje fue, en su origen, un método para abrir brechas en los muros en aquellas contiendas de Maricastaña.

Hoy en cambio, con el avance imparable de la civilización, por bricolaje se entiende el menudeo de pactos imposibles debido a líneas rojas cuidadosamente trazadas, que invalidan en pocas sesiones cualquier resultado obtenido en la votación precedente, y destrozan a la larga las expectativas de la sufrida ciudadanía, que contempla atónita semejante despliegue marcial.

Es imposible adivinar con alguna garantía adónde nos llevará tanto progreso.