Imágenes del Périgord
En primer plano el castillo de
Castelnaud, y al fondo el de Beynac, que se alza a orillas del Dordogne. El río
que aparece en la imagen es el Céou, que afluye por la izquierda al Dordogne
solo un par de kilómetros más allá. Durante la Guerra de los Cien Años, que se
dice pronto, Castelnaud fue una avanzadilla de la fuerza inglesa-aquitana,
mientras que Beynac era plaza fuerte de los franceses. Como puede imaginarse,
ambos cuarteles generales andaban enredados en una campaña electoralista
permanente.
Todas las fuerzas
electorales patrias, así de derecha como de izquierda ─aunque ambos términos
vienen utilizándose en tiempos recientes de forma más relativa de lo habitual─,
andan convencidas de que solo unas nuevas elecciones pueden desatascar las importantes
investiduras pendientes.
La culpa de una
situación tan apurada no la tienen los partidos sino los electores, que no hemos
acertado aún con la tecla. Los partidos están muy en lo suyo: ese programa al
que todos son fieles y que todos enarbolan para atizarse recíprocamente, y el
reparto de los sillones que son en último término los oscuros objetos de su
deseo.
Genial.
Una nueva campaña
electoral a degüello entre los amigos y los enemigos de España será el mejor
argumento para convencernos a todos de que votar no sirve para nada, es una
pasión inútil como habría dicho Sartre; y de que la vía más razonable para
salir del impasse político actual sería buscar un método más racional de
repartir las poltronas: una rifa, tal vez.
Una situación
parecida se presentó entre Francia e Inglaterra en el siglo XIII. Había por
medio derechos dinásticos, cierto, pero sobre todo ganas de brega. Los nobles en
general y los duques de Borgoña muy en particular se ofrecían a unos y otros de
forma alternativa e indiscriminada, y sobre todo se ocupaban de lo suyo; si
jugaban bien sus cartas, en cada nueva campaña podían extender sus tierras
patrimoniales en unos cuantos miles de hectáreas; si las cartas venían mal
dadas, paciencia y barajar.
Una chiquilla de la
Lorena llamada Juana de Arco pareció en cierto momento dispuesta a acabar con
tanta estrategia ful, y se lanzó de cabeza y sin reservas mentales al campo de
batalla. Pero acabó su aventura quemadísima. En Ruán, por más señas.
Castelnaud queda
como uno de los iconos más reconocidos de aquella situación engorrosa. Hoy
alberga un museo de la guerra medieval, muy bien montado. Hay espadas, mazas, ballestas,
arneses, armaduras completas, y sobre todo una colección de máquinas de sitio
muy bien conservadas o reconstruidas. Ya saben, catapultas, arietes, esas
cosas. Varias veces al día, en la explanada tiene lugar una exhibición de su
funcionamiento, aunque no se lanzan piedras sino pelotones de goma.
En la panoplia de
catapultas disponibles destaca la bricole,
un ingenio provisto de resorte y de un brazo extensor suplementario que
alarga el alcance del tiro. Vengo a enterarme así de que el bricolaje fue, en
su origen, un método para abrir brechas en los muros en aquellas contiendas de
Maricastaña.
Hoy en cambio, con
el avance imparable de la civilización, por bricolaje se entiende el menudeo de
pactos imposibles debido a líneas rojas cuidadosamente trazadas, que invalidan
en pocas sesiones cualquier resultado obtenido en la votación precedente, y
destrozan a la larga las expectativas de la sufrida ciudadanía, que contempla
atónita semejante despliegue marcial.
Es imposible adivinar
con alguna garantía adónde nos llevará tanto progreso.