Pablo y Pedro negociando la
investidura. Representación ideal. (Copyright, Walt Disney Inc.)
La “nueva política”
se parece cada vez más a algo que teníamos ya muy visto: una historia “Disney” de
aventuras en bucle, en technicolor y dibujos animados.
Lo menos
interesante, entonces, de esa “nueva política” es precisamente la política. De
esa parte ya van a encargarse los tecnócratas, los funcionarios, la “casta” incluida
en el escalafón, que para eso les pagan: ellos redactarán los reglamentos,
confeccionarán los estadillos, prepararán los proyectos de ley con las
correspondientes disposiciones transitorias, todo ese rollo putoplomo.
A lo que pretende
dedicarse, en cambio, el «cabeza de lista elegido por los ciudadanos»
(expresión que implica que los ciudadanos no han votado una lista, sino a un
cabeza de lista) es a una sobreexposición continua en los medios desde el cargo
de vicepresidente o en su defecto de ministro-estrella. La “nueva política” responde
a los dictados del show-business, y en consecuencia la función debe continuar en
cualquier circunstancia y por encima de toda otra consideración.
Las elecciones las
ganaron otros, pero ese dato no tiene mayor trascendencia. ¿Quién se acuerda ya
de las elecciones?
Habrá un gobierno
de coalición en cualquier caso, incluido el caso de que no haya coalición. No hará
falta pactar nada, y menos aún coincidir en las políticas; este va a ser un
gobierno de coalición en el que cada cual se expresará libremente y sin
tapujos, utilizando para ello el tiempo puesto a su disposición en función de
los resultados obtenidos.
Resulta por lo
menos dudoso que el esquema funcione. Me refiero a que funcione en relación con
las aspiraciones de los ciudadanos, que sea capaz de movilizar voluntades, ofrecer
mejoras, desplazar estructuras, realizar cambios. La percepción que se
desprende de las negociaciones en curso, rotas ya en un par de ocasiones y
recompuestas sobre la marcha, es la de un volcán en erupción repleto de
elementos sensacionales, contradictorios y disparatados, que podría prolongarse
durante años en la forma de una tensión nunca resuelta, de un forcejeo retórico
de alto voltaje entre varios líderes carismáticos tanto del gobierno como de la
oposición, alineados cada cual junto a su micrófono en la mayor proximidad posible a la línea de
las candilejas, iluminados todos alternativamente por focos móviles de muchos
vatios, y cuyas evoluciones sin red seguirá hipnotizada la audiencia, con la respiración
contenida.
No habrá mejoras ni
beneficios tangibles para los espectadores, pero sí un escalofrío prolongado
ante los volatines arriesgados repetidos una y otra vez por los artistas
cabezas de cartel, digo de lista.
─ Oiga, usted no me
está describiendo un debate político, sino un circo.
─ En efecto,
caballero.
─ Dígame, ¿qué
tiene que ver ese circo con la política?
─ El principio es
el mismo, caballero. Usted abona el precio de la entrada y ocupa su asiento
para disfrutar del espectáculo.
─ Si el espectáculo
no me gusta, ¿me devuelven el dinero?
─ En principio no,
pero siempre le queda a usted la posibilidad de recurrir ante los tribunales.
─ ¿Qué disponen las
leyes en un caso así?
─ Las leyes no
disponen nada, hay un vacío legal. Pero todos los partidos se han esforzado
para incluir ese punto en sus programas.
─ ¿Habrá
indemnización, entonces?
─ No, los partidos
se esfuerzan por excluir cualquier tipo de indemnización si el espectáculo no
resulta del gusto del respetable.
─ Oiga, esto es un
puto abuso.
─ Es lo que hay,
caballero.