martes, 16 de julio de 2019

POLÍTICA EN DIBUJOS ANIMADOS



Pablo y Pedro negociando la investidura. Representación ideal. (Copyright, Walt Disney Inc.)

La “nueva política” se parece cada vez más a algo que teníamos ya muy visto: una historia “Disney” de aventuras en bucle, en technicolor y dibujos animados.

Lo menos interesante, entonces, de esa “nueva política” es precisamente la política. De esa parte ya van a encargarse los tecnócratas, los funcionarios, la “casta” incluida en el escalafón, que para eso les pagan: ellos redactarán los reglamentos, confeccionarán los estadillos, prepararán los proyectos de ley con las correspondientes disposiciones transitorias, todo ese rollo putoplomo.

A lo que pretende dedicarse, en cambio, el «cabeza de lista elegido por los ciudadanos» (expresión que implica que los ciudadanos no han votado una lista, sino a un cabeza de lista) es a una sobreexposición continua en los medios desde el cargo de vicepresidente o en su defecto de ministro-estrella. La “nueva política” responde a los dictados del show-business, y en consecuencia la función debe continuar en cualquier circunstancia y por encima de toda otra consideración.

Las elecciones las ganaron otros, pero ese dato no tiene mayor trascendencia. ¿Quién se acuerda ya de las elecciones?

Habrá un gobierno de coalición en cualquier caso, incluido el caso de que no haya coalición. No hará falta pactar nada, y menos aún coincidir en las políticas; este va a ser un gobierno de coalición en el que cada cual se expresará libremente y sin tapujos, utilizando para ello el tiempo puesto a su disposición en función de los resultados obtenidos.

Resulta por lo menos dudoso que el esquema funcione. Me refiero a que funcione en relación con las aspiraciones de los ciudadanos, que sea capaz de movilizar voluntades, ofrecer mejoras, desplazar estructuras, realizar cambios. La percepción que se desprende de las negociaciones en curso, rotas ya en un par de ocasiones y recompuestas sobre la marcha, es la de un volcán en erupción repleto de elementos sensacionales, contradictorios y disparatados, que podría prolongarse durante años en la forma de una tensión nunca resuelta, de un forcejeo retórico de alto voltaje entre varios líderes carismáticos tanto del gobierno como de la oposición, alineados cada cual junto a su micrófono  en la mayor proximidad posible a la línea de las candilejas, iluminados todos alternativamente por focos móviles de muchos vatios, y cuyas evoluciones sin red seguirá hipnotizada la audiencia, con la respiración contenida.

No habrá mejoras ni beneficios tangibles para los espectadores, pero sí un escalofrío prolongado ante los volatines arriesgados repetidos una y otra vez por los artistas cabezas de cartel, digo de lista.

─ Oiga, usted no me está describiendo un debate político, sino un circo.

─ En efecto, caballero.

─ Dígame, ¿qué tiene que ver ese circo con la política?

─ El principio es el mismo, caballero. Usted abona el precio de la entrada y ocupa su asiento para disfrutar del espectáculo.

─ Si el espectáculo no me gusta, ¿me devuelven el dinero?

─ En principio no, pero siempre le queda a usted la posibilidad de recurrir ante los tribunales.

─ ¿Qué disponen las leyes en un caso así?

─ Las leyes no disponen nada, hay un vacío legal. Pero todos los partidos se han esforzado para incluir ese punto en sus programas.

─ ¿Habrá indemnización, entonces?

─ No, los partidos se esfuerzan por excluir cualquier tipo de indemnización si el espectáculo no resulta del gusto del respetable.

─ Oiga, esto es un puto abuso.

─ Es lo que hay, caballero.