miércoles, 24 de julio de 2019

CRUZADAS Y DISCRIMINACIONES


Señala Guillermo Altares en elpais la fascinación de la ultraderecha por las edades oscuras. No es una constatación novedosa, siempre ha sido característica de la derecha retrotraer a los tiempos míticos sus derechos patrimoniales, marcar por el procedimiento de la micción metafórica el territorio ancestral, y poner avisos amenazantes en las lindes: «Los forasteros no son bienvenidos en este valle.»

La expulsión de los intrusos de nuestro terreno exclusivo siempre ha sido trendy, en la derecha. Como los sentimientos viscerales gustan de revestirse de cultura para aparecer mejor compuestos a los ojos de la masa extranjera, ateísta y laicista, que tan pendiente está de torpedear nuestros valores más prístinos, la creación de barreras discriminantes es justificada como defensa de la civilización cristiana, así en bloque y sin matizar lo suficiente (no existe una sino varias civilizaciones de raíz cristiana, hecho fácilmente reconocible porque se han venido enfrentando históricamente unas con otras con gran alarde de degüellos, torturas, noches de San Bartolomé, hogueras y excomuniones); y en consecuencia el inmigrante es tratado de a) invasor, y b) infiel, una doble descalificación imposible de neutralizar.

Covadonga y Poitiers vuelven a ser hitos de una historia sonámbula en la que los buenos triunfaron sobre los malos. En esa serie histórica tienen cabida otras efemérides exaltantes, en las que la morisma cede a veces su lugar a otros enemigos seculares del pensamiento único de la derecha.

Pero la sustancia siempre es la misma. Y la imagen se ajusta a esa sustancia: Don Pelayo enarbola los pedruscos de la cueva, Carlos Martel una doble hacha, Guzmán el Bueno su propia daga para sacrificar a su propio hijo, el Cid su temible Tizona al paso impetuoso de Babieca, Méndez Núñez las bombas que va a arrojar sobre El Callao, el general Martínez Campos su espada; todos ellos, sus banderas en lugares bien visibles.

Tanto alarde bélico se exhibe paradójicamente como un deseo de paz, de fraternidad y de convivencia, limitado, claro está, a quienes se colocan de este lado de la barricada; a quienes piensan conforme enseña la doctrina. Tal es la última línea roja: es posible acoger en el seno de la comunidad establecida a quien viene de fuera pero “se integra”, comparte los sentimientos, las creencias y los valores colocados en lo más alto. Una sociedad excluyente es la que no acepta la inclusión pura y simple, sino exige además la integración. La que fiscaliza cuidadosamente las conductas externas e incluso los pensamientos íntimos de las personas sujetas a su autoridad omnímoda.

Eso es totalitarismo. Eso es unilateralidad. Eso es desconocimiento y desprecio a lo diferente. Es una tentación que se da en todas las sociedades. Las derechas dan razones puramente ideológicas; cierta izquierda, razones económicas. Pero las costuras de un mundo construido a una escala tan ruin han estallado ya. Urge cambiar los modos de pensar.