Leyendo el futuro a hurtadillas. Thuir, Roussillon, 17 de julio. (Foto, Carmen Martorell)
Las sensaciones no son precisamente buenas. Explicado en términos futbolísticos, que es como mejor se entiende, los casadorriveristas han cedido al equipo rival el centro del campo y se han atrincherado atrás, cerrando huecos y especulando con la posibilidad de un contraataque letal en base a los temas “indulto a los presos” y “se rompe España”.
Parece que Sánchez se
siente contento, incluso demasiado contento, al poder disponer de un centro que
nadie le discute. No está dispuesto a entrar en el uno contra uno, y mucho
menos en un correcalles que podría arruinar su solidez central y centrada. No
tiene intención de desequilibrar, ni de utilizar revulsivos de Unidas Podemos
salidos del banquillo, ni de dar a la derecha sociológica ninguna clase de argumentos
hostiles (de los que, por otra parte, la derecha sociológica anda sobrada de
todos modos).
Su discurso de
investidura ha sido un modelo de contención en las formas y de ambigüedad de
fondo. “Estamos aquí, y aquí vamos a quedarnos”, vino a anunciar. Pidió la
abstención a todo lo que se mueve, a sabiendas de que nadie se la va a dar a
cambio de nada, y algunos ni siquiera a cambio de todo. Fue un ejercicio extremo
de brindis al sol. Luego anunció como medida estrella la extensión de Madrid
Central a todas las ciudades de más de 50.000 habitantes, una idea excelente
pero no bien colocada en ese discurso. Se trataba en la ocasión de hacer
propuestas políticas, y Madrid Central, para desgracia de todos, es el penúltimo
ejemplo de judicialización de la política. Mala señal, si hemos de ir por ahí.
Mala señal, sobre todo, porque como digo se trata del “penúltimo” ejemplo: el
último ha sido la revocación de la condena a Ana Botella por la venta de
viviendas protegidas a fondos buitre.
No avanzamos, el
marcador está cero a cero y entramos pasado mañana en tiempo de prórroga.
Los
augures, después de examinar el vuelo de las aves y las entrañas de las
bestias, profetizan que en noviembre las expectativas mejorarán para el
sanchismo y el casadismo, y serán peores para el podemismo y el riverismo. No
he leído nada de lo que se espera que suceda en noviembre para Vox, cuyo
conducator, Santiago Abascal, acaba de postularse como dique de contención
contra el “frente popular”.
Si ponen ustedes en fila esos pronósticos verán
que, más o menos, en noviembre las cosas seguirán tan mal como están, e incluso
un poco peor. Si Sánchez no tiene ahora la mayoría absoluta con Iglesias, no la
tendrá en noviembre sin Iglesias. Si tanto le entusiasma su propio programa,
debería cuando menos tratar de seducir a las audiencias haciendo explícitas y
pormenorizadas las bondades para la ciudadanía de ese programa suyo intransferible. Recurrir a una nueva subida del salario mínimo y una minirrenta
básica en plan mochila austríaca no es suficiente en tiempos de precariedad
galopante.
Hay que ir a terrenos
de más enjundia; hay que pisar el área contraria en busca de la definición. Gobernar
es siempre crearse enemigos poderosos e irreconciliables; esa clase de enemigos, solo es posible afrontarla desde la forja en campo propio de alianzas
incondicionales e indestructibles.
El cerocerismo no
es una solución de futuro. Gobernar desde el centro con concesiones a ambas
bandas (expresión que utilizo en sentido futbolístico, no riverístico) solo
conduce a la inmovilidad. No es gobernar en su sentido recto y gramatical, sino
subsistir.