martes, 16 de julio de 2019

LAS PIERNAS TEMBLONAS



Ulises escucha atado al mástil de su nave los cantos de las sirenas, en un mosaico antiguo.


Leo en elpais-cultura que en el Festival de Teatro de Aviñón se representan este año tres Odiseas, o para ser más exactos, tres montajes basados en los cantos de Homero. Otro montaje está dedicado a la Orestíada. En conjunto, el Festival propone una vuelta a los orígenes de nuestra cultura.

Algo parecido propone la sección Librotea, en el mismo diario digital, al elegir 20 títulos como base para que cada cual se construya una biblioteca. Pero no incluye la Odisea, fatal error, sino la Ilíada.

Ustedes dirán, qué más da, siempre es Homero. A mí no me da igual. La Ilíada me parece la crónica del entierro de un mundo que ha muerto; la Odisea, el alborear de un mundo que nace. En el primero de los dos libros, todas las acciones dependen del capricho de los dioses, que discuten cada jugada pormenorizadamente desde las alturas. En el segundo ocurre lo mismo, pero el destino final de Ulises se cumple a pesar del designio de los dioses, y no en función de él. Hay una conciencia de autonomía de lo humano enteramente nueva; por eso es Ulises, y no Aquiles o Héctor, el paradigma de nuestra condición moderna. Robert Graves fantaseó sobre el tema en un libro, La hija de Homero, en el que sostiene la hipótesis de que la autora de la epopeya fue en realidad una mujer. Se non è vero, è ben trovato.

No voy a entrar en otras cuestiones accesorias: por qué debe uno construirse una biblioteca (los libros que más se disfrutan son los que se leen de prestado); por qué 20 títulos y no 5, o 500; por qué esos títulos con preferencia a otros. Sé que son solo sugerencias, y no todas las acepto de buen grado. Entre los mitos fundacionales de nuestra época moderna nunca debería faltar, por poner un ejemplo clamoroso, Peter Pan y Wendy, de J.M. Barrie. La gente lo conoce por la película de Disney, pero esa no es más que una estereotipación del mito. Casi lo mismo se podría decir de El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Hablas de Montecristo y la gente ve a Depardieu.

En fin, he dicho que no iba a entrar en esas cuestiones. Para seguir llevándome la contraria a mí mismo, voy a traer a cuento una cita de Manolo Vázquez Montalbán. Está en su ensayo La literatura en la construcción de la ciudad democrática, en una sección titulada “A manera de epílogo para escritores jóvenes que empiezan a dejar de serlo”. Dice así: 

«La escritura es un acto solitario que alguien emprende frente a una página en blanco y que otro asume frente a esa página escrita. Son dos soledades que a veces se complementan. Todo lo demás es futuro imperfecto.»

Acabo mi disertación ociosa con un ejemplo práctico de literatura viva. Corresponde a la Odisea, canto XIII. Alcinoo, rey de los feacios, después de escuchar por extenso las aventuras de Ulises, ordena que se apareje una nave para devolver al héroe a su patria, y celebrar mientras tanto un gran festín de despedida. Y Ulises tiembla al pensar en el regreso inminente a los suyos. (La versión en verso es de Fernando Gutiérrez, en la edición de José Janés editor, Barcelona 1951.)

«Como anhela cenar el labriego que el día ha pasado
Roturando una tierra noval con el sólido arado
Y su yunta de bueyes oscuros y goza el ocaso
Y al marcharse a cenar se le ponen temblonas las piernas,
Con la misma alegría vio Ulises que el sol se ponía.»