Imágenes del Périgord
Bastide de Monpazier, Dordogne.
Por la rendija habilitada entre los dos edificios esquineros, denominada
“cornière”, se accede a la gran plaza porticada del mercado.
La cruzada contra
los cátaros tuvo en el sur de Francia como efecto concomitante un despoblamiento
parecido al de la brega de la reconquista en el reino de León en torno al
desierto estratégico del Duero. Una vez concluidas las hostilidades y
efectuadas las correspondientes masacres en masa (*), resultó que quedaba muy
poca gente para sacar el rendimiento económico adecuado de un territorio
considerablemente amplio. Los señores de Tolosa y de Aquitania tuvieron que
idear nuevas soluciones para un problema inédito de hondo calado: los siervos
de la gleba no bastaban, era necesario atraer gente nueva al territorio, y los
viejos procedimientos basados en la horca y el cuchillo resultaban escasamente
atractivos para las gentes “libres” ─lo cual solo significaba que estaban
exentas de la tutela de un señor determinado─ que vagabundeaban a lo largo de
las rutas establecidas de peregrinación.
De esa necesidad
nacieron las bastides, poblaciones
nuevas destinadas a atraer a gentes nuevas. La fundación de cada una de ellas
estuvo presidida por una carta de derechos que el señor se comprometía a
reconocer a los nuevos pobladores. El mismo sentido tuvieron los “fueros” o “cartas
pueblas” en los reinos de lo que ahora es España. Las bastides ofrecían vivienda y protección armada a cambio del trabajo
duro de roturar nuevos campos de cultivo y producir cantidades de grano,
hortalizas y animales de granja suficientes para generar excedentes
susceptibles de ser intercambiados con otras comunidades vecinas y no tan
vecinas.
Las bastides se organizan en torno a un gran
espacio central que es la plaza del mercado. El “mercado”, desprovisto entonces
de las sofisticaciones y trampas de ahora mismo, fue un elemento nivelador,
sustancial para la proyección y el progreso de comunidades de personas carentes de
privilegios y prebendas heredadas.
Las casas de las bastides se distribuyen de forma
homogénea en un plano ordenado, casi siempre rectangular, con calles rectas y
anchas por las que pueden circular con desahogo las carretas de bueyes en ambos
sentidos. Muy cerca del mercadal, pero casi nunca allí mismo para no aglomerar
las funciones, están la iglesia y la casa del consistorio. El conjunto urbano está
limitado por un recinto amurallado que asegura la defensa; algunas calles se
abren al campo a través de puertas fortificadas y vigiladas con la intención de
impedir el acceso de intrusos indeseables. Era una época de banditismo
extendido.
La teoría
constructiva de las bastides se
enriquece con detalles curiosos, como el de las cornières, unas aberturas esquineras en la plaza del mercado, que facilitan
el paso de las personas pero impiden el de las carretas, de modo que no se
forme un tapón monumental en el espacio central. En la imagen de arriba, Carmen
aparece delante de una cornière de la
bastide de Monpazier, otro de los
pueblos más bonitos de Francia. El procedimiento arquitectónico utilizado para
conseguir el objetivo propuesto resulta bastante tosco en cuanto al acabado del
diseño; pero cumple su función de un modo enteramente satisfactorio.
(*) Recuerden al
infame Simon de Montfort, de familia perigordina, cuyo castillo pairal se alza
aún en las cercanías de Sarlat. Una vez conquistada Béziers a los cátaros, sus soldados
le preguntaron cómo reconocerían a los herejes que debían matar según orden de
la superioridad, puesto que todos los cautivos, hombres, mujeres, niños y
ancianos, parecían iguales. Y respondió Montfort: «Matadlos a todos, Dios
reconocerá a los suyos.»