sábado, 20 de julio de 2019

TEORÍA DE LA "BASTIDE"


Imágenes del Périgord



Bastide de Monpazier, Dordogne. Por la rendija habilitada entre los dos edificios esquineros, denominada “cornière”, se accede a la gran plaza porticada del mercado.


La cruzada contra los cátaros tuvo en el sur de Francia como efecto concomitante un despoblamiento parecido al de la brega de la reconquista en el reino de León en torno al desierto estratégico del Duero. Una vez concluidas las hostilidades y efectuadas las correspondientes masacres en masa (*), resultó que quedaba muy poca gente para sacar el rendimiento económico adecuado de un territorio considerablemente amplio. Los señores de Tolosa y de Aquitania tuvieron que idear nuevas soluciones para un problema inédito de hondo calado: los siervos de la gleba no bastaban, era necesario atraer gente nueva al territorio, y los viejos procedimientos basados en la horca y el cuchillo resultaban escasamente atractivos para las gentes “libres” ─lo cual solo significaba que estaban exentas de la tutela de un señor determinado─ que vagabundeaban a lo largo de las rutas establecidas de peregrinación.

De esa necesidad nacieron las bastides, poblaciones nuevas destinadas a atraer a gentes nuevas. La fundación de cada una de ellas estuvo presidida por una carta de derechos que el señor se comprometía a reconocer a los nuevos pobladores. El mismo sentido tuvieron los “fueros” o “cartas pueblas” en los reinos de lo que ahora es España. Las bastides ofrecían vivienda y protección armada a cambio del trabajo duro de roturar nuevos campos de cultivo y producir cantidades de grano, hortalizas y animales de granja suficientes para generar excedentes susceptibles de ser intercambiados con otras comunidades vecinas y no tan vecinas.

Las bastides se organizan en torno a un gran espacio central que es la plaza del mercado. El “mercado”, desprovisto entonces de las sofisticaciones y trampas de ahora mismo, fue un elemento nivelador, sustancial para la proyección y el progreso de comunidades de personas carentes de privilegios y prebendas heredadas.

Las casas de las bastides se distribuyen de forma homogénea en un plano ordenado, casi siempre rectangular, con calles rectas y anchas por las que pueden circular con desahogo las carretas de bueyes en ambos sentidos. Muy cerca del mercadal, pero casi nunca allí mismo para no aglomerar las funciones, están la iglesia y la casa del consistorio. El conjunto urbano está limitado por un recinto amurallado que asegura la defensa; algunas calles se abren al campo a través de puertas fortificadas y vigiladas con la intención de impedir el acceso de intrusos indeseables. Era una época de banditismo extendido.

La teoría constructiva de las bastides se enriquece con detalles curiosos, como el de las cornières, unas aberturas esquineras en la plaza del mercado, que facilitan el paso de las personas pero impiden el de las carretas, de modo que no se forme un tapón monumental en el espacio central. En la imagen de arriba, Carmen aparece delante de una cornière de la bastide de Monpazier, otro de los pueblos más bonitos de Francia. El procedimiento arquitectónico utilizado para conseguir el objetivo propuesto resulta bastante tosco en cuanto al acabado del diseño; pero cumple su función de un modo enteramente satisfactorio.

(*) Recuerden al infame Simon de Montfort, de familia perigordina, cuyo castillo pairal se alza aún en las cercanías de Sarlat. Una vez conquistada Béziers a los cátaros, sus soldados le preguntaron cómo reconocerían a los herejes que debían matar según orden de la superioridad, puesto que todos los cautivos, hombres, mujeres, niños y ancianos, parecían iguales. Y respondió Montfort: «Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos.»