Ha dicho Teresa
Rodríguez, máxima representante de Podemos en Andalucía, que la consulta a las
bases propuesta por Pablo Iglesias sobre los pactos de gobierno es un insulto a
la inteligencia.
Puede llamársele de
otras maneras, bastaría con decir que es inútil. Está descontado lo que
responderán las bases de manera más o menos unánime, pero también está
descontado que la consulta no tiene ningún objeto, no sirve para nada a los
efectos del “turrón”, como lo llamaría mi amigo Antonio Quijada, filósofo sindical
o sindicalista filosófico.
Lo cierto es que
Pablo y Pedro desconfían el uno del otro.
Hay razones para
ello. Pablo no se está comportando como se esperaría de un aspirante a socio
leal, sino más bien como la persona que exige estar lo bastante próxima al poder
como para poder meterle el dedo en el ojo al presidente cuando le apetezca.
A la inversa, Pedro
está emitiendo señales inquietantes en relación con la política a seguir en
esta situación. Ha negociado mal la aportación de España a la cúpula de la Unión
Europea; podría haber alcanzado una representación no solo mayor sino mejor,
centrada en un proyecto europeo desde España, para
consolidar un modelo común cooperativo, solidario y federal. No lo ha hecho, España se
sitúa aún en la cola de la construcción europea y Josep Borrell sigue siendo,
como siempre lo ha sido, un verso libre que no solo se representa únicamente a
sí mismo y a su ego inflado, sino que tampoco tiene ganas de representar a
nadie más.
Sánchez está
negociando mal también los programas y las alianzas de gobierno para una
investidura que le venía rodada después de los resultados de abril. No solo
eso. Su (aún, en funciones) ministra Nadia Calviño ha declarado no estar por la labor
de corregir las barbaridades neoliberales de las últimas reformas laborales. El
electorado socialista había votado otra cosa, sin embargo, y Sánchez debería
saberlo. Ignorarlo es otro insulto a la inteligencia. Los sindicatos están que
trinan, y mira que los sindicatos están sólidamente armados de paciencia
histórica.
Pero Pedro y Pablo
son, con todo, los últimos valladares de que disponemos frente al griterío de
la derechona prepotente y castiza. Estamos en la tesitura de elegir entre lo
peor y lo mucho peor. Hillary Clinton no gustaba a nadie, pero su fracaso aupó
a Donald Trump. Jeremy Corbyn tiene grandes limitaciones, pero si no gobierna
él, lo hará Boris Johnson.
Así está la
situación. Todos los insultos a la inteligencia son asumibles, dentro de un
orden de cosas mínimamente aceptable en sus grandes líneas. Lo que los
electores no querríamos es vernos expuestos a la intemperie con la que está
cayendo. La honra sin barcos no nos estimula; preferiríamos con mucho tener a
disposición algún barco manejable, siquiera sea el de la capitana Rackete, y
dejar para otro momento cuestiones tan nebulosas como la de la honra.