jueves, 18 de julio de 2019

LA VOZ DE LA CONCIENCIA


El president Torra ha hecho pública la carta que ha enviado al jefe del Gobierno español en funciones, Pedro Sánchez, anunciándole que votará en contra de su investidura a menos que convoque un referéndum sobre la independencia de Cataluña.

Se trata, explica Torra, de «dar la voz al pueblo de Catalunya». Quizá, sin embargo, debería él mismo haber escuchado la voz de dicho pueblo antes de entregar a los medios semejante ultimátum. Porque el president afirma haber tomado esa decisión «desde mi punto de vista y de acuerdo con mi conciencia». Lo cual significa que únicamente ha consultado su decisión con la almohada. El pueblo de Catalunya estaba en la inopia, mientras tanto. Incluidos los portavoces de su grupo político y de la Generalitat.

Es muy loable atender a la voz de la conciencia, pero no lo es atender únicamente a una rendija de la conciencia, la referida a la concreción de un referéndum de autodeterminación que no figura en el ordenamiento legal. La conciencia tiene un registro más amplio, y quien reclama democracia de los demás debe también atenerse a ella, cuando está ejerciendo la representación política más alta de un país determinado, por el que está llamado a responder en su conjunto, sin omitir ninguno de los estados de opinión homologados y constatables. No hacerlo así, y hablar desde su punto de vista particular como si Cataluña se resumiera en su persona, resulta cuando menos objetable. Más aún cuando Torra se ha declarado dispuesto a resucitar la DUI (declaración unilateral de independencia) a sabiendas de que semejante instrumento ni tiene asomo ninguno de legalidad ni responde tampoco a una voluntad mayoritaria del pueblo catalán.


Mientras tanto, nos ha dejado Andrea Camilleri. Las malas noticias nunca vienen solas. Le falló el corazón, como le había fallado antes a su admirado Manolo Vázquez Montalbán, epónimo del ‘esbirro’ creado por Camilleri.

Entre los dos, Manolo y Andrea, pusieron en pie un tipo de novela de crímenes típicos e investigadores atípicos, en la que los segundos llevaban clara ventaja sobre los primeros. Uno seguía apasionadamente los estados de ánimo de Carvalho y Montalbano (y Charo, y Biscuter, y Cataré, y Mimí Augello) mientras resolvían como quien no quiere la cosa un asunto no demasiado enrevesado. Tenían un especial relieve en el transcurrir de la trama los platos suculentos que se preparaba el uno, que le dejaba al otro en el frigo la señora Adelina, o que cataban los dos en alguna tasca o mesón de confianza. Uno comía por los ojos, y por delegación, aquellas delicias sobriamente descritas.

En una palabra, los lectores respirábamos a través de Carvalho y de Montalbano. Les seguíamos a ciegas, confiados en que al final resolverían el enigma y los culpables recibirían el castigo adecuado, a menos que el verdadero culpable fuera la víctima, que también era el caso de vez en cuando, y entonces había recibido ya previamente su merecido.

Es posible que, dadas las características globales de la producción literaria actual, las historias de Montalbano prosigan indefinidamente de la mano de otros autores. Se ha hecho ya con Carvalho, con Lisbeth Salander y, en el terreno del cómic, con Asterix y Obelix. Del nuevo Carvalho no tengo nada que decir sino que en el tiempo en que Carlos Zanón ha hecho un libro, Manolo ya habría hecho tres. Del continuador de Stieg Larsson, no sé nada ni quiero saberlo. Tampoco leeré, caso de que aparezca, ninguna imitación de la literatura de Camilleri. El verdadero talento no se imita.