lunes, 22 de julio de 2019

EL PIB COMO PROBLEMA



Jacinda Ardern


Cuenta Milagros Pérez Oliva, en la sección de opinión de elpais, que la primera ministra de Nueva Zelanda, la laborista Jacinda Ardern, ha confeccionado unos presupuestos dirigidos, no a engrosar el cómputo del PIB, sino a acrecentar de varias maneras la felicidad de los gobernados (1).

Las cinco prioridades propuestas por Jacinda para lograr ese objetivo serían: mejora de la salud mental, reducción de la pobreza infantil, mayor igualdad para los indígenas maoríes, eliminación de la brecha digital y descarbonización de la economía.

Puede sorprender a primera vista que los avances en un índice de valor tan extendido como el producto industrial bruto (PIB) no tengan en cuenta ninguna de las cinco prioridades apuntadas. Apuesto a que Nadia Calviño no lo creería (nosotros no tenemos maoríes en el país, por lo menos en cantidades estadísticamente significativas, de acuerdo; pero sí contamos con otros colectivos en serio peligro de sufrir una marginación irreversible).

Es así, sin embargo; el valor económico expresado en el PIB no tiene nada que ver con todo eso. Más aún, el PIB es una “convención social”, como advierte Mariana Mazzucato; su confección es en parte arbitraria, y peor aún, tiene “efectos raros” al confundir en determinados casos beneficios con rentas, y no distinguir de manera suficiente entre creación de valor y extracción de valor (2).

Una opinión parecida sostiene Dominique Méda en un paper de la OIT en el que aborda el futuro del trabajo. «La utilización del PIB se convirtió en una medida convencional a mediados del siglo XX, y pasó a ser el indicador oficial del comportamiento de los países de acuerdo con el Sistema de Contabilidad Nacional; pero en realidad tiene muchas limitaciones: ignora muchas actividades ‒ relacionadas con el hogar, la familia, los amigos, el trabajo voluntario, la participación cívica, el ocio, etc. ‒ esenciales para la continuidad de la sociedad; es indiferente a las desigualdades en el consumo o la participación en la producción; está basado en un sistema contable que no da valor al legado, de modo que imposibilita la visualización, tanto de la totalidad de los valores añadidos, como de las posesiones heredadas que han entrado en juego, afectando al proceso de producción y consumo. Si creemos que nuestra prioridad más importante es garantizar la calidad duradera – física en primer y principal lugar – de nuestras sociedades, entonces nuestro objetivo primario debe ser establecer normas medioambientales y relativizar el uso exclusivo del PIB como medida del progreso y del crecimiento per se.» (3)

Sirvan estas críticas prudentes y razonables como un aviso a navegantes de que el problema económico que tenemos delante no consiste únicamente en mejorar la distribución de la riqueza, como parece ser convicción arraigada de una parte de la izquierda, y en particular de la literatura sindical al uso; sino en definir con mayor rigor qué es riqueza, cómo se genera, y qué medios es necesario arbitrar para asegurar la sostenibilidad de un progreso económico boyante y adecuado para todos.

Será casualidad si ustedes quieren, pero hay un rasgo común a las tres promotoras de esta reconsideración profunda del PIB como índice de referencia del valor: Mariana Mazzucato, Dominique Méda y Jacinda Ardern son mujeres. Milagros Pérez Oliva, también. Yo, no. Estoy en minoría de género pero me siento muy cómodo en tan excelente compañía.


(2) M. Mazzucato, El valor de las cosas. Taurus, Barcelona, 2019. Traducción de Ramón González Ferriz. Ver especialmente las pp. 119-148.

(3) Ver http://pasosalaizquierda.com/?p=3497, en particular el parágrafo 1.5 “La inadecuación del PIB”