Jacinda Ardern
Cuenta Milagros
Pérez Oliva, en la sección de opinión de elpais, que la primera ministra de
Nueva Zelanda, la laborista Jacinda Ardern, ha confeccionado unos presupuestos dirigidos, no a engrosar el cómputo del PIB, sino a acrecentar de varias maneras la
felicidad de los gobernados (1).
Las cinco prioridades
propuestas por Jacinda para lograr ese objetivo serían: mejora de la salud mental,
reducción de la pobreza infantil, mayor igualdad para los indígenas maoríes,
eliminación de la brecha digital y descarbonización de la economía.
Puede sorprender a
primera vista que los avances en un índice de valor tan extendido como el
producto industrial bruto (PIB) no tengan en cuenta ninguna de las cinco
prioridades apuntadas. Apuesto a que Nadia Calviño no lo creería (nosotros no tenemos maoríes en el país, por lo menos en
cantidades estadísticamente significativas, de acuerdo; pero sí contamos con otros
colectivos en serio peligro de sufrir una marginación irreversible).
Es así, sin
embargo; el valor económico expresado en el PIB no tiene nada que ver con todo
eso. Más aún, el PIB es una “convención social”, como advierte Mariana
Mazzucato; su confección es en parte arbitraria, y peor aún, tiene “efectos
raros” al confundir en determinados casos beneficios con rentas, y no
distinguir de manera suficiente entre creación de valor y extracción de valor
(2).
Una opinión parecida sostiene Dominique Méda en un paper de
la OIT en el que aborda el futuro del trabajo. «La
utilización del PIB se convirtió en una medida convencional a mediados del
siglo XX, y pasó a ser el indicador oficial del comportamiento de los países de
acuerdo con el Sistema de
Contabilidad Nacional; pero en realidad tiene muchas limitaciones:
ignora muchas actividades ‒ relacionadas con el hogar, la familia, los amigos,
el trabajo voluntario, la participación cívica, el ocio, etc. ‒ esenciales para
la continuidad de la sociedad; es indiferente a las desigualdades en el consumo
o la participación en la producción; está basado en un sistema contable que no
da valor al legado, de modo que imposibilita la visualización, tanto de la
totalidad de los valores añadidos, como de las posesiones heredadas que han
entrado en juego, afectando al proceso de producción y consumo. Si creemos que
nuestra prioridad más importante es garantizar la calidad duradera – física en
primer y principal lugar – de nuestras sociedades, entonces nuestro objetivo
primario debe ser establecer normas medioambientales y relativizar el uso
exclusivo del PIB como medida del progreso y del crecimiento per
se.» (3)
Sirvan estas
críticas prudentes y razonables como un aviso a navegantes de que el problema
económico que tenemos delante no consiste únicamente en mejorar la distribución de la riqueza, como parece ser
convicción arraigada de una parte de la izquierda, y en particular de la
literatura sindical al uso; sino en definir con mayor rigor qué es riqueza, cómo se
genera, y qué medios es necesario arbitrar para asegurar la sostenibilidad de un progreso económico boyante
y adecuado para todos.
Será casualidad si
ustedes quieren, pero hay un rasgo común a las tres promotoras de esta reconsideración
profunda del PIB como índice de referencia del valor: Mariana Mazzucato,
Dominique Méda y Jacinda Ardern son mujeres. Milagros Pérez Oliva, también. Yo,
no. Estoy en minoría de género pero me siento muy cómodo en tan excelente compañía.
(2) M. Mazzucato, El valor de las cosas. Taurus, Barcelona, 2019. Traducción de Ramón
González Ferriz. Ver especialmente las pp. 119-148.
(3) Ver http://pasosalaizquierda.com/?p=3497, en particular el parágrafo 1.5 “La inadecuación
del PIB”