Sentados, Javier Sánchez y José
Luis López. De pie, Paco Rodríguez. (Foto, Roser Martínez)
José Luis López
Bulla ha necesitado que le echaran un remiendo. El apaño tuvo lugar el pasado 25 de julio en el Hospital de Mataró. Coincidían ese día la festividad del Apóstol y el
cumpleaños del propio José Luis. En Poldemarx, a dos paradas de metro escasas
de Mataró, estábamos de festa
major y tuvimos por la noche castillo de fuegos artificiales.
El remiendo diagnosticado
por las eminencias se sustanció con éxito, como era de esperar. Dice José Luis
que él, fe, lo que se dice fe, y descontada la Santa Fe de su ciudad natal, la
tiene solo en dos instituciones: la Sanidad pública y el Sistema métrico
decimal.
La Sanidad pública
se volcó sin fisuras en la ocasión. Como era de esperar, repito. Fuimos ayer Carmen y
yo a Mataró para hacer la comprobación in
situ. No encontramos al paciente en el lecho ─mucho menos en el tópico “lecho del
dolor”─, sino apaciblemente sentado en la sala de visitas, platicando con Roser
Martínez y Javier Sánchez del Campo. Con Roser había estado hablando yo pocos días antes; a Javier, hacía años que no le veía. De buenas a primeras nos planteó
una tesis de gran formato: cómo la memoria histórica debería sobreponerse hasta unificar
los distintos “relatos” tendenciosos existentes sobre nuestro pasado y apaciguar el sentimiento
desgarrado de nosotros mismos que tenemos los españoles desde Viriato por lo menos.
Ni José Luis ni yo
mismo le hacemos ascos a tales retos intelectuales, de modo que el debate fue
animado, si bien acabó derivando hacia aspectos menos conflictivos de la
realidad histórica ampliamente considerada. Por ejemplo, cómo el maestro
confitero Ceferino Isla, el Tito Ferino de Santa Fe, cambió el austero rótulo
de su establecimiento, “Casa Isla”, por “Pastelería La Favorita”, después de
asistir en su viaje de novios a una representación de la ópera de Donizetti en Granada.
O el extraño caso del obispo don Balbino, que nunca fue capaz de entender cabalmente el
misterio de la trinidad, cosa que le llenaba de vergüenza teologal.
Roser nos hizo una
foto, que aparece sobre estas líneas. El atuendo que luce José Luis no es, como
algunos podrían pensar, la famosa toga pretexta de los senadores romanos, sino
un simple camisón provisto por la administración del centro. No es gran cosa,
por más que él lo ennoblezca, pero es la tenue
de rigueur para los operados en periodo de convalecencia. Lo alzó levemente
por un lado para enseñarnos incrustado en su carne el tubito del drenaje.
Le pedí permiso
para hablar de estas cosas en mi blog, y me lo concedió sin problemas. Le pedí
entonces alguna declaración exclusiva sobre la coyuntura política que se abre a
raíz del fracaso de la investidura, y me contestó literalmente:
─ Pon que me estoy
cagando en tós ellos.