Esperamos siempre lo
inesperado, con expectación y con cierta frivolidad. Y lo inesperado se empeña
en defraudarnos una y otra vez, siempre por el mismo procedimiento: la incomparecencia.
O sea, cuando se
presentó la pandemia (y nos pilló de sorpresa, a pesar de que estaba anunciada
por los claros clarines desde años atrás), algunos se apresuraron a declarar:
«Nada volverá a ser igual.»
Y nos arrellanamos
cómodamente en nuestras butacas de proscenio para ver el espectáculo novedoso
que un hábil director cinematográfico iba a servirnos siguiendo la pauta de un
guionista diabólicamente imaginativo e innovador.
Las señas son de
que no. No se ha aprendido la lección, los aplausos de las ocho a los
sanitarios no pasaron de un rito efímero, la gente ha vuelto a las andadas y a
los botellones, los rebrotes se multiplican, y el PP en Galicia y el PNV en
Euskadi han revalidado su liderazgo tradicional en tanto que lo inesperado (esa
fuerza de izquierda coherente y clarividente que todos los días creíamos ver
despuntar en el horizonte) sigue sin comparecer.
La verdad es tan humilde
como tozuda es la realidad: nada va a cambiar si no lo cambiamos nosotros. Nada
nos será dado de regalo: Begin the
beguine, volveremos una y otra vez a la casilla inicial del juego.
Un asalto a los cielos
serio debe ser colectivo, tiene que suponer cambios surgidos de dentro de las
personas, y no venidos de fuera como cambian los vientos dominantes de
cuadrante. Conseguir ministerios y vicepresidencias no aporta por sí mismo mejoras
en la condición de vida de las personas. Las ministras espléndidas no ejercen
de profetas en su tierra, mientras sigan siendo únicamente excepciones a la
regla común de la mediocridad y del tacto de codos para avanzar posiciones en
la foto.
Nada está decidido
para siempre, sin embargo; todas las expectativas siguen siendo posibles en la
situación en la que nos encontramos. Pero la clave para el progreso radica en la
existencia de una ilusión colectiva, de un imaginario compartido por muchos y de
un compromiso fuerte de todos. Los atajos mediáticos desembocan con frecuencia en
culs-de-sac electorales.
La idea central del
trabajo humano (no meramente del empleo), de la utilidad del trabajo consciente
y bien dirigido para cambiar el mundo, ha brillado por su ausencia en los
comicios de ayer. La gente ha votado en función de lo que ya existía, no de
ninguna propuesta nueva. Las opciones más o menos centrífugas (BNG, Bildu) han
avanzado. El PSOE y su propuesta centrípeta se ha mantenido, sin alharacas.
Podemos, que prefería presentarse a sí misma, no como corresponsable del
gobierno actual, sino como opción diferenciada y más guay, ha dado un nuevo
resbalón, el enésimo.
Begin the beguine. Mark Lilla, un politólogo estadounidense muy
preocupado por la deriva de las izquierdas particularistas, anda diciendo que en
el cambio de siglo nos equivocamos todos de rumbo, y en lugar de ingresar en el
siglo XXI regresamos al XIX.
A ver si es eso, y
todo va a volver a ser igual a como lo conocimos los más veteranos.