lunes, 13 de julio de 2020

¿TODO VOLVERÁ A SER IGUAL?



Esperamos siempre lo inesperado, con expectación y con cierta frivolidad. Y lo inesperado se empeña en defraudarnos una y otra vez, siempre por el mismo procedimiento: la incomparecencia.

O sea, cuando se presentó la pandemia (y nos pilló de sorpresa, a pesar de que estaba anunciada por los claros clarines desde años atrás), algunos se apresuraron a declarar: «Nada volverá a ser igual.»

Y nos arrellanamos cómodamente en nuestras butacas de proscenio para ver el espectáculo novedoso que un hábil director cinematográfico iba a servirnos siguiendo la pauta de un guionista diabólicamente imaginativo e innovador.

Las señas son de que no. No se ha aprendido la lección, los aplausos de las ocho a los sanitarios no pasaron de un rito efímero, la gente ha vuelto a las andadas y a los botellones, los rebrotes se multiplican, y el PP en Galicia y el PNV en Euskadi han revalidado su liderazgo tradicional en tanto que lo inesperado (esa fuerza de izquierda coherente y clarividente que todos los días creíamos ver despuntar en el horizonte) sigue sin comparecer.

La verdad es tan humilde como tozuda es la realidad: nada va a cambiar si no lo cambiamos nosotros. Nada nos será dado de regalo: Begin the beguine, volveremos una y otra vez a la casilla inicial del juego.

Un asalto a los cielos serio debe ser colectivo, tiene que suponer cambios surgidos de dentro de las personas, y no venidos de fuera como cambian los vientos dominantes de cuadrante. Conseguir ministerios y vicepresidencias no aporta por sí mismo mejoras en la condición de vida de las personas. Las ministras espléndidas no ejercen de profetas en su tierra, mientras sigan siendo únicamente excepciones a la regla común de la mediocridad y del tacto de codos para avanzar posiciones en la foto.

Nada está decidido para siempre, sin embargo; todas las expectativas siguen siendo posibles en la situación en la que nos encontramos. Pero la clave para el progreso radica en la existencia de una ilusión colectiva, de un imaginario compartido por muchos y de un compromiso fuerte de todos. Los atajos mediáticos desembocan con frecuencia en culs-de-sac electorales.

La idea central del trabajo humano (no meramente del empleo), de la utilidad del trabajo consciente y bien dirigido para cambiar el mundo, ha brillado por su ausencia en los comicios de ayer. La gente ha votado en función de lo que ya existía, no de ninguna propuesta nueva. Las opciones más o menos centrífugas (BNG, Bildu) han avanzado. El PSOE y su propuesta centrípeta se ha mantenido, sin alharacas. Podemos, que prefería presentarse a sí misma, no como corresponsable del gobierno actual, sino como opción diferenciada y más guay, ha dado un nuevo resbalón, el enésimo.

Begin the beguine. Mark Lilla, un politólogo estadounidense muy preocupado por la deriva de las izquierdas particularistas, anda diciendo que en el cambio de siglo nos equivocamos todos de rumbo, y en lugar de ingresar en el siglo XXI regresamos al XIX.

A ver si es eso, y todo va a volver a ser igual a como lo conocimos los más veteranos.