Aparición del villano, en ‘Shane’ (Raíces
profundas), de George Stevens. Describo la escena completa. La cámara está
colocada a ras de suelo, en el interior del saloon, enfocada hacia la puerta,
que da al campo abierto. Un perro dormita en primer plano. Una
sombra creciente va oscureciendo progresivamente el entorno. Luego, se hacen visibles unas botas con espuelas en
el umbral. El perro se levanta entonces y se aparta a un lado, con la cola
gacha. La cámara enfoca más arriba con un movimiento lento, y ahí está el
rostro de Jack Palance, tocado con ese sombrero negro que es un hallazgo de
atrezzo. La película tuvo cinco nominaciones a los Oscares de 1954, pero solo
recibió el de la mejor fotografía en color.
El Villano de hoy
lleva coleta, cuentan.
Vivíamos en una calma profunda, en un oasis en el que
los trabajadores del campo inmigrados gozaban de unas condiciones privilegiadas
que para nosotros querríamos los nativos. El país laboraba (¿recuerdan el verbo?,
creo recordar que lo acuñó Solís Ruiz) en paz y hermandad, y los empresarios
colocaban el fruto de sus honrados sudores en unas instituciones bancarias sólidas
y eficientes que eran nuestro orgullo. ETA se había rendido y a Cataluña la
había metido en vereda el Constitucional, con el aplauso de Alfonso Guerra.
Europa nos amaba y nosotros le ofrecíamos generosamente todo el ladrillo
apresuradamente amontonado en nuestras costas y alegrábamos sus noches con
sangría, patatas bravas y flamenco.
En este panorama
idílico compareció un 15-M el Siniestro Villano, hábil y escurridizo, la Coleta
más rápida del Oeste.
Y ahí sigue, con
rango de vicepresidente, jodiendo la marrana día sí y día también. No hay quien
lo soporte. Leo en mis redes sociales que Bono abomina de él, que Felipe
González tuerce el gesto ante su presencia, que Corcuera se ha dado de baja del
que fue su partido por culpa de las actuales malas compañías, que Rosa Díez
volverá a tirarse al monte uno de estos días para salvar a la patria amenazada,
que el Rey Emérito está montando un tinglado para hacer desaparecer al Gran
Incordio este otoño, y que el Rey Felipe debería, siguiendo la iniciativa de un
sitio web anónimo, disolver las Cortes para poner coto a las ilegalidades
flagrantes que Ese Tal está cometiendo junto a otro forajido llamado Pedro
Sánchez (‘Dos hombres y un destino’).
Un concejal de alguna parte le ha deseado una paliza que le deje vegetal, porque un tiro a secas le parece misericordioso para tanta maldad. Los poderes judiciales, siempre diligentes, investigan el suceso por si de él se desprendiese alguna incitación al odio.
Mientras llega el
momento de la muerte anunciada del intruso, una concejala de Vox de Galapagar se ocupa de
que cada día su mujer y sus niños tengan su cacerolada puntual.
Como dijo en su día
don Eduardo Marquina en una ocasión también crítica (se nos había puesto el sol
en Flandes, calculen): «España y yo somos así, señora.»