‘Seminario’, fotografía de Ramon Masats (1960)
Corren rumores de
que Leo Messi no va a renovar por el Barça, esa institución colosal de la que se
afirma con énfasis que es “més que un
club”, para sugerir que es un trasunto de la patria irredenta. Y me extraña
que no haya salido aún ningún/na alunado/da con la copla de que «Messi no és un dels nostres, mai no ha
parlat en català».
Se ve que hay temas
que están más allá de la teología común, y el Barça es uno de ellos. Messi no
habla catalán; Ter Stegen, tampoco; es muy dudoso que lo hable Arturo Vidal, ni
siquiera en la intimidad; Ansu Fati es joven y aún puede aprender; de Quique Setién
no se sabe que haya utilizado el catalán para responder a una sola pregunta dels nostres en una sola rueda de prensa,
como hacían siempre el Pep y el Tito Vilanova en los años en los que fuimos más
grandes que nunca.
Examinen con
atención la singular obra de arte que encabeza estas líneas. Quienes están
jugando al fútbol, en un entorno semiurbano, no son profesionales del deporte.
Están en el “recreo”, disfrutando de una libertad vigilada. Van de uniforme,
sin embargo. Un uniforme absolutamente inadecuado para el juego que practican.
Un uniforme exactamente igual para los jugadores de los dos equipos.
Es el testimonio de
una España uniformada. Puede que alguna de esas figuras sea el árbitro, o el
celador, o el prefecto de juegos, y no se diferencie en absoluto de los
jugadores. Aquí el rol de cada cual está interiorizado. No hay televisión ni
derechos de imagen, no hay business.
Tanto más mérito
tiene la pirueta acrobática del guardameta para atrapar un balón que se empeña
en entrar lamiendo el poste. Es una pirueta gratuita, porque sí, por amor al
arte. Una manifestación desbordante de juventud, de autocontrol atlético, de
alegría de vivir.
Fíjense luego en el
poste agrietado, en la ausencia de red, en el balón de trapo, en el campo de
tierra, en el grupo de viviendas feas ─una en construcción─ al fondo, en los
campos que se abren a la derecha.
El Madrid ya había
ganado la Copa de Europa cuando Ramon Masats tiró esta fotografía prodigiosa.
España daba sus primeros pasos hacia el desarrollo. El fútbol no era aún, casi en
ningún caso, una industria rentable, sino todo lo más una afición que corría
pujante por las venas de los adictos. No había clubs que fueran más que clubs.
El fútbol como termómetro
social, como estado de ánimo.