domingo, 5 de julio de 2020

EL FÚTBOL COMO ESTADO DE ÁNIMO



‘Seminario’, fotografía de Ramon Masats (1960)


Corren rumores de que Leo Messi no va a renovar por el Barça, esa institución colosal de la que se afirma con énfasis que es “més que un club”, para sugerir que es un trasunto de la patria irredenta. Y me extraña que no haya salido aún ningún/na alunado/da con la copla de que «Messi no és un dels nostres, mai no ha parlat en català».

Se ve que hay temas que están más allá de la teología común, y el Barça es uno de ellos. Messi no habla catalán; Ter Stegen, tampoco; es muy dudoso que lo hable Arturo Vidal, ni siquiera en la intimidad; Ansu Fati es joven y aún puede aprender; de Quique Setién no se sabe que haya utilizado el catalán para responder a una sola pregunta dels nostres en una sola rueda de prensa, como hacían siempre el Pep y el Tito Vilanova en los años en los que fuimos más grandes que nunca.

Examinen con atención la singular obra de arte que encabeza estas líneas. Quienes están jugando al fútbol, en un entorno semiurbano, no son profesionales del deporte. Están en el “recreo”, disfrutando de una libertad vigilada. Van de uniforme, sin embargo. Un uniforme absolutamente inadecuado para el juego que practican. Un uniforme exactamente igual para los jugadores de los dos equipos.  

Es el testimonio de una España uniformada. Puede que alguna de esas figuras sea el árbitro, o el celador, o el prefecto de juegos, y no se diferencie en absoluto de los jugadores. Aquí el rol de cada cual está interiorizado. No hay televisión ni derechos de imagen, no hay business.

Tanto más mérito tiene la pirueta acrobática del guardameta para atrapar un balón que se empeña en entrar lamiendo el poste. Es una pirueta gratuita, porque sí, por amor al arte. Una manifestación desbordante de juventud, de autocontrol atlético, de alegría de vivir.

Fíjense luego en el poste agrietado, en la ausencia de red, en el balón de trapo, en el campo de tierra, en el grupo de viviendas feas ─una en construcción─ al fondo, en los campos que se abren a la derecha.

El Madrid ya había ganado la Copa de Europa cuando Ramon Masats tiró esta fotografía prodigiosa. España daba sus primeros pasos hacia el desarrollo. El fútbol no era aún, casi en ningún caso, una industria rentable, sino todo lo más una afición que corría pujante por las venas de los adictos. No había clubs que fueran más que clubs.

El fútbol como termómetro social, como estado de ánimo.