Este es un gran
país que cuenta con una buenísima gente.
Lo dejo puesto aquí,
porque encuentro que se dice poco. Lo que más suena en los medios y en las
redes es la cantinela de los eternos descontentos con la izquierda: los que
consideran que no vale la pena apoyar a un gobierno que todavía no ha creado un
impuesto para las grandes fortunas, ni derogado de un plumazo la reforma
laboral; los que consideran el acto de esta mañana en los jardines de Moncloa
como la enésima bajada de pantalones de los sindicatos democráticos y el
enésimo paripé de un gobierno claudicante delante de los poderes fácticos.
Curioso, para estos
mismos analistas, cuando no había diálogo social la culpa era de los sindicatos
que no hacían nada; cuando se bajaban los impuestos a las grandes empresas y a
los grandes patrimonios, y se subía el IVA, la culpa era de la izquierda que andaba
perdida en la nebulosa de Andrómeda; cuando se impusieron por decreto las
reformas laborales, la culpa era de los trabajadores que no tenían la
conciencia de clase adecuada. No hubo culpas, según ellos, de los
abusadores; los abusadores, es sabido cómo son. Mirando con más detención las cosas, la culpa recaía sobre todo en los
abusados. "Somos la hostia, qué mierda de país, no tenemos remedio."
Algo así como las sentencias a las diversas Manadas que se han
sucedido correlativamente. "Ellas se lo buscaron". Sin que nadie se haya atrevido aún a hipotizar un “efecto
llamada” desde los estrados.
Pero, como he dicho
al principio, la mayoría en este país es buena gente, gente que agradece el
esfuerzo y el acierto del jefe del gobierno, de los/las vicepresidentes/as,
de los/las ministros/as, de los sindicatos, de los empresarios, de los partidos
de la izquierda plural. Siempre, claro, con sus más y sus menos, los anhelos no
satisfechos aún (¿cuándo se han visto satisfechos todos los anhelos?), los tremendos obstáculos que deben ser superados, la salida
peligrosa de una pandemia paralizante y de un estado de alarma, para aterrizar en
una “nueva normalidad” en la que la prioridad esencial ha de ser la solución al
altísimo desempleo, la precariedad laboral y la sobreexplotación, al tiempo que
se plantan jalones para una economía más eficiente, una industria más
determinante, un medio ambiente más limpio, y el cuidado de no dejar atrás a nadie
en el proceso.
Más riqueza real
(no financiarizada), y mejor distribuida.
Toda esta buena
gente incrementa, según los últimos sondeos, el respaldo al gobierno que
ha traído el IMV, inventado los ERTEs, regulado el sector agrario y el pesquero, y se dispone a regular sectores tan desregulados como el teletrabajo y el territorio minado de los autónomos.
A “todo” el gobierno, no a una u otra parte de él, porque aquí todos
hacen falta y nadie sobra.
Vamos saliendo juntos,
poco a poco, del brete. Pero aún queda mucho trayecto por recorrer.