El día 23 de este
mes se cumplirán veinte años de la muerte de Carmen Martín Gaite, uno de los
puntos álgidos de nuestra literatura del pasado siglo y una de mis debilidades
de siempre como lector.
Creo que lo he
leído todo de ella, pero podría quedar aún algún título suyo en un rincón
desconocido para mí. En cualquier caso, como celebración veraniega de una prosa
que admiro, y más aún, estimo en mucho, estoy releyendo “Nubosidad variable”.
Y allí me encuentro
(pág. 264) con un soliloquio que Mariana León se da a sí misma, pero que tiene
un alcance más general y una aplicabilidad particular a la política. Transcribo:
«Tus fantasías están llegando demasiado lejos, a un
sitio donde casi no hay aire, donde se pierde el sentido de las distancias. No
dejes que te perturben el presente, cuyo disfrute consiste, como muy bien
sabes, en el ajuste del pensamiento, en revisar cómo anda de maquinaria antes
de echarlo al mar de los sueños. La fantasía y la lógica tienen que ir cogidas
de la mano como dos hermanas, para que el universo no se trague su barca… Prueba
a escucharlo por primera vez, como si te lo dijera alguien a quien quieres
mucho, inyéctatelo en vena.»
En donde dice “fantasía”
podría ponerse sin merma de sentido “utopía” o “programa de máximos”. La idea
es la misma: la realidad es siempre un obstáculo duro, de aristas cortantes,
con el que nos vemos obligados a negociar de forma permanente: o nos dejamos
jirones en ella, o nos dejamos la vida entera.
Las construcciones
sobre el papel sirven, todo lo más, de brújula para orientarse en la espesura.
Quienes invocan los principios cuando se está en los medios y gritan “traición”
a cada revuelta de la negociación, nunca han llegado a ninguna parte, ni en los
sentimientos ni en la política.