Francisco Frutos Gras (foto
EFE).
Un cáncer se ha
llevado a Paco Frutos. Calculo que no se lo habrá llevado muy lejos; era un
hombre de mi generación, apenas unos años mayor que yo. Sé que le seguiremos
otros a corta distancia. No es un pensamiento agradable, pero quienes nos hemos
educado en su escuela sabemos que tampoco es una cuestión que tenga mayor
importancia: es “lo que hay”, como al mismo Paco le gustaba decir a propósito
de muchas cosas. Algo que se da por descontado. Que se acepta a beneficio de
inventario.
Paco era un hombre
de una dureza peculiar. Los reveses cotidianos en asuntos de coyuntura, de
corto aliento, le dejaban impasible. En determinados debates del comité central del PSUC y del PCE le vi un aire ausente; tomaba notas ─breves─ con un rictus particular de
la boca. Siempre prefería mirar lejos, buscar los máximos, considerar las
dificultades previsibles en los trayectos largos. El regate en corto no era su
especialidad; el breve plazo no atraía su atención, no le daba ni frío ni calor.
Desdeñaba entrar en
discusiones sobre la calderilla de la política. Como un metro de platino
iridiado, su vara de medir tenía la misma exactitud rigurosa en el ardor de la
acción y en la frialdad del planeamiento. Pero (ahora pienso sobre todo en el sindicato) muchos temíamos sus tremendas broncas
cuando, ¡tantas veces nos pasaba!, habíamos estado por debajo de la altura precisa
que él veía en nosotros.
Fue un hombre de
organización, en la fábrica, en el sindicato y en el partido. No fue un
teórico, ni un táctico hábil, ni un hombre que buscara consensos por encima de
todo. Daba instrucciones precisas, y luego pedía cuentas rigurosas.
Hace pocos años,
coincidimos en una visita a Pineda de Marx. Él llegó acompañado de Doménec, el
librero de La Llopa, y llevaba para José Luis López Bulla verduras cogidas de
su huerto en Calella; yo había ido a devolver un libro prestado. Hacía muchos
años que no veía a Paco, y sentí un vuelco particular en el pecho, el de quien
regresa a un tiempo pasado.
En la conversación,
José Luis le preguntó si recordaba la primera vez en que alguien intentó
sobornarle. Paco se acordaba muy bien. La contó con detalle, con nombres y con
toda clase de calificativos a la persona que le tentó. José Luis también contó su
propia historia. Nos reímos juntos de aquellas cosas.
Pensé en aquel
momento que ciertas formas de interactuar en el entorno económico eran iguales
en otro tiempo que ahora mismo. «Voy a hacerle una propuesta que no podrá
rechazar…» Pero la oferta era rechazada, de todos modos.
Echamos hoy de
menos el temple de dirigentes como Paco Frutos. Se le han hecho muchas
críticas, por sus posiciones políticas, por sus decisiones y por sus
declaraciones. Ninguna, que yo sepa, por su integridad personal.