martes, 28 de julio de 2020

QUÉ BUEN VASALLO SI HUBIESE BUEN SEÑOR



Tres jubilatas en Pineda de Marx, 15 de febrero de 2014.



Es una constante de la historia de este país. La materia prima es excelente; el general intellect, para emplear la expresión marxiana, muy considerable; la capacidad de entrega, de sacrificio y de eficiencia de la fuerza de trabajo, roza lo admirable.

Pero el sistema de selección de las élites es desastroso. Recuerden que la dirección de la Armada Invencible se confió al duque de Medina-Sidonia, por méritos de estirpe y de limpieza de sangre. Recuerden cuál fue el resultado de aquella aventura. Felipe II comentó luego que no había mandado a su flota a luchar contra los elementos. Bueno, ¿por qué no? Los elementos son lo primero que hay que tener en cuenta cuando se envía a una flota a cualquier parte. Recuerdo una observación de una comedia de Bernard Shaw: “El capitán de barco que se emborracha confía en la Providencia; pero una de las maneras típicas de tratar a los capitanes borrachos que tiene la Providencia, es dejar que sus barcos naufraguen en los escollos.”

Hoy Isabel Díaz Ayuso lucha contra el virus invirtiendo unos cuantos millones de euros en capellanes que asistan a los enfermos. No invierte en sanidad pública, sino en cura de almas. No invierte en providencia social, sino en providencia divina. La providencia divina, sin embargo, tiene sus peculiaridades, como queda dicho; sus resultados no suelen ser los deseables desde un punto de vista científico estricto.

Y la propuesta de la misma Ayuso para honrar a los muertos de la pandemia es una corrida televisada en abierto, en la que sean lidiados y estoqueados seis toros bravos. Nos metemos mucho con el señor Rutte, pero deberíamos reconocerle que su desconfianza en las instituciones españolas está justificada en parte.

Quim Torra, por su lado, insiste en que la mejor forma de luchar contra el covid es un referéndum por la independencia de Catalunya. Quim Torra es un ejemplo de manual de la forma perversa de seleccionar élites que tenemos en el país (hablo de país en sentido amplio, nunca he percibido diferencias significativas entre las porciones situadas al norte y al sur del Ebro). Incluso al maestro Pero Grullo se le ocurre que las superestructuras son una cosa, y los virus otra muy distinta, y que las influencias recíprocas entre las unas y los otros son iguales a más menos cero. Pero él, erre que erre, aprovechando que el Onyar pasa por Girona.

Las autoridades británicas desaconsejan a sus súbditos viajar a España, incluidas las islas, debido a la constatación de que se están produciendo rebrotes que ni se rastrean bien (aunque en la Comunidad de Madrid se les reza el rosario) ni se controlan con medidas eficaces. Incluso Pablo Casado, paladín de la libertad de desobediencia y de insulto, “exige” ahora a Sánchez que retome en sus manos la cuestión de forma centralizada, seguramente para volver a acusarle pasado mañana de dictador.

El caso es que el doctor Simón ha dicho que mejor que no vengan los ingleses en este trance. Y el mundo empresarial se le ha echado encima. Y la caverna mediática se ha rasgado por enésima vez las vestiduras: «¡Que destituyan de una vez a ese hombre! ¡Que vengan enhorabuena los ingleses!»

La prioridad de nuestras élites económicas es rentabilizar sus considerables inversiones en infraestructuras atrayendo a muchos turistas aunque se/nos contagien y se/nos maten. La prioridad del doctor Simón es la salud pública.

¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!