El lector curioso encontrará los tres
primeros trancos de esta historia en http://vamosapollas.blogspot.com/2020/07/mi-amistad-improbable-con-lucio-urtubia.html;
De izquierda a derecha Satur
Urtubia, su hermano Lucio y yo, en Cascante. El punto impactante de la foto,
sin embargo, es la caldereta de cordero que aparece en primer plano.
Con lo dicho hasta ahora queda
resumida mi relación con Lucio. Volvimos a vernos, en particular en Barcelona
cuando vino a presentar “nuestro” libro. Me llamó desde París muchas veces, y
me encontró muy pocas en casa (el foco principal de mi atención estaba puesto por
entonces en mis nietos griegos). Yo le llamé alguna vez también, y le escribí
para hacerle partícipe de un descubrimiento sobre el antiguo linaje de los Urtubias.
Fueron pasando años; él se hizo muy viejo, y yo también.
Un par de cosas, aún. Querría poder decir más sobre Anne Urtubia, nacida Garnier, que se enamoró de Lucio en los remolinos del 68, se casó con él, le dio una hija (Juliette) y colaboró en la
logística de muchas acciones del “grupo Lucio” (transferencias bancarias,
alquiler de locales), pero nunca en acciones directas violentas. En una ocasión se jugó
el tipo calando su coche en una calle estrecha de dirección única para estorbar
la persecución policial a su marido. ¡Y entonces estaban ya peleados y separados! Fue condenada en el juicio por el
secuestro del banquero Baltasar Suárez, y sufrió pena de prisión. Salió pronto, sin embargo; los jueces dieron importancia al hecho de que trabajaba ya entonces,
y ha seguido trabajando después, con Bernard Kouchner en la ONG Médicos del
Mundo; en 2007 era la responsable del programa de ayuda humanitaria a Haití, y creo
que sigue activa en ese tipo de menesteres.
Tuve con ella una
conversación larga en Belleville, en la que pretendí enrolarla en mi idea de apuntalar el relato de
Lucio con otras miradas distintas y en parte divergentes; pero Anne no quiso escribir ningún texto
para el libro, y tampoco me autorizó a utilizar de ninguna forma sus interesantísimas
reflexiones. De modo que cierro aquí el tema.
Termino con una reflexión de orden general acerca de los efectos nefastos de la
represión política.
En la Ribera de
Navarra, donde los votos al Frente Popular fueron mayoritarios el año 36 frente
al bloque apostólico-carlista de Pamplona y el norte de la región, las
barbaridades perpetradas por el franquismo triunfal fueron enormes. Sartaguda
sigue siendo conocido como «el pueblo de las viudas»; 84 varones mayores de edad, el 40% de los inscritos en el censo, fueron pasados por las armas allí, por el único delito de haber votado
“mal”. Un pequeño Holocausto de matriz inequívocamente fascista.
El padre de Lucio,
Amadeo Urtubia, había sido concejal socialista con la República, y se salvó del paredón porque un sacerdote, que le debía su protección en la etapa anterior, borraba su nombre de las listas de los señalados. Pero la familia
fue humillada de todas las formas posibles en el nuevo Régimen. A la madre,
Asunción, fueron a buscarla en varias ocasiones para raparla al cero por haber criticado
en público a las nuevas autoridades. No la encontraron; se escondía en un
habitáculo disimulado en la pared de la pocilga del único cochino propiedad de
la familia. Lucio vivió aquello con la perplejidad angustiada de un niño que no entiende aún de
odios y venganzas. Más tarde su padre, con un cáncer muy avanzado, fue dejado
morir por los médicos. No había dinero en la casa ni siquiera para pagar
morfina como paliativo. «Mátame, Lucio, no puedo sufrir más este dolor, mátame
por compasión, tú tienes cojones para hacerlo.» El adolescente Lucio se volvía
loco al oírle.
Y estaba también el
hambre, continuada, infinita. Y la injusticia, visible, patente. Un caldo de
cultivo muy fuerte para la rebeldía contra las instituciones y para la
violencia.