domingo, 19 de julio de 2020

MI AMISTAD IMPROBABLE CON LUCIO URTUBIA (I). LOS PRELIMINARES



Junto a Lucio, delante del Espace Louise Michel, rue des Cascades, Belleville, París.


Hay días nefastos en el año, pero posiblemente ninguno tan funesto como el 18 de Julio. Ayer, 18 de Julio de 2020 el fallecimiento, a pocas horas de distancia, de Lucio Urtubia y de Joan Marsé, le robó protagonismo a un hito destacado de la historia universal de la infamia.

Hablaré en algún momento de Marsé, pero primero voy a hacer un esbozo en varios trancos de lo que ha sido mi amistad ─muy especial e improbable─ con Lucio, el anarquista irreductible.


Lo normal habría sido que mi experiencia vital no se hubiera cruzado nunca con la trayectoria de Lucio Urtubia, especialista alicatador, anarquista, activista partidario de la acción directa, atracador de bancos en su juventud y estafador de entidades bancarias en su madurez, al servicio siempre de la revolución.

Lo improbable ocurrió debido a un libro. A dos libros, para ser rigurosos. El primero fue su biografía, escrita por Bernard Thomas. Después llegaría el segundo, no por casualidad sino en línea de consecuencia. Pero vamos por partes.  

En el año 2001 Ediciones B se planteó publicar una traducción española del libro de Thomas, y me la encargó a mí. Yo estaba trabajando en ese momento para una obra colectiva en una editorial grande, Salvat, y disponía de poco tiempo; pero tampoco podía decir “No” a Ediciones B. Las cosas funcionaban de ese modo para un autónomo freelancer con un pasado sindical demasiado prominente para disimularlo y que excluía cualquier posibilidad de contratación fija o por obra en el sector. Si no aceptaba todas y cada una de las ofertas que me hicieran, corría el riesgo de que no me llegara nunca ninguna más.

Propuse a Ed. B hacerme cargo de la traducción al alimón con mi hija Albertina, garantizando mi supervisión final a todo el texto. Al mismo tiempo, comuniqué a Salvat que mi dedicación en términos de presencia, que en ningún caso había sido establecida por contrato, sufriría durante unos meses algunos leves recortes. Las dos editoras aceptaron la situación, pero en los dos casos con una irritación no disimulada. En Salvat mi jefa me afeó en tono sarcástico mis “pequeñas infidelidades”. En Ed. B miraron con lupa mis entregas y me señalaron cada falta que encontraban con la cantinela “seguro que esto lo ha hecho tu hija”.

Así estaban las cosas, cuando un día me llamaron de Ed. B: «Lucio quiere hablar contigo, ¿te parece bien que le demos tu teléfono?» Dije que sí. Un par de días después tuve una llamada desde París. Lucio estaba preocupado por el libro. «Es que Thomas ha hecho “su” libro, no el mío. Y todos los franceses son iguales, lo que no es cosa suya no tiene importancia. Pone por ejemplo que Cascante está en la provincia de Zaragoza. Aquí esto no le llama la atención a nadie, pero lo leen en mi pueblo y me corren a gorrazos, ¿tú me entiendes?»

Le entendí. El libro de Thomas estaba lleno de inexactitudes pequeñas y de algunas contradicciones no tan pequeñas. Estaba hecho deprisa, vamos. Aproveché para comentar algunas de mis dudas a Lucio. Me llamó luego varias veces. Corregimos entre los dos algunos puntos del texto para adecuarlo a lo que él me contó. Tuve que explicarlo en la editorial, aquello no eran “errores” de traducción sino correcciones de faltas cometidas por el autor.

En la editorial se irritaron todavía más. El contrato estaba firmado entre un autor, Bernard Thomas, y un editor. Lo que hacíamos el biografiado y yo era puentear esa relación e introducir cortocircuitos.

Pero lo aceptaron. Lucio era para ellos mucho más importante desde el punto de vista del éxito del libro que el autor. Y como Lucio estaba muy contento de su relación con mi hija y conmigo, esa satisfacción consolidaba nuestro prestigio en la casa.

Así apareció “Lucio, el anarquista irreductible” (Ed. B 2001, traducción de Albertina Rodríguez Martorell y Francisco Rodríguez de Lecea). Se hicieron varias ediciones, una de ellas en formato bolsillo, en 2002, de tirada más amplia.

Pasó el tiempo. Seguí con mis trabajos. El 9 de enero de 2007 Lucio me llamó de buena mañana, no desde Francia sino desde la Estación de Francia, en Barcelona.

«Paco, estoy en Barcelona para otras cosas, pero quiero enseñarte algo. ¿Cuál es tu dirección? ¿Podemos vernos dentro de diez minutos a la puerta de tu casa?»

No conocía ni mi dirección. Le di la de la cafetería más próxima a mi casa, porque me dijo que venía en ayunas, estaba recién bajado del Talgo. Cuando bajé él estaba ya allí plantado, inconfundible: no muy alto, recio, luciendo boina, jersey gris de cremallera y pantalones de pana color miel. Mientras desayunábamos, me puso delante un paquete muy voluminoso con libros, revistas, recortes de periódico, fotocopias, fotografías y un texto manuscrito en letra grande, redonda y clara, que abarcaba 265 páginas pulcramente numeradas, más una treintena adicional que contenía algunos borradores más enmarañados sobre acontecimientos particulares.

«Mírate esto, y dime si es bastante para empezar. Quiero otra biografía, la “mía”. Le pasé todo esto a Bernard Thomas y utilizó menos del diez por ciento. Yo quiero que se publique por lo menos el setenta o el ochenta de lo que hay aquí. ¿Te parece que puedes ayudarme?»

Nos miramos los dos a los ojos. Eso pasaba el día mismo en que nos conocimos.

(Continúa mañana)