viernes, 31 de julio de 2020

CATALUNYA DISSORTADA



Restos del Castell Formós de Balaguer, foto Arqueoxarxa. Quizás una prefiguración de lo que nos espera.



En la fábrica ciertas cosas se entendían con facilidad: nadie es más que otro, se necesita el esfuerzo de todos, el controlador es un mierda, y si un compañero te pide el cambio de turno por una urgencia tú lo haces porque hoy por ti, mañana por mí, aunque él sea de Sierra Leona.

Con la desaparición de la fábrica “física”, y la generalización de las subcontratas efímeras y de las externalizaciones masivas, la solidaridad interna del grupo no encuentra cauces adecuados. Tan solo sigue vigente la defensa de los puestos de trabajo, y ahí, en el regateo, empiezan las cuestiones de que unos son más que otros: unos tienen más antigüedad; otros, más residencia; otros aún, mejores papeles.

Fuera de la “modernidad” igualadora de la fábrica, las cosas siempre fueron muy distintas. Ya Carlos Marx dejó sentado (en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”) que los pequeños propietarios agrarios no son una clase social, sino aproximadamente lo contrario: el suyo es el reino del particularismo, de los pleitos por las lindes, de la envidia y el rencor acumulados, del hacer prevalecer los derechos legales o consuetudinarios propios frente a los del vecino…

De forma asombrosa, en la Cataluña post industrial ha resucitado la mentalidad intemporal del pequeño terrateniente, su ruindad, su astucia para tirar la piedra al prójimo y esconder la mano, su recurso a los leguleyos para torcer el espíritu de las normas con el fin de conseguir una ventaja de dos palmos en la linde con el sembrado del vecino. Se ha fijado el tiempo de la reivindicación nacional en 1714, pero se está retrocediendo aceleradamente hasta la guerra de los remensas. No debe faltar mucho para que uno de nuestros nuevos viceconsellers o similar, expertos en el mundo digital y en las escuelas americanas de negocios, nos salga con la necesidad de recuperar los malos usos y el ius primae noctis en la resplandeciente República que ya se albira en la lontananza.

Existe un precedente histórico, pero solo se publicita de una manera parcial y sesgada. Don Jaume d’Urgell, el Dissortat, tuvo en Caspe el voto en contra de las nuevas élites comerciales urbanas, que no eran favorables a los métodos de gobierno “de toda la vida”, basados en la horca, el cuchillo y la bendición eclesiástica.

Don Jaume se levantó contra los Trastámara a destiempo, confiado en una milicia inglesa que nunca llegó y en el apoyo incondicional de los grandes barones catalanes.

La reacción de los grandes barones en ese trance fue digna de la teorización posterior de la Puta y la Ramoneta. Don Jaume y Don Fernando les solicitaban mesnadas y recursos en efectivo, para combatirse recíprocamente. Y los nobles catalanes respondieron de forma unánime y concertada enviando a Urgell un pelotón al mando de un sargento, y otro pelotón similar al de Antequera, al mando de otro sargento. Añadieron su pleitesía a ambos, no aportaron a ninguno de los dos dinero efectivo, e hicieron constar su promesa firme de una neutralidad exquisita en la contienda civil abierta.

Hubo una guerra medio de mentirijillas, y un asedio muy real al Castell Formós de Balaguer. Don Jaume no se lo creía: ¡pero si iba de farol! Hasta qué punto llegaba el farol, se puede deducir del hecho de que “olvidó” meter en el castillo, en el que se había propuesto resistir “hasta el final”, pólvora para su artillería. Luego mandó a su esposa, pariente de Fernando, a negociar la rendición. Solo obtuvo garantías por su vida.

Pasó el resto de su vida en prisiones castellanas, sin tercer grado ni redención de penas. El país se precipitó aceleradamente hacia la siguiente guerra civil. Son datos al alcance del Institut Nova Història y de la Generalitat, pero ambas instituciones deben de haber decidido de común acuerdo que no son significativos.