«Que se sepa que estamos en Europa. Para todo.»
Lo
decía yo aquí mismo el mes pasado (1), cuando acariciábamos la posibilidad de
que Nadia Calviño presidiera el Eurogrupo, y algunos compañeros en el
territorio de la izquierda torcían levemente el gesto porque la ministra no les
parecía lo bastante radical. (Las fuerzas de la derecha esencialista estaban
descontentas por el motivo simétricamente contrario, Calviño les parecía la
expresión acabada del populismo de los desharrapados.)
El presidente del
Eurogrupo será, en cambio, el irlandés Paschal Donohoe. Ha habido una rebelión
de los “pequeños” frente a los “grandes”, en una Unión Europea hamletiana.
Frente al “ser”, se ha optado por el “no ser”, por volver a lo ya conocido, por
más que lo ya conocido nos haya arrastrado al desastre presente. Los pequeños
privilegios de las élites financieras, la improvisación, el cortoplacismo, la melodía
pegadiza del dumping fiscal, la tremenda hipocresía de una ética calvinista en
funciones de alfombra bajo la que se oculta una basura inacabable.
No se trata de un
movimiento de largo alcance, sin embargo. No tiene un proyecto sólido detrás.
No existe una causa común para la que se ha ganado una votación, sino una
conjunción de pequeños accionistas que han querido ganar para sí mismos un poco
de tiempo antes de la llegada inminente de lo que incluso las élites financieras
(el FMI, el Banco de España en declaraciones recientes) aceptan ya como más o
menos inevitable: un nuevo orden mundial necesario para la supervivencia misma
del planeta y para la sostenibilidad de la economía. Un Green Deal.
Entonces, y mientras
se acerca el verdadero momento de la verdad, la votación de los “pequeños” para
el Eurogrupo responde más bien a una clave nostálgica. Las decisiones importantes
están en manos de otros, y la parroquia consabida de la retranca se ha reunido
en la Taberna del Irlandés para una última copa en compañía, antes de poner
rumbo a nuevas realidades. One for the
road.