Pablo Iglesias y Yolanda Díaz.
Para algunos
pensadores patapolíticos, en Galicia un electorado cerril ha preferido la
corrupción del narcotráfico al ingreso mínimo vital. Es el mismo tipo de
razonamiento que asegura que Aristóteles era un gato, porque era griego y en
Grecia hay muchos gatos.
La ministra Yolanda
Díaz, gallega, se volcó en la campaña con su clarividencia y su competencia
habituales, pero sin resultados tangibles en número de votos. Son cosas que
ocurren. Había muchos más elementos a considerar en relación con la candidatura
que defendía la ministra, y los patapolíticos los han ignorado olímpicamente. Un
pensador patapolítico (o un patapensador político, elijan el término que
prefieran) cree con la fuerza de un símbolo de la fe que todas las elecciones
de cualquier ámbito obedecen a la misma regla única, y que las consideraciones complejas
que toma normalmente en cuenta el votante, pueden reducirse a un solo elemento
crucial y definitivo, a un común denominador. Otro elemento destacado de la ciencia
patapolítica es la convicción de que una elección se asemeja a una quiniela en
el sentido de que se trata de acertar el ganador, más que de respaldarlo. Los
gallegos fallaron lamentablemente en su pronóstico. Allá ellos. No se hizo la
miel para la boca del asno, etc.
Las elecciones en
Euskadi darían para otro tratado de lo mismo, pero lo dejo aquí por falta de
espacio y de tiempo. Solo quiero resaltar que el objetivo de los votantes en
unas elecciones autonómicas no es el mismo de unas elecciones generales o
municipales. Y que son muchas las personas que consideran saludable no colocar
todos sus huevos en el mismo cesto. La idea de los equilibrios entre el todo y
sus partes está muy arraigada en la mente de los votantes. La ciudadanía de a
pie tiene en este país alma de Montesquieu: cree en los equilibrios, ve inconveniente
atribuir un poder excesivo así a los gobiernos particulares como al central. ¿Tal vez porque se trata de una ciudadanía muy escarmentada?
Por eso la victoria
de Feijoo no representa un repudio de la actuación ministerial de Díaz ni un éxito
de los planteamientos del PP nacional; como tampoco los avances del BNG suponen
un subidón de la temperatura de los nacionalismos periféricos. A la patapolítica
le gustan los ablativos absolutos y desdeña la prosa común, con el verbo
colocado entre el sujeto y el predicado. Y el atrevimiento de los modernos opinadores
es tanto mayor por cuanto con las nuevas leyes de la enseñanza han desaparecido
aquellos dómines que en las escuelas a la antigua nos ponían de cara a la pared
con unas grandes orejas de burro, para escarnio de los compañeros de clase.
He leído por ahí
tres alternativas para doña Yolanda Díaz, merecido objeto en esta última etapa
de nuestros amores. Primera, debería dimitir de todo y no dedicar más desvelos
a un pueblo inculto e incivil que no la merece. Segunda, es el momento de
proponer un recambio en la dirección de Unidas Podemos, defenestrar a Pablo Iglesias
sin tardanza y ponerla a ella en su lugar. Tercera, es venida la ocasión de
asaltar los cielos de la Moncloa, y a quien debe sustituirse es a Pedro Sánchez
porque Yolanda es mucho más guay.
La patapolítica tiene,
además de los vicios antes mencionados, el de un culto a la personalidad
desmesurado. La vieja idea de la cirugía de hierro sigue activa en muchas
mentes. Consideran una clave significativa que Yolanda Díaz haya abandonado recientemente
las filas de Izquierda Unida, y una vez la ven liberada de esas molestas ataduras,
le darían plenos poderes para materializar todos los sueños húmedos de una e-militancia
amorrada a la pantalla de su tableta u ordenador. Mucho Juego de Tronos, en definitiva.
No tan deprisa. La
ministra está haciendo un trabajo, y lo está haciendo bien. Iglesias y Sánchez
funcionan bien también, por cualidades propias y por ejercer de pararrayos de
las iras de las fuerzas fácticas y mediáticas que aborrecen todo lo que está
ocurriendo de un tiempo a esta parte. Lo que importa ahora es la perseverancia y la estabilidad.
«Aún no hemos
ganado nada», repetía una y otra vez Zinedine Zidane antes de que, ayer mismo,
cayera la Liga en su zurrón como fruta madura.
Después de plantar
la simiente, es necesario vigilar el sembrado y esperar sin descuidos el tiempo
de sazón; así lo enseñan incluso los libros sagrados. No sirve de nada querer
anticipar la cosecha con precipitaciones inoportunas, porque todo el fruto
recogido será agraz.