sábado, 25 de julio de 2020

DEFENSA DEL ESTADO FRENTE A LAS TAIFAS



Medina amurallada de Albarracín, taifa fundada por la dinastía beréber de los Banu Razin y respetuosa con el viejo orden de cosas: la élite en lo alto, el pueblo llano a sus pies.



Vuelve la moda retro. El Estado, ese cachivache inservible que ha sido durante años el blanco predilecto de las pullas de los neocons (“el mejor Estado es el que no existe, el mejor welfare es el que no existe, la mejor deuda pública es la que no existe, bienvenidos todos al fin de la Historia y al reino exclusivo y glamuroso de lo Privado, regido impecablemente por las leyes del Mercado”), el Estado, pues, está de vuelta. No el de antes, aclaro; un Estado con nuevas capacidades, con nuevos objetivos, con una función de aglutinador social que se había extraviado por el camino. También el welfare está de vuelta, con connotaciones distintas, y la deuda pública tiene de nuevo sentido, y ha llegado de pronto el fin del fin de la Historia, de la mano de un bicho diminuto que ha puesto patas arriba los dogmas ineludibles de los algoritmos del mercado.

También va a resultar que la vieja Unión Europea servía para algo. Acostumbrados al discurso del desprecio al Sur manirroto por parte del Norte ahorrativo, algunos se sorprenden de que Merkel no apoye a Rutte, como sería de cajón, y rompa una lanza por la cooperación, incluso ─en parte, sí; con condiciones, vale; ¿alguien pensaba que la reconstrucción vendría de bóbilis?─, incluso a fondo perdido en buena parte.  

Fuera sombreros. Viva Merkel, la cancillera que tiene de verdad, y no por postureo, Europa en la cabeza.

Nuestras taifas habituales, encastilladas en la defensa del viejo orden, han reaccionado tarde y mal. Primero intentaron poner palos en las ruedas de una idea tan subversiva como la solidaridad. Ahora empiezan ya a reclamar con aspavientos “lo que les corresponde” y “ni un céntimo menos”.

Vienen todas las taifas desplegadas en guerrilla, a la rebatiña. Ayer la taifa de la tauromaquia aporreó en Toledo el coche de la ministra Díaz. «Puta, cabrona, ¿qué hay de lo mío?»

Pero oigan bien los reyezuelos de taifas, los Ayuso, Torra, Moreno, Page y tutti quanti (incluida la taifa de la Zarzuela, enviciada a girar por libre): lo que les corresponde es cero patatero.

Cero patatero en tanto que reyes Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. El escenario ha cambiado. «Ya nada será igual», ¿recuerdan? Quédense con la copla. Esto va por otros carriles, depende de otros equilibrios, exige un nuevo modo de hacer las cosas. Exige una política industrial con cara y ojos, ¡por fin!

No estoy predicando una recentralización al modo como quiso imponerla don Mariano I el Augusto, restando poder a las instituciones intermedias para acumularlas a un gobierno central con vocación de parte privilegiada capaz de alzarse por la cara con el santo y la limosna.

Estoy predicando la cooperación, la puesta en común frente a la dispersión, en una España, en una Europa y en un mundo que son estrechamente interdependientes y que van a serlo todavía más. Hablaría con gusto de federalización, pero creo que no ha llegado aún el tiempo de sazón. Hablaré entonces de reequilibrio, de compromiso asumido con seriedad, de consensos, de diálogo libre en pie de igualdad entre las opciones políticas y los agentes sociales. Es decir, todas las antiguallas que estorbaban la recuperación de la economía vulnerada en 2012, y que de pronto se nos han vuelto otra vez indispensables.

Algo que suena ahora anacrónicamente rancio, disculpen que señale con el dedo, es seguir colocando como prioridad política el encaje de Cataluña en el Estado español, y promover un referéndum, pactado o no, para tal cosa.

Esa actitud supone, para expresarlo de forma metafórica, seguir encerrados en la Fase 1 del confinamiento.