Medina amurallada de Albarracín,
taifa fundada por la dinastía beréber de los Banu Razin y respetuosa con el
viejo orden de cosas: la élite en lo alto, el pueblo llano a sus pies.
Vuelve la moda
retro. El Estado, ese cachivache inservible que ha sido durante años el blanco
predilecto de las pullas de los neocons
(“el mejor Estado es el que no existe, el mejor welfare es el que no existe, la mejor deuda pública es la que no
existe, bienvenidos todos al fin de la Historia y al reino exclusivo y glamuroso
de lo Privado, regido impecablemente por las leyes del Mercado”), el Estado, pues,
está de vuelta. No el de antes, aclaro; un Estado con nuevas capacidades, con
nuevos objetivos, con una función de aglutinador social que se había extraviado
por el camino. También el welfare
está de vuelta, con connotaciones distintas, y la deuda pública tiene de nuevo
sentido, y ha llegado de pronto el fin del fin de la Historia, de la mano de un
bicho diminuto que ha puesto patas arriba los dogmas ineludibles de los
algoritmos del mercado.
También va a
resultar que la vieja Unión Europea servía para algo. Acostumbrados al discurso
del desprecio al Sur manirroto por parte del Norte ahorrativo, algunos se
sorprenden de que Merkel no apoye a Rutte, como sería de cajón, y rompa una
lanza por la cooperación, incluso ─en parte, sí; con condiciones, vale;
¿alguien pensaba que la reconstrucción vendría de bóbilis?─, incluso a fondo
perdido en buena parte.
Fuera sombreros. Viva
Merkel, la cancillera que tiene de verdad, y no por postureo, Europa en la cabeza.
Nuestras taifas
habituales, encastilladas en la defensa del viejo orden, han reaccionado tarde y mal.
Primero intentaron poner palos en las ruedas de una idea tan subversiva como la
solidaridad. Ahora empiezan ya a reclamar con aspavientos “lo que les
corresponde” y “ni un céntimo menos”.
Vienen todas las
taifas desplegadas en guerrilla, a la rebatiña. Ayer la taifa de la tauromaquia
aporreó en Toledo el coche de la ministra Díaz. «Puta, cabrona, ¿qué hay de lo
mío?»
Pero oigan bien los
reyezuelos de taifas, los Ayuso, Torra, Moreno, Page y tutti quanti (incluida
la taifa de la Zarzuela, enviciada a girar por libre): lo que les
corresponde es cero patatero.
Cero patatero en tanto
que reyes Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. El escenario ha cambiado. «Ya
nada será igual», ¿recuerdan? Quédense con la copla. Esto va por otros
carriles, depende de otros equilibrios, exige un nuevo modo de hacer las cosas.
Exige una política industrial con cara y ojos, ¡por fin!
No estoy predicando
una recentralización al modo como quiso imponerla don Mariano I el Augusto,
restando poder a las instituciones intermedias para acumularlas a un gobierno
central con vocación de parte privilegiada capaz de alzarse por la cara con el
santo y la limosna.
Estoy predicando la
cooperación, la puesta en común frente a la dispersión, en una España, en una
Europa y en un mundo que son estrechamente interdependientes y que van a serlo
todavía más. Hablaría con gusto de federalización, pero creo que no ha llegado
aún el tiempo de sazón. Hablaré entonces de reequilibrio, de compromiso asumido
con seriedad, de consensos, de diálogo libre en pie de igualdad entre las opciones
políticas y los agentes sociales. Es decir, todas las antiguallas que
estorbaban la recuperación de la economía vulnerada en 2012, y que de pronto se
nos han vuelto otra vez indispensables.
Algo que suena
ahora anacrónicamente rancio, disculpen que señale con el dedo, es seguir
colocando como prioridad política el encaje de Cataluña en el Estado español, y
promover un referéndum, pactado o no, para tal cosa.
Esa actitud supone,
para expresarlo de forma metafórica, seguir encerrados en la Fase 1 del
confinamiento.