No ha habido
desabastecimiento, ni carestía, ni un caos mayor del habitual en este país en
el que algunos tertulianos (y ministros) celtibéricos se empeñan en datar las
dificultades a partir del momento de la elección de Tsipras, como si en ella estuviera
localizada la raíz del mal y lo anterior hubieran sido tortas y pan pintado.
Se está votando ya en
todo el territorio griego cuando escribo esta nota, y esta noche sabremos cuál
es el veredicto de la gente, de la buena gente, de la gente común. Esa que unas
veces acierta y otras yerra, pero cuya decisión es soberana porque es ella la
que posee el derecho a decidir.
Hay dos imágenes
que resumen y ejemplifican lo sucedido en este país en las últimas semanas: son
la de la plaza Sintagma llena a rebosar el pasado viernes por la noche, y la de
ese hombre despatarrado en el suelo, en Salónica, llorando porque un banco le
niega un dinero que legalmente puede reclamar como suyo.
Eso es dolor. Dolor
infligido gratuitamente. Dolor inadmisible. Pregúntense ustedes por los
culpables de ese dolor, pregúntenselo muchas veces pero, por favor, no se
detengan en Tsipras como hacen nuestros tertulianos (y nuestros ministros).
Aquí sobran maestros en sacudirse las moscas con el rabo, que consideran bueno
el desahucio y perversa la violencia “generada” por quienes tratan de
detenerlo. El hombre en el suelo de Salónica es un símbolo fuerte. Averigüen
ustedes pronto qué es lo que simboliza, porque ese, en efecto, puede ser mañana
el sino común a todos nosotros.
La otra imagen es
la plaza Sintagma vibrante de una pasión multitudinaria. Mientras los
indignados son expulsados de las plazas de otras latitudes mediante leyes
mordaza, he aquí una imagen limpia, rotunda, pacíficamente democrática: un
pueblo que responde a una llamada inequívoca. Algo que provoca las burlas de
nuestros tertulianos (y de nuestros ministros), porque ellos mismos no tienen en
su interior nada de limpios, ni de rotundos, ni de pacíficos, ni de demócratas.
Les voy a contar
una pequeña anécdota de signo político. La dirección del KKE, el partido
comunista griego, ha adoptado una decisión rocambolesca, que llama del “doble
no”: no al no y no al sí. En consecuencia, prohíbe a sus militantes ir a votar
al referéndum. En la agrupación de Egaleo, los militantes forzaron en asamblea y a mano alzada una decisión
contraria: el partido ha de estar allá donde está el pueblo, y en una ocasión
como esta corresponde ir a votar. Si la dirección no tiene claro el qué, cada
cual lo decida por sí mismo. Pero el deber del ciudadano en una democracia es
votar cuando es convocado a ello.
Finalmente, saldrá
de las urnas lo que salga, y eso será aceptado por quienes creen en la
democracia. La vida y la historia son así, unas veces se gana y otras se
pierde. Puede perderse una votación, pero no el respeto a la opinión contraria,
y menos aún el respeto debido a uno mismo en tanto que ciudadano portador de
derechos y de obligaciones. Así es como se gana a largo plazo el futuro. Con
imposiciones y ninguneos, nadie gana absolutamente nada.