lunes, 6 de julio de 2015

SÍ SE PUEDE


Anoche celebramos en familia la victoria del “oji” en la terraza al aire libre de una taberna próxima a la casa de mis hijos. Brindamos con cerveza y con rakí, un aguardiente local. Después ellos fueron a Sintagma a participar en la fiesta autoconvocada espontáneamente en la plaza simbólica, y Carmen y yo, agotados no de alma pero sí de cuerpo, nos acostamos pronto porque hoy habíamos de madrugar para tomar el avión de vuelta a Barcelona.
Durante el vuelo me he solazado con el editorial de El País, titulado “Política de altura”. El País nunca defrauda mis expectativas; es un medio tan volcado en su línea editorial al respeto por los ricos y a la adoración del dinero, que ningún límite le parece suficiente cuando se trata de entregarse al culto de su religión. Manejen con cuidado la siguiente frase si no quieren abrasarse con el fuego de su indignación: «Pero es importante no dejar que el porvenir sea decidido por un grupo de demagogos en Atenas y otros muchos, a izquierda y a derecha, que querrán sumárseles en los próximos días, en varios países del continente.» ¡Vaya!
Veamos ahora más despacio cómo han actuado los demagogos, y qué crédito merecen al editorialista. Atención de nuevo, porque se está manejando potencia de alto voltaje: «La mediocridad de esa consulta, por la extraña pregunta, el corto plazo, el ambiente emocional y la gran división ciudadana es evidente. Y es aún peor si se computa no ya el alborozo de los radicales griegos, sino el deleznable apoyo del partido nazi Aurora Dorada y el repugnante aplauso del antieuropeísmo ultra simbolizado en el lepenismo: la victoria táctica de Tsipras y sus planteamientos nacional-populistas suponen una triste jornada para el europeísmo.»
Si hemos de hablar todos con la misma claridad, la jornada gloriosa para el europeísmo secundum El País debería haber sido la crucifixión solemne en el Gólgota de ese cenizo Tsipras y de su patulea de publicanos y prostitutas, mientras en el Templo del BCE se arrullaban los fariseos en sus reclinatorios con los discursos de condena entonados por Jean-Marie Colombani, Martin Schultz, François Hollande o Matteo Renzi, por no hablar ya de la secta hermanada de los levitas, que les acompañan y secundan en el mismo cometido.
Ni la pregunta fue extraña, ni el plazo corto para lo que importaba, ni apoyó en nada el partido nazi Aurora Dorada. No he conseguido ver ni un solo cartel, ni he sabido de ningún acto de campaña en el que participara; puede ser cosa mía, pero tampoco los enviados especiales de la prensa y la televisión erspañola detectaron nada parecido en los días que pasaron en Atenas cumpliendo de forma exhaustiva sus deberes informativos. Un grupo de encapuchados intentó irrumpir el viernes en la concentración del No, y fue amablemente disuadido de hacerlo por el servicio de orden. Sea ello lo que fuere, es todo lo que ha habido.
En cuanto al lepenismo, convengamos todos en que mantuvo achantada la mú hasta después de conocer el resultado de las urnas. Su aplauso será repugnante, pero es meramente anecdótico. Si los voceros del statu quo no se sienten descalificados ellos mismos por las alharacas con que celebran sus argumentos los habituales de la caverna mediática en este pleito, ¿por qué han de arrugar la nariz si doña Marine Le Pen apunta en la dirección contraria?
El triunfo del referéndum no es de los antieuropeístas sino de los del Sí Se Puede. La derrota no es tampoco del europeísmo, sino de una forma monodireccional y unidimensional de concebir Europa. Y puesto que la intención de los fariseos es la de ahogar de raíz no ya toda disidencia, sino también toda discrepancia, habremos de convenir que no son antieuropeístas, pero sí antidemócratas convictos.