Alexis
Tsipras ha conseguido
evitar el Grexit, nada menos. Pero nada más. Ha acabado por ceder, porque el
pueblo griego – que lo respaldó primero en las urnas y luego en el referéndum –
se lo ha pedido. Reformará las pensiones. Subirá el IVA. Seguirá con las
privatizaciones. Y procurará hacer milagros para afrontar la devolución del
nuevo rescate. Milagros, se hacen todos los días en Grecia; pero este en
particular puede que no sea posible. Grecia está en el fondo de un pozo hondo y
estrecho y ríspido.
Tsipras ha perdido.
Convocará nuevas elecciones, y existe la posibilidad de que los griegos le
renueven la confianza. Los griegos saben cómo estaban las cosas antes, cómo se
ha luchado por enderezarlas, qué batalla desigual se ha afrontado con un arrojo
admirable que rápidamente ha sido calificado de insolencia por los comisarios.
Los griegos lo
saben, los europeos no. Por aquí se sigue considerando el corralito como el
peor de los males posibles para una nación, pero no hay dinero que sacar ya de
los bancos griegos, no hasta que a final de mes se ingresen los salarios y las
pensiones en las escuálidas cuentas corrientes. No es el corralito, idiotas, es
la insolvencia.
Tsipras ha perdido,
¿quién ha ganado? No los españoles. Ahora sabemos que no somos propietarios
sino inquilinos de una casa de vecinos, y qué pulgas gasta la patrona. Mariano Rajoy presumía de su influencia en el cotarro para
llevar a Guindos a la presidencia del Eurogrupo,
y ahora sabemos cuál es el alcance exacto de la influencia de Rajoy, de la
influencia de España en la Unión Europea.
Toca tentarse la
ropa, caballeros. ¡Que vienen los bancos y las multinacionales, banderas
desplegadas y tambores batientes! Se va a firmar el TTIP, no va a haber cuotas solidarias
de asilo para los extracomunitarios que lleguen a nuestras costas, esta no es
una tierra de promisión sino una fortaleza hosca para salvaguarda exclusiva de
los bancos.
Tampoco han ganado los
dirigentes alemanes, creo. Los Merkel, los Schäuble, y también, para nuestra mayor desolación, los
Martin Schulz. Con Bild como bandera de una forma determinada de entender Europa. Ellos
han impuesto, no ya a los griegos sino a todos, su criterio cerrado. Contra
todas las objeciones, contra todas las componendas preconsensuadas. Y han enseñado
en el proceso su peor cara de perro, su orgullo patriótico simétrico al de los
griegos pero mucho más peligroso, porque sus mandíbulas son más fuertes y sus
colmillos más afilados. Estas exhibiciones no se olvidan de un día para otro,
todos sabemos sin equívoco posible con quién vamos a jugarnos los cuartos esta
semana próxima o la que vendrá. No es una perspectiva agradable.
Se acabó la fiesta
de Europa, compadres. El limonero de Goethe se ha marchitado. Llegan los malos
tiempos para todos.