En la etapa heroica
de la democracia, en Cataluña votábamos la marca: CiU, o PSC, o PSUC. Luego el
colectivo cedió la primacía a la personalidad, al carisma del líder: Pujol, o
Maragall, o Ribó. Ahora tiende a imponerse una táctica novedosa, la del falso ariete
encabezando una lista mix, o
alternativamente una lista fusion. Una
y otra suelen ir precedidas de procesos complejos de reconocimiento y aval
popular de los candidatos, a través de mecanismos que tienen más de
equilibrismo que de consenso. No hace falta poner ejemplos de ambas variantes.
Mariano Rajoy ha
percibido la línea de tendencia y se ha sumado a ella, pero solo a medias. Ha designado
a dedazo y sin consulta previa a las bases (ni falta que hacía) cabeza de la
lista del PP catalán a Xavier García Albiol, ex alcalde de Badalona y hombre
conocido por sus modos peculiares de abordar los problemas de la inmigración y
la marginación urbana. Rajoy le ha declarado su admiración por ser un hombre
«de ideas claras». Claras sí son, pero pocas cosas buenas más cabe decir de
ellas. Pensar en Albiol en el Palau de la Generalitat es como poner a un Cristo
un par de pistolas. El par de pistolas es el propio Albiol; el Cristo es el que
armaría ahí dentro.
La designación – a ultimísima
hora – de Albiol es la guinda que viene a coronar un curioso pastel cocinado ex
profeso y con toda clase de premuras para las próximas elecciones autonómicas
y/o plebiscitarias y/o constituyentes, que de las tres formas han sido
bautizadas, del próximo 27S en Cataluña. Si es que finalmente se convocan en
esa fecha, extremo este aún no confirmado.
Hagamos recuento.
Están en cabeza de los sondeos Junts pel Sí (Raül Romeva) y Sí es Pot (Lluís
Rabell), dos coaliciones de nombres tan evanescentes y parecidos, y con cabezas
de lista tan poco conocidos por el común de la ciudadanía, que no serían de extrañar
confusiones en el momento de elegir la papeleta. Luego vienen los outsiders. Citados
al tuntún, sin prelación de expectativas entre ellos, aparecen en este capítulo
el PSC (Miquel Iceta), Ciutadans (Inés Arrimadas), Unió Democràtica (Ramon
Espadaler), y la CUP (Antonio Baños). Se ha descartado a sí mismo de la
competición el grupo Procés Constituent, liderado por Arcadi Oliveras y Teresa
Forcades.
Es improbable que
el PP de Albiol consiga sustraer votos de ninguno de esos caladeros, exceptuado
el de Ciutadans, una opción que busca a su mismo votante-tipo pero con una
propuesta edulcorada. Para obtener un resultado apreciable, al PP no le queda otra
esperanza que hacer emerger un tipo de voto de aluvión procedente de esa
mayoría silenciosa en la que tanto confía Mariano Rajoy.
Sí, ¡pero qué
aluvión! Será, en la medida en que aflore, un voto racista, homófobo,
antiinmigración. No parece que con esa base popular vaya a ser capaz el PP de
construir una propuesta capaz de seducir a los catalanes y resanar el
tradicional mal rollo existente entre la comunidad y la administración central
del Estado. Lo más probable es que la cosa derive, una vez más, hacia los
terrenos del ajo y agua como principios curativos, y del garrotazo y tentetieso
al que se desmande. Ese es el perfil clásico de Albiol y el horizonte que han
dejado entrever las primeras declaraciones de Rajoy respecto a lo que podemos
esperar los catalanes a partir del 28S.
Quizás suene la
flauta a pesar de todo, y el señor Albiol consiga un resultado estimable. Tal
vez ese resultado sea el inicio de una recomposición del PP catalán y de un aporte
consistente de votos a las generales que se celebrarán a continuación, votos
que el presidente Rajoy va a necesitar como el agua para renovar su mandato. Al
respecto, y de momento, nuestro presidente ha modificado con urgencia el IRPF
para que todos nos beneficiemos de un puñado de calderilla en el incremento de
nuestros haberes en el segundo semestre del año, y ha subido un 1% la paga a
los funcionarios. Son medidas de manual para arañar votos pero tal vez llegan un
poco tarde, defecto achacable a esa manía de don Mariano de dejar todas las cosas
para última hora y entonces hacerlas a medias. O dicho de otro modo, de
acordarse de santa Bárbara solo cuando lleva ya un buen rato tronando, y en
lugar de encenderle un cirio probar con una cerilla.