Sobresaltos de un chivo
expiatorio (2)
Son las cuatro de
la madrugada y me encuentro en el piso noble de la sede del PP en la calle Génova
de Madrid. Me rodean las caras angustiadas y ojerosas del gabinete de crisis en
pleno, reunido de urgencia y en secreto antes de que, con la luz abrasadora del
día, llegue el momento de los preceptivos maitines. Un pelotón de GEOs ha
invadido a las dos en punto mi apartamento playero, me ha sacado de la cama con
modos abruptos pero – debo reconocerlo – exquisitamente corteses, y me ha
montado en un hidrohelicóptero militar posado en la playa. El artefacto nos ha
conducido a una base aérea en la que estaba listo ya para el despegue un Mirage
que a velocidad supersónica nos ha dejado en un abrir y cerrar de ojos en
Cuatro Vientos. Desde allí, otro helicóptero nos ha posado con suavidad en la
terraza superior de Génova. Todo ello mientras España dormía, a excepción de
los municipios en fiestas patronales, donde a esa hora se seguía bailando la
conga en las plazas mayores.
– Pero hombre,
¿cómo tiene la poca vergüenza de presentarse en este lugar en pijama? – me
apostrofa Mariano Rajoy nada más verme entrar.
– Me han dicho que
no había tiempo para esperar a que me vistiera – me excuso.
– Es verdad, el
tiempo apremia. Lo hemos traído por consejo de una alta personalidad internacional
de resonancia mundial, íntima amiga personal mía, que me ha asegurado que es
usted el mejor en su género.
– En el género del
chivo expiatorio – adivino.
– Digamos mejor del
asesor externo de intervención altruista providencial para marrones imposibles.
– Digámoslo. Y
quien me ha recomendado es Christine Lagarde.
– Nada de nombres,
por favor – me suplica Mariano –. En fin, nos encontramos en un pequeño, casi
mínimo apuro…
– ¡Mariano! –
interrumpe la vicepresidenta –. Nos encontramos ante un marrón imposible, como
acabas de decir.
– Zoraida, mujer,
no es para tanto.
– ¿Ah, no? Al borde
del Spexit, ya me dirás.
– ¿Spexit? No
comprendo – intervengo.
– Nos echan del
euro, señor del pijama a cuadros – me aclara Cristóbal Montoro –. Todo por
culpa de ese tontolhaba – y señala a Luis de Guindos, que parece en trance de
sufrir un fuerte dolor de muelas, con la cara entre las manos.
– Lo volvería a
hacer. Mil veces lo volvería a hacer – declara Guindos fervoroso, mandíbula
tensa, entre dientes.
– Hablen de uno en
uno, por favor, que no me aclaro – suplico.
La vicepresidenta
Santamaría hace de portavoz, y así me entero de que, después de la fatídica
votación para la presidencia del Eurogrupo, Guindos se introdujo de forma
subrepticia en el despacho de Bruselas que habría sido el suyo de haber tenido
los apoyos suficientes que en definitiva le faltaron, y con una navajita suiza
rayó en el tablero pulido del escritorio art-déco de su rival el siguiente
mensaje: “Diselblón es un cabrón.”
– Lo volvería a
hacer – insiste Guindos, con un brillo fanático en la mirada.
– Lo que más
molestó a Dijsselbloem no fue el calificativo, sino ver su apellido mal escrito
– concluye Soraya –. Y quiere echarnos de la moneda única.
– ¿Solo por eso? –
pregunto.
– Están muy
crecidos – me confirma ella –. Es una catástrofe.
– No exageres,
Zoraida – interviene Rajoy –. Un pequeño contratiempo, apenas un leve rasguño.
– ¡Mariano, por la
Virgen! ¡No empieces otra vez! ¡Desciende a tierra firme! – exclaman todos a
coro.
– Pues yo veo
brotes verdes – se excusa Rajoy.
Santamaría sigue
explicándome. Es ahí donde intervengo yo. En una aparición pregrabada para una
videoconferencia me haré pasar por un turista de paso en la capital europea,
que entró por casualidad en el despacho cuando buscaba los lavabos, y tuvo la
ocurrencia de dejar un mensaje gamberro. Algo sin mayor trascendencia, que
ofreceré arreglar amistosamente con el envío espontáneo al preboste holandés de
un jamón pata negra, media docena de botellas de sangría marca “Embrujo de
España” y dos entradas de palco para la inauguración de la Liga de fútbol en el
Santiago Bernabeu.
– Naturalmente –
añade Soraya –, nosotros correremos con los gastos.
– Y yo ¿qué salgo
ganando en este asunto? – pregunto. Mi pregunta provoca un salto vertical de
unos ochenta centímetros del ministro del Interior señor Fernández Díaz, hasta
el momento postrado en su poltrona sin pronunciar palabra.
– ¿Cómo? ¿No serás
uno de esos catalanes malnacidos que no actúan por patriotismo sino solo por
interés crematístico? – me acusa con el índice extendido.
– Pues sí – le
contesto sin pestañear.
El ministro se
derrumba en su sillón, dando las boqueadas.
– Un abertzale –
consigue murmurar con voz estrangulada. Santamaría vuelve a tomar el mando de
las operaciones.
– Todo previsto.
Nuestro nuevo tesorero le pasará un sobre con la tarifa habitual para chivos
expiatorios de primera clase, más un par de billetes extra en concepto de
dietas por desplazamiento y plus de nocturnidad.
– Pero no va a
funcionar – argumento –. Ya declaré por videoconferencia ante el Eurogrupo hace
menos de dos días. Me reconocerán.
– Lo arreglamos con
un tinte de pelo, un recorte de bigote, patillas postizas y unas gafas negras.
– Yo no estuve en
Bruselas.
– Se han hecho las
modificaciones oportunas en los listados informatizados de viajeros de la
compañía Iberia.
– Pero mi nombre…
– Lo hemos disimulado
convenientemente. No va a constar el nombre de pila, y hemos introducido una
ligera modificación en el segundo apellido.
– Entonces, ¿cómo
voy a llamarme?
– Rodríguez Rato.
No encuentro más
objeciones, y además llevo toda la noche en blanco y me muero de sueño. No
pueden grabarme en pijama a cuadros, tengo que ponerme algo más formal, y desde
guardarropía nos envían un disfraz de baturro, con faja, alpargatas, chaleco corto
abierto y cachirulo en la cabeza. Con las gafas negras y las patillas postizas
añadidas, me parezco al pirata Sandokan. Un Sandokan borroso, un poco art-déco.
Me llevan al
estudio donde grabaremos mi intervención para la videoconferencia. Voy pensando
en lo que me espera aún: helicóptero, Mirage, hidrohelicóptero y pelotón GEO
hasta la puerta de mi apartamento. Les va a salir por un pastón el truco del
chivo expiatorio, pero dice Rajoy que no importa, que lo sacarán de los fondos de
compensación de la seguridad social.
Bibliografía recomendada
Frantz Roderitz von
Letzen, Consideraciones sobre el
paradigma, las técnicas y las funciones típicas y/o atípicas del chivo
expiatorio en el contexto del pensamiento neoliberal de las economías
capitalistas occidentales avanzadas. Un estudio interdisciplinar. Ed. Prensas
de la Universidad Libre Neomasónica de Worms (de próxima aparición).
Daniel Pennac, La felicidad de los ogros. Mondadori,
Barcelona 2000. Trad. de Manuel Serrat Crespo.