Leídas desde
Atenas, me escandalizan pero no me sorprenden las diatribas unánimes de los
medios digitales españoles contra Alexis Tsipras.
No es que no entiendan su postura, es que hacen esfuerzos beligerantes por no
entenderla; por declararla incoherente e incomprensible. Argumentan contra la
pregunta del referéndum, desde el presupuesto falso de que se trata de un Sí o
un No a Europa que se intenta disfrazar con retóricas ambiguas. El referéndum
es un sí o un no a la sinfonía,
delicioso nombre griego para denominar a un acuerdo. Los medios reprochan a
Tsipras entonces que haya dado el sí a una parte de la sinfonía, y siga
pidiendo el no al conjunto. Pero ese doble movimiento es una respuesta al
presidente europeo Jean-Claude Juncker, que la
misma tarde del anuncio del referéndum envió al gobierno griego una
modificación de los términos que apenas unas horas antes le habían sido
presentados como un ultimátum innegociable. Tsipras no desea ser acusado de
cerrazón; da su acuerdo a algunas mejoras de la oferta de la troika, pero no a dicha
oferta en su conjunto.
Nada de todo ello
importa demasiado; tampoco la nueva condición de moroso del Estado griego. Tan
cierto como que los medios españoles (Brunete mediática y otros, a priori
alineados en posiciones diferentes) están disparando por elevación contra
Podemos mediante Tsipras interpuesto, igualmente cierto es que los frentes
reales de la batalla griega están situados en cotas diferentes de las que se
publicitan. El escenario global ejemplifica el filo de la navaja por el que se ve
obligada a circular cualquier opción política que se proponga poner en cuestión
el statu quo, o dicho de otra forma, al establishment.
Ha contado Ianis Varoufakis que cuando, en respuesta al ultimátum
(que al parecer no lo era) de la troika (que tampoco se llama ya así), anunció el
recurso al referéndum, la señora Christine Lagarde,
esa sublimación analógica de Cruela
Devil, tuvo uno de sus característicos golpes de soberbia y de mal
genio. Se levantó y dijo: «Seguiremos la negociación cuando haya adultos
sentados a esta mesa.»
No conviene
quedarse en la anécdota, porque el significado de la misma se sitúa más allá.
Al fin y al cabo, Varoufakis puede presumir del apoyo a sus posiciones por
parte de adultos muy significados en la escena mundial: Krugman, Stieglitz, Piketty, Habermas, y últimamente incluso Barack Obama. Y Lagarde, que merece calificativos muy
duros pero no el de tonta, lo sabe muy bien.
El problema del
impasse que está viviendo Grecia no son entonces los términos concretos de la sinfonía, sino las personas que están
sentadas a la mesa. Alguien debió de soplarle la consigna a Mariano Rajoy, que por lo común no se entera de la
realidad, porque desde Bruselas lanzó el siguiente mensaje, de una complejidad inhabitual
en él: «Sería bueno que ganara el sí y el señor Tsipras dejara su puesto a un
gobierno distinto con el que acordar las condiciones para la cómoda permanencia
de Grecia en Europa», etc.
Es la posición
oficial de Angela Merkel. Primero el referéndum,
luego la negociación. Desde la Casa Blanca esperan también los resultados, en
una calma tensa. Obama no va a permitir en ningún caso el descuelgue de Grecia,
el Grexit, no por ninguna
razón de orden económico, sino por motivos geopolíticos. Existe ya un conflicto
indeseado en el flanco oriental de la OTAN, con Ucrania, y el flanco sureste es
de por sí lo bastante delicado como para no descuidarlo. Grecia, miembro de la
OTAN, tiene un presupuesto militar absolutamente desproporcionado con sus
dimensiones como país; pero los recortes en ese presupuesto están vetados por
la superioridad geoestratégica, en la “sinfonía” en curso. Detrás de Atenas,
tan solo un poco más allá, están Damasco, Bagdad, el Estado Islámico, el
problema kurdo y los pozos petrolíferos de los emiratos. No es admisible tocar
una ficha de ese dominó porque no se sabe las que podrían caer detrás.
La torpeza de
Merkel y Schäuble a partir de 2007, su odiosa labor de cobradores del frac de
una deuda tan impagable como insignificante a escala global, ha empujado a la indignación
democrática del pueblo griego y ha llevado a Syriza al gobierno. Se han colado
intrusos en la casa, y los amos del cotarro se han visto obligados a asumir la
tarea ingrata de recoger velas en esta desgraciada historia. Lagarde está
dispuesta a ser mucho más amable en los términos de la deuda griega y de su
sólida permanencia en la Unión Europea. Amable sí, pero no con Tsipras. A
Tsipras, ni agua.