Estamos intentando
manejar, entre Javier Aristu y yo mismo, la traducción, de una gran complejidad
de matices e inflexiones, de la conferencia que impartió Bruno Trentin en el
Instituto Gramsci de Turín, en noviembre de 1997. Hay ahí claves de
interpretación de cosas que están ocurriendo en la política de hoy mismo, y
señales de tráfico urgentes que vienen a indicar por dónde se perdió el camino
que conducía al futuro.
Quizás haya sido
precipitado empezar a comentar el texto antes de darlo a conocer al lector en
su integridad. Es lo que yo he hecho con los dos primeros parágrafos. Ahora me
llega un pescozón cariñoso de José Luis López Bulla (ver http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/07/vias-heterodoxas-de-la-izquierda.html),
que no enmienda (por fortuna) la totalidad de mis reflexiones, pero sí discute
el que yo haya calificado de «vías secundarias» al socialismo intentos de construcción
teórica y de praxis tales como los de Rosa Luxemburgo, los wobblies americanos,
los guildistas ingleses, y otros.
Debo decir en honor
a la verdad que ya antes, en un paso de correspondencia privada, me había deslizado
yo inadvertidamente hacia ese pecado de minusvaloración, con lo que provoqué un
tremendo marramiau de mi buen amigo José Luis. Llueve pues sobre mojado. Con mi
frase intentaba enmendar el anterior resbalón. La clave de ese feo calificativo
(“secundarias”) puede encontrarse en una frase del párrafo anterior. La
transcribo: «Otros testimonios surgidos
del mundo del trabajo y del pensamiento de la izquierda hacia la misma época o
más tardíos se vieron aparcados de malos modos en el arcén de la gran avenida
de la ortodoxia socialista.» Es entonces en clave
irónica, y al constatar adónde ha ido a desembocar la «gran avenida de la
ortodoxia socialista» – a un pantanal en medio de la nada –, cuando señalo lo
interesante que puede resultar la exploración de (entiéndase) las que fueron en su momento despreciadas
como vías secundarias o incluso como callejones sin salida
¿Por qué puede
tener interés esa relectura de pensamientos y prácticas que se descalificaron
en algún momento como obsoletos? Los siguientes parágrafos de la conferencia de
Trentin lo señalan. Fueron intentos que situaron en el terreno del centro de
trabajo los conflictos sociales por el «poder». Se trataba evidentemente de un poder
limitado y urgente, aquel que reclaman “aquí y ahora” los trabajadores y las
trabajadoras de carne y hueso (no la fuerza de trabajo abstracta del fordismo,
sino las personas concretas, con su cultura a cuestas, su oficio, su
experiencia, su saber hacer, su orgullo profesional) en el interior de un
proceso productivo heterodirigido, y cuya lógica última y dirección ajena no se
cuestiona sino en la medida en que afecta a ese círculo íntimo de autonomía que
«empodera» al trabajador al hacerlo «dueño» en cierta medida del producto que
está contribuyendo a crear.
Porque la
perversión última de la llamada “organización científica” de la producción
consiste en que no solo se despoja al trabajador/ra del producto de su
actividad, sino además de su pericia técnica, de su oficio, de aquello que
constituye el andamiaje mismo de su personalidad social, de su carácter, y la
justificación del lugar concreto que ocupa en el mundo.
Las lacras de la
desvalorización del trabajo y su deshumanización, fueron aceptadas de forma
acrítica en unos casos, consciente en otros, por la corriente ampliamente mayoritaria
de un socialismo desentendido de la sociedad civil y atento solo a la conquista,
o al control, o a la cuota de participación que podía arañar en los laberintos
de un Estado cada vez más omnímodo y finchado. Y esa aceptación del “mal menor”,
esa renuncia a la lucha por la hegemonía, esa “revolución pasiva”, tuvo
consecuencias incalculables. Resultaron baldíos a partir de ahí todos los
esfuerzos teóricos y críticos del movimiento obrero por superar el horizonte del
mismo capitalismo que había generado en su propio beneficio esa desvalorización
y esa deshumanización.
Y es por esa razón por
lo que conviene volver a consultar a quienes en su
momento no fueron escuchados suficientemente: a los rebeldes, los heterodoxos, los protestatarios,
los libertarios.