jueves, 9 de julio de 2015

VÍAS SECUNDARIAS


Estamos intentando manejar, entre Javier Aristu y yo mismo, la traducción, de una gran complejidad de matices e inflexiones, de la conferencia que impartió Bruno Trentin en el Instituto Gramsci de Turín, en noviembre de 1997. Hay ahí claves de interpretación de cosas que están ocurriendo en la política de hoy mismo, y señales de tráfico urgentes que vienen a indicar por dónde se perdió el camino que conducía al futuro.
Quizás haya sido precipitado empezar a comentar el texto antes de darlo a conocer al lector en su integridad. Es lo que yo he hecho con los dos primeros parágrafos. Ahora me llega un pescozón cariñoso de José Luis López Bulla (ver http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/07/vias-heterodoxas-de-la-izquierda.html), que no enmienda (por fortuna) la totalidad de mis reflexiones, pero sí discute el que yo haya calificado de «vías secundarias» al socialismo intentos de construcción teórica y de praxis tales como los de Rosa Luxemburgo, los wobblies americanos, los guildistas ingleses, y otros.
Debo decir en honor a la verdad que ya antes, en un paso de correspondencia privada, me había deslizado yo inadvertidamente hacia ese pecado de minusvaloración, con lo que provoqué un tremendo marramiau de mi buen amigo José Luis. Llueve pues sobre mojado. Con mi frase intentaba enmendar el anterior resbalón. La clave de ese feo calificativo (“secundarias”) puede encontrarse en una frase del párrafo anterior. La transcribo: «Otros testimonios surgidos del mundo del trabajo y del pensamiento de la izquierda hacia la misma época o más tardíos se vieron aparcados de malos modos en el arcén de la gran avenida de la ortodoxia socialista.» Es entonces en clave irónica, y al constatar adónde ha ido a desembocar la «gran avenida de la ortodoxia socialista» – a un pantanal en medio de la nada –, cuando señalo lo interesante que puede resultar la exploración de (entiéndase) las que fueron en su momento despreciadas como vías secundarias o incluso como callejones sin salida
¿Por qué puede tener interés esa relectura de pensamientos y prácticas que se descalificaron en algún momento como obsoletos? Los siguientes parágrafos de la conferencia de Trentin lo señalan. Fueron intentos que situaron en el terreno del centro de trabajo los conflictos sociales por el «poder». Se trataba evidentemente de un poder limitado y urgente, aquel que reclaman “aquí y ahora” los trabajadores y las trabajadoras de carne y hueso (no la fuerza de trabajo abstracta del fordismo, sino las personas concretas, con su cultura a cuestas, su oficio, su experiencia, su saber hacer, su orgullo profesional) en el interior de un proceso productivo heterodirigido, y cuya lógica última y dirección ajena no se cuestiona sino en la medida en que afecta a ese círculo íntimo de autonomía que «empodera» al trabajador al hacerlo «dueño» en cierta medida del producto que está contribuyendo a crear.
Porque la perversión última de la llamada “organización científica” de la producción consiste en que no solo se despoja al trabajador/ra del producto de su actividad, sino además de su pericia técnica, de su oficio, de aquello que constituye el andamiaje mismo de su personalidad social, de su carácter, y la justificación del lugar concreto que ocupa en el mundo.
Las lacras de la desvalorización del trabajo y su deshumanización, fueron aceptadas de forma acrítica en unos casos, consciente en otros, por la corriente ampliamente mayoritaria de un socialismo desentendido de la sociedad civil y atento solo a la conquista, o al control, o a la cuota de participación que podía arañar en los laberintos de un Estado cada vez más omnímodo y finchado. Y esa aceptación del “mal menor”, esa renuncia a la lucha por la hegemonía, esa “revolución pasiva”, tuvo consecuencias incalculables. Resultaron baldíos a partir de ahí todos los esfuerzos teóricos y críticos del movimiento obrero por superar el horizonte del mismo capitalismo que había generado en su propio beneficio esa desvalorización y esa deshumanización.
Y es por esa razón por lo que conviene volver a consultar a quienes en su momento no fueron escuchados suficientemente: a los rebeldes, los heterodoxos, los protestatarios, los libertarios.