Esta es la cuestión
precisa que plantea José Luis López Bulla en un
post reciente de su blog: «¿Qué nexo establecen los programas políticos y
sociales con las consecuencias de estas transformaciones [tecnológicas] en la condición concreta de trabajo y de vida de las
personas de carne y hueso?» (Ver en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/07/las-izquierdas-y-la-innovacion.html)
Se refiere José
Luis a los programas de las diversas izquierdas, pero bien podemos dejarnos en
esta grave cuestión de las clasificaciones geográficas al uso. Al fin y al cabo
la “condición concreta de trabajo y de vida” va más allá de una cuestión de
colocación de los grupos parlamentarios en el hemiciclo. Afecta a la
centralidad; más aún, a la totalidad de la sociedad organizada, en el
sentido de que implica tanto a empleados/as como a empleadores. Por eso es
tanto más extraño que los programas políticos y sociales de todos los acimuts de
la rosa de los vientos, incluidos los de derechas e izquierdas, los soberanistas
y los sucursalistas, amén de otras hierbas, pasen de puntillas sobre unas transformaciones
cataclismáticas y evidentes, preñadas de consecuencias para los hombres y las
mujeres reales, vivos, de nuestro tiempo.
Si no se hace
política para las personas de carne y hueso, ¿para qué y para quién se hace
entonces la política? Lo cual me lleva a otra lectura reciente y excelente de
otro amigo entrañable de largo tiempo, Quim González Muntadas (Ver en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/07/para-que-la-independencia-de-catalunya.html).
Nuestros políticos se parecen a esos futbolistas que, borrachos de balón,
pierden de vista la portería contraria y se regatean a sí mismos. Quieren que
les sigamos a toda costa en sus iluminaciones y sus vericuetos tácticos, con
olvido de que lo que justifica su existencia es la atención a la cosa pública,
y que la cosa pública es reducible al bien común de las personas de carne y
hueso.
Hacer abstracción, en
los planteamientos de la política o en las perspectivas del sindicalismo
confederal, de algo que afecta a la cotidianidad de las personas, y más allá de
su cotidianidad, a su razón misma de “ser-en-el-mundo”, no es dejarse para el
curso próximo una de las asignaturas del próximo septiembre; es echar por la
borda toda la carrera desde el principio, desde el abecé mismo.
La advertencia va
especialmente dirigida a las opciones más novedosas y flamantes de nuestra
panoplia política. No vale la pena advertir de nada a quienes chapotean desde
hace años en el mismo pantanal; ellos ya saben lo que hay, y lo que van a
encontrar. Pero a quienes aspiran a sucederles y sobre todo a enmendarles, les convendrá
una larga zambullida previa en los saberes concretos del modo de producción de
bienes y servicios, de la organización del trabajo, de las distintas
modalidades de prestación de ese trabajo y de las modificaciones, cautelas,
garantías y salvaguardas que convendría implantar para una adaptación mejor,
más justa y flexible, de los viejos modos de proceder a las nuevas
circunstancias inducidas por el nuevo escalón tecnológico y sus secuelas.
Es una cuestión de
democracia; de democracia directa, la que más apetece a las nuevas vanguardias.
Pero si siguen presos de la idea falsa de que el mundo del trabajo es una
cuestión privada que no afecta a los grandes objetivos de la política y de la
ciudadanía, ni van a cambiar la política, ni van a cambiar la ciudadanía, ni las
perspectivas, ni el país. Y dentro de equis tiempo, se van a oír dedicar la
misma cantinela que recitan ahora: «No nos representan.»