sábado, 11 de julio de 2015

EL OBJETOR


Un toro de nombre Curioso I, de la ganadería abulense de don José Escolar Gil, ha decidido esta mañana objetar el encierro de Pamplona; se ha dado media vuelta apenas recorridos cien metros de la Cuesta de Santo Domingo, ha retrocedido en solitario con un trotecillo desafiante y la cabeza muy alta, y ha curioseado por los alrededores hasta que le han abierto de nuevo el portón del corral y se ha colado dentro. Todo lo cual ha sucedido mientras uno de sus hermanos, en su carrera ciega y desaforada hacia la plaza, corneaba con saña en el muslo a un mozo atrapado entre el gentío y una barrera.
Sí, veo muy poca televisión, pero uno de los acontecimientos que desde hace años no me pierdo son los encierros de los sanfermines. Aborrezco las series porque dependen de un guión que, o bien es previsible, o intenta sorprender al espectador con trucos tan efectistas que reclaman tragaderas demasiado amplias. Hay pocas películas que me apetezca volver a ver, y casi nunca son esas las que pasan en prime time (para verlas de madrugada tendría que perder el sueño, y no me compensa el sacrificio). De modo que limito mi condición de espectador a los noticieros, algunos deportes y, last but no least, los sanfermines, un espectáculo ideal en la medida en que dura poco, sigue un reglamento fácil de entender, y deja amplia cabida a lo imprevisible.
Lo imprevisible ha tomado hoy el nombre de Curioso I. Al soldado de reemplazo, en las antiguas ordenanzas militares, se le suponía el valor. Del mismo modo, de un toro bravo, producto de una sabia hibridación de sangres para preservar sus caracteres ancestrales, y de una crianza idílica en la dehesa para que no degenere en un animal resabiado y demasiado peligroso, se supone que embestirá alegremente cualquier bulto que se le ponga por delante. Curioso I se ha comportado de otro modo. ¿Debemos suponer que el cerebro de estos animales, hasta ahora francamente minusvalorado por la ciencia, es capaz de razonar, de sacar conclusiones, de decidir entre hacer o no hacer algo, de abstenerse de una conducta determinada incluso en contra de una presión ambiental prácticamente irresistible?
Me he interesado por el destino inmediato de Curioso I. Lo llevarán a la plaza, por otras vías, y será lidiado esta tarde. No evitará el destino ya decidido para él en los albaranes administrativos de un contrato de compraventa. Yo lo habría indultado y lo habría puesto en manos de científicos capaces de evaluar y medir sus capacidades cognitivas y la posibilidad de existencia, en su corpachón de res brava, de una chispa divina de albedrío.
Está claro, sin embargo, que con las limitaciones actuales de presupuesto para la investigación, mis buenos deseos no son otra cosa que el sueño de una mañana de verano.