Un toro de nombre
Curioso I, de la ganadería abulense de don José Escolar Gil, ha decidido esta
mañana objetar el encierro de Pamplona; se ha dado media vuelta apenas recorridos cien
metros de la Cuesta de Santo Domingo, ha retrocedido en solitario con un
trotecillo desafiante y la cabeza muy alta, y ha curioseado por los alrededores
hasta que le han abierto de nuevo el portón del corral y se ha colado dentro.
Todo lo cual ha sucedido mientras uno de sus hermanos, en su carrera ciega y desaforada
hacia la plaza, corneaba con saña en el muslo a un mozo atrapado entre el
gentío y una barrera.
Sí, veo muy poca
televisión, pero uno de los acontecimientos que desde hace años no me pierdo
son los encierros de los sanfermines. Aborrezco las series porque dependen de
un guión que, o bien es previsible, o intenta sorprender al espectador con
trucos tan efectistas que reclaman tragaderas demasiado amplias. Hay pocas
películas que me apetezca volver a ver, y casi nunca son esas las que pasan en
prime time (para verlas de madrugada tendría que perder el sueño, y no me
compensa el sacrificio). De modo que limito mi condición de espectador a los
noticieros, algunos deportes y, last but
no least, los sanfermines, un espectáculo ideal en la medida en que dura
poco, sigue un reglamento fácil de entender, y deja amplia cabida a lo
imprevisible.
Lo imprevisible ha
tomado hoy el nombre de Curioso I. Al soldado de reemplazo, en las antiguas
ordenanzas militares, se le suponía el valor. Del mismo modo, de un toro bravo,
producto de una sabia hibridación de sangres para preservar sus caracteres
ancestrales, y de una crianza idílica en la dehesa para que no degenere en un
animal resabiado y demasiado peligroso, se supone que embestirá alegremente cualquier
bulto que se le ponga por delante. Curioso I se ha comportado de otro modo. ¿Debemos
suponer que el cerebro de estos animales, hasta ahora francamente minusvalorado
por la ciencia, es capaz de razonar, de sacar conclusiones, de decidir entre
hacer o no hacer algo, de abstenerse de una conducta determinada incluso en
contra de una presión ambiental prácticamente irresistible?
Me he interesado
por el destino inmediato de Curioso I. Lo llevarán a la plaza, por otras vías,
y será lidiado esta tarde. No evitará el destino ya decidido para él en los
albaranes administrativos de un contrato de compraventa. Yo lo habría indultado
y lo habría puesto en manos de científicos capaces de evaluar y medir sus
capacidades cognitivas y la posibilidad de existencia, en su corpachón de res
brava, de una chispa divina de albedrío.
Está claro, sin
embargo, que con las limitaciones actuales de presupuesto para la investigación,
mis buenos deseos no son otra cosa que el sueño de una mañana de verano.