Sobresaltos de un
chivo expiatorio (6)
Luis de Guindos no
debió de tomar el Mirage de vuelta anoche, porque leo en el periódico que esta
tarde da una conferencia en el Círculo de Economía barcelonés. Allí estoy,
puntual como un clavo a pesar de los rutinarios retrasos en la línea férrea de
Cercanías. La entrada al Círculo es por invitación, de modo que me veo obligado
a esperar en la acera de la calle Provenza, delante de la puerta modernista del
templo de la sabiduría neoliberal.
Cuando aparece el
ministro, me abro paso a codazos y me pongo en primera fila de modo que me vea.
Es una técnica que he aprendido de los periodistas de la tele. Uno en
particular es mi favorito, se llama Gonzo. Procuro imitarlo en todo.
– Buenas tardes,
don Luis. ¿Alguna declaración?
– Nada que comentar
– me responde con cara de vinagre. Me ha reconocido.
– Alguien lo vio,
don Luis – insisto. Él me enseña muy tieso el dedo corazón de la mano derecha y
entra en el edificio. Sus guardaespaldas, los mossos d’esquadra y algunos oficiosos
creyentes convencidos de las bondades neoliberales me empujan a un lado. No me
queda más remedio que esperar al final de la conferencia. Me reafirmo a mí
mismo con la idea de que eso es lo que Gonzo habría hecho.
Dos horas y media
después (¡dos horas y media discurseando sobre la reactivación económica! ¿Qué
puede haberles contado en un lapso de tiempo tan grande?), reaparece Guindos en
la puerta, más custodiado si cabe que antes por gorilas, maderos y una extensa
colección de chicos y chicas de la prensa que le piden sus opiniones sobre
temas diversos con las cebollas en ristre. Consigo a pesar de todo cortarle el
paso.
– ¿Hablamos en
privado o le cuento yo lo que hay delante de todos estos micrófonos abiertos? –
pregunto.
El ministro pone
cara de susto. Me toma del brazo, se vuelve a cuchichear un momento con el
probable baranda de seguridad, y me susurra:
– Suba detrás de mí
al coche. Hablaremos, pero solo cinco minutos. No tengo tiempo de más.
No son cinco
minutos sino algo más de ocho y medio, debido al tráfico en el centro de
Barcelona, pero cuando me apeo en el chaflán de Aragón-Aribau y el ministro
sigue viaje rumbo al aeropuerto, estas son las noticias que he podido reunir:
Luis de Guindos
asistió la noche del 12 al 13 de julio a una party en la mansión de los
Niarchos. «A usted le hablan de Grecia y automáticamente piensa en tipos desharrapados
como Tsipras o Varoufakis, pero le aseguro que también puede uno encontrar allí
a personas refinadas, encantadoras, bien informadas. ¡E influyentes! No olvide
que en esos días yo estaba en campaña electoral off the record por la presidencia del Eurogrupo. Necesitaba
arrancar votos de las peñas. Ese Diselblón es un cabrón.» Ha dicho la última
frase de un modo que se notaba que le salía del fondo del alma. «Estoy informado de esa opinión suya», he asentido
yo.
Guindos volvió al
hotel pasadas las cuatro y media de la madrugada. Entró en su habitación por la
puerta normal, la que da al pasillo noble. Lo primero que vio al entrar fue el
joyero Louis Vuitton encima de la mesilla de noche.
«¿Era el joyero
auténtico o el ful?», le he preguntado. «Qué quiere que le diga. Eso debería
preguntárselo a mi mujer.» Fuera el verdadero o el falso, ignoraba que
perteneciese a Lagarde y lo que se le ocurrió de inmediato fue que aquella era
una trampa tendida por su rival holandés. «No vea la de zancadillas retorcidas que
tuve que evitar en el último mes. ¿Le he dicho ya que ese tipo es un cabrón con
pintas?» «Me lo ha dicho.» De modo que tal como estaba vestido, con la corbata
anudada al cuello de la camisa y la flor en el ojal, tomó la llave de las puertas
de escape al corredor, salió con el joyero, abrió con cuidado la puerta de la
suite de su rival, comprobó por los ronquidos regulares que el cabrón con
pintas estaba adormecido, dejó el paquete sobre la mesita de noche y se volvió
de puntillas a su cuarto. Fin de la escena.
– Hum – he comentado
yo.
– No me cree.
– No es eso. Ocurre
que su historia tiene que encajar en otra de tono muy diferente. No hay un
joyero en danza, sino dos. Aún no sabemos quién se llevó el auténtico de la
suite de Lagarde, ni de dónde salió el otro, el falso. Aún no sabemos qué ha
sido del primero. Demasiados cabos sueltos.
– Le he contado
todo lo que sé.
Me entretengo en
plantearme distintas hipótesis en el tren de regreso. Al bajarme en la estación
de Sant Pol, es ya noche cerrada pero el holograma Cary me espera paciente
debajo de una farola. Viste gabardina ceñida con cinturón y va tocado con un
sombrero de ala flexible. Tiene un aire a Bogart en Casablanca.
– ¿Tendremos
conferencia mañana? – le pregunto.
– No. Le traigo
grandes noticias. Su concurso ya no es necesario. Ha aparecido el joyero
auténtico y la ladrona ha sido detenida.
– ¿Puede explicarse
un poco más?
– Con mucho gusto.
La kiria Irení Papadostulu, cincuenta y dos años, de profesión limpiadora,
intentó ayer vender el joyero en peso, con todo su contenido, a un comerciante
de baratijas de Plaka. Intervino la policía, y fue detenida. Declaró haber
encontrado el cuerpo del delito al vaciar un contenedor de basuras en los bajos
del hotel en cuestión. Por supuesto, no ha sido creída. Tuvo la ocasión, los
medios y el motivo: es pobre como una rata, dicho sea en confianza. El caso
está cerrado.
– De eso nada – le
contradigo –. Quiero que me organice una videoconferencia mañana mismo. Hablaré
con Frau Merkel en persona, sin testigos. Comuníqueselo a ella y pídale que
esté preparada para escucharme. Temprano, hacia las nueve y media, nadaré hacia
mar abierto con mi “inimitable estilo crol setentón”. Envíe a alguien a
recogerme. Dada la diferencia horaria con Berlín, la hora será cómoda para la
cancillera.
El holograma Cary
ríe como si le estuviera contando un chiste.
– Usted no sabe lo
que está pidiendo.
– Usted, tampoco.
Dígale a Frau Merkel que si no me escucha ella, le contaré lo que sé directamente
a Mistress Lagarde. Déjeselo claro. Oiga, yo soy un humilde chivo expiatorio,
de acuerdo, pero no me chupo el dedo.
El holograma Cary
se difumina en la noche, y yo subo a mi apartamento.
– ¿Cómo te ha ido
con Guindos? – me pregunta Carmen.
– Esos cabrones de
mierda se van a enterar de una vez de lo que vale un peine – contesto,
desabrido.
Luego reflexiono
que debo cuidar mi lenguaje. Estoy empezando a hablar como un ministro.
(Concluirá mañana)
Nota.- El lector interesado puede consultar los capítulos
anteriores de este serial real como la vida política misma (es decir, nada en
absoluto), en: