martes, 28 de julio de 2015

CÍRCULO VICIOSO


Sobresaltos de un chivo expiatorio (6)

Luis de Guindos no debió de tomar el Mirage de vuelta anoche, porque leo en el periódico que esta tarde da una conferencia en el Círculo de Economía barcelonés. Allí estoy, puntual como un clavo a pesar de los rutinarios retrasos en la línea férrea de Cercanías. La entrada al Círculo es por invitación, de modo que me veo obligado a esperar en la acera de la calle Provenza, delante de la puerta modernista del templo de la sabiduría neoliberal.
Cuando aparece el ministro, me abro paso a codazos y me pongo en primera fila de modo que me vea. Es una técnica que he aprendido de los periodistas de la tele. Uno en particular es mi favorito, se llama Gonzo. Procuro imitarlo en todo.
– Buenas tardes, don Luis. ¿Alguna declaración?
– Nada que comentar – me responde con cara de vinagre. Me ha reconocido.
– Alguien lo vio, don Luis – insisto. Él me enseña muy tieso el dedo corazón de la mano derecha y entra en el edificio. Sus guardaespaldas, los mossos d’esquadra y algunos oficiosos creyentes convencidos de las bondades neoliberales me empujan a un lado. No me queda más remedio que esperar al final de la conferencia. Me reafirmo a mí mismo con la idea de que eso es lo que Gonzo habría hecho.
Dos horas y media después (¡dos horas y media discurseando sobre la reactivación económica! ¿Qué puede haberles contado en un lapso de tiempo tan grande?), reaparece Guindos en la puerta, más custodiado si cabe que antes por gorilas, maderos y una extensa colección de chicos y chicas de la prensa que le piden sus opiniones sobre temas diversos con las cebollas en ristre. Consigo a pesar de todo cortarle el paso.
– ¿Hablamos en privado o le cuento yo lo que hay delante de todos estos micrófonos abiertos? – pregunto.
El ministro pone cara de susto. Me toma del brazo, se vuelve a cuchichear un momento con el probable baranda de seguridad, y me susurra:
– Suba detrás de mí al coche. Hablaremos, pero solo cinco minutos. No tengo tiempo de más.
No son cinco minutos sino algo más de ocho y medio, debido al tráfico en el centro de Barcelona, pero cuando me apeo en el chaflán de Aragón-Aribau y el ministro sigue viaje rumbo al aeropuerto, estas son las noticias que he podido reunir:
Luis de Guindos asistió la noche del 12 al 13 de julio a una party en la mansión de los Niarchos. «A usted le hablan de Grecia y automáticamente piensa en tipos desharrapados como Tsipras o Varoufakis, pero le aseguro que también puede uno encontrar allí a personas refinadas, encantadoras, bien informadas. ¡E influyentes! No olvide que en esos días yo estaba en campaña electoral off the record por la presidencia del Eurogrupo. Necesitaba arrancar votos de las peñas. Ese Diselblón es un cabrón.» Ha dicho la última frase de un modo que se notaba que le salía del fondo del alma.  «Estoy informado de esa opinión suya», he asentido yo.
Guindos volvió al hotel pasadas las cuatro y media de la madrugada. Entró en su habitación por la puerta normal, la que da al pasillo noble. Lo primero que vio al entrar fue el joyero Louis Vuitton encima de la mesilla de noche.
«¿Era el joyero auténtico o el ful?», le he preguntado. «Qué quiere que le diga. Eso debería preguntárselo a mi mujer.» Fuera el verdadero o el falso, ignoraba que perteneciese a Lagarde y lo que se le ocurrió de inmediato fue que aquella era una trampa tendida por su rival holandés. «No vea la de zancadillas retorcidas que tuve que evitar en el último mes. ¿Le he dicho ya que ese tipo es un cabrón con pintas?» «Me lo ha dicho.» De modo que tal como estaba vestido, con la corbata anudada al cuello de la camisa y la flor en el ojal, tomó la llave de las puertas de escape al corredor, salió con el joyero, abrió con cuidado la puerta de la suite de su rival, comprobó por los ronquidos regulares que el cabrón con pintas estaba adormecido, dejó el paquete sobre la mesita de noche y se volvió de puntillas a su cuarto. Fin de la escena.
– Hum – he comentado yo.
– No me cree.
– No es eso. Ocurre que su historia tiene que encajar en otra de tono muy diferente. No hay un joyero en danza, sino dos. Aún no sabemos quién se llevó el auténtico de la suite de Lagarde, ni de dónde salió el otro, el falso. Aún no sabemos qué ha sido del primero. Demasiados cabos sueltos.
– Le he contado todo lo que sé.
Me entretengo en plantearme distintas hipótesis en el tren de regreso. Al bajarme en la estación de Sant Pol, es ya noche cerrada pero el holograma Cary me espera paciente debajo de una farola. Viste gabardina ceñida con cinturón y va tocado con un sombrero de ala flexible. Tiene un aire a Bogart en Casablanca.
– ¿Tendremos conferencia mañana? – le pregunto.
– No. Le traigo grandes noticias. Su concurso ya no es necesario. Ha aparecido el joyero auténtico y la ladrona ha sido detenida.
– ¿Puede explicarse un poco más?
– Con mucho gusto. La kiria Irení Papadostulu, cincuenta y dos años, de profesión limpiadora, intentó ayer vender el joyero en peso, con todo su contenido, a un comerciante de baratijas de Plaka. Intervino la policía, y fue detenida. Declaró haber encontrado el cuerpo del delito al vaciar un contenedor de basuras en los bajos del hotel en cuestión. Por supuesto, no ha sido creída. Tuvo la ocasión, los medios y el motivo: es pobre como una rata, dicho sea en confianza. El caso está cerrado.
– De eso nada – le contradigo –. Quiero que me organice una videoconferencia mañana mismo. Hablaré con Frau Merkel en persona, sin testigos. Comuníqueselo a ella y pídale que esté preparada para escucharme. Temprano, hacia las nueve y media, nadaré hacia mar abierto con mi “inimitable estilo crol setentón”. Envíe a alguien a recogerme. Dada la diferencia horaria con Berlín, la hora será cómoda para la cancillera.
El holograma Cary ríe como si le estuviera contando un chiste.
– Usted no sabe lo que está pidiendo.
– Usted, tampoco. Dígale a Frau Merkel que si no me escucha ella, le contaré lo que sé directamente a Mistress Lagarde. Déjeselo claro. Oiga, yo soy un humilde chivo expiatorio, de acuerdo, pero no me chupo el dedo.
El holograma Cary se difumina en la noche, y yo subo a mi apartamento.
– ¿Cómo te ha ido con Guindos? – me pregunta Carmen.
– Esos cabrones de mierda se van a enterar de una vez de lo que vale un peine – contesto, desabrido.
Luego reflexiono que debo cuidar mi lenguaje. Estoy empezando a hablar como un ministro.
(Concluirá mañana)

 

Nota.- El lector interesado puede consultar los capítulos anteriores de este serial real como la vida política misma (es decir, nada en absoluto), en: