sábado, 18 de julio de 2015

AIRBAG


Los problemas de Grecia ni han terminado ni se han aliviado sustancialmente; solo se han aplazado las decisiones fundamentales. Hubo una colisión frontal en la última reunión del Eurogrupo, y por fortuna el airbag funcionó, de modo que no hubo que lamentar víctimas inmediatas. Juan Moscoso del Prado (en El País) se apresura a felicitarse a sí mismo y a la socialdemocracia como fautores de la “solución”. Pero no hubo tal solución, y la intercesión del SPD ante Merkel fue mucho más discreta y vergonzante que audaz y clarificadora. Mejor no colgarse medallas anticipadamente en este tema vidrioso.
Si no hubo Grexit fue porque Tsipras aceptó un acuerdo cuyos términos estaban concebidos desde la idea de que eran tan inaceptables y señalaban un futuro tan negro que solo podían provocar un rechazo. Martin Schulz es socialdemócrata; Jeroen Dijsselbloem también. Que ni ellos ni el grupo que lideran hayan conseguido suavizar las condiciones leoninas impuestas a Grecia con la intención principal de humillarla, lo dice todo sobre su capacidad de iniciativa y de maniobra en la Unión Europea actual. Lo que les ha preocupado sobre todo no ha sido la vida de los griegos después de los recortes, sino alejar la posibilidad de contagio de los “radicalismos” helénicos a otras latitudes.
Ocurre que, desde la letra de los tratados y la ortodoxia jurídica más acrisolada, una vez que Tsipras aceptó lo inaceptable no era posible ya expulsarlo de la Unión ni de la zona euro. Así es como el airbag ha funcionado.
Se abre ahora un compás de espera. Porque todo lo que ha ganado Syriza de momento es tiempo, aunque quizá también algo más. Tiene una corriente crítica en su seno que quiere desmandarse, pero ha conquistado un respeto nuevo de parte de la oposición que recibió de uñas su mayoría. En el país, considerado en su conjunto, ha crecido el consenso. Los cócteles molotov en la plaza Sintagma quedaron en anécdota; incluso el incendio del monte Imittos está controlado. La situación global no es mejor que en la época de Samarás, pero ahora se ha consolidado en el país un liderazgo. No tan “radical” como algunos desearían; pero aceptado ampliamente por la ciudadanía. O eso me dicen desde Atenas.
El problema reside ahora en que Tsipras ha firmado un acuerdo incumplible. Lo sabe él, lo sabe y lo dice Varoufakis, lo sabe Merkel, lo sabe el FMI que ha publicado un informe casi keynesiano sobre las posibilidades del país para salir del agujero en el que se ha hundido. Si este es un problema económico y no político, tiene solución, una solución en las mejores tradiciones de solidaridad y de compensación de la Unión Europea clásica, la que de verdad cuenta. No demos vara alta a los finlandeses en este pleito; ellos siempre han tenido la rara cualidad de ser más papistas que el papa, que cualquier papa.
Y si Wolfgang Schäuble, resentido ahora con Angela Merkel porque tiene una visión del problema griego diferente de la suya propia, lleva su irritación al acto consumado de presentar su dimisión, revocable o no, convendrá aceptarla sin alharacas y con profundo agradecimiento a los servicios prestados por este prohombre al que la historia colocará en su justo sitio.
Y luego, convendrá multiplicar las convocatorias y las solidaridades para, entre todos, aliviar los doce trabajos de Hércules que el jugueteo caprichoso de los inmortales del Olimpo ha impuesto al pueblo griego. Porque Alexis Tsipras no es Hércules, y tampoco lo son ni Varoufakis ni Tsakalotos. Y nadie va a poder llevar a término los doce putos trabajos de las narices.