Sobresaltos de un
chivo expiatorio (4)
Anochece. En mi
portátil leo estupefacto un mensaje electrónico cuyo remitente es vldmrptn@pravda.rus.
«El presidente de Rusia Vladimir Putin saluda al señor Paco Rodríguez de Lecea
con el deseo sincero y leal de que se encuentre en perfecto estado de salud,
como él mismo lo está, Dios mediante, y de que pase ratos agradables al lado de
su muy digna esposa doña Carmen y de sus seres queridos. Nada podría satisfacer
más al presidente Putin que esta eventualidad altamente deseable.
»El presidente
Putin se ha interesado personalmente por el caso del robo de las valiosas joyas
de la señora Christine Lagarde. Lo ha hecho empujado por el anhelo ferviente de
beneficiar la causa de la paz y la distensión en el mundo, no obstante las oscuras
maniobras en contra de intereses legítimos rusos auspiciadas por el Fondo
Monetario Internacional presidido por dicha señora, para no mencionar los pronunciamientos
hostiles de las potencias occidentales, encabezadas por el imperio americano y
sus lacayos de la OTAN, tendentes a vulnerar los lazos afectivos tradicionales
que desde tiempo inmemorial anudan al regazo de la madre Rusia los territorios de
Donetsk y Lugansk. No tendrán ciertamente las mistificaciones urdidas por la miserable
clique que detenta el poder en Ucrania capacidad suficiente para diluir esos
lazos sagrados e imborrables.
»El presidente
Putin ha dado las instrucciones pertinentes para que un agente de seguridad en
el que tiene depositada toda su confianza, al que denominará convencionalmente Józef
K., ponga en conocimiento de usted algunos pormenores que serán ciertamente de su
interés. Józef K. pudo averiguar dichos pormenores debido a encontrarse casualmente
en Atenas, dedicado a ocupaciones de un orden distinto que no hace al caso
mencionar, en la fecha precisa en que se produjo el lamentable incidente arriba
mencionado.
»Józef K. está ya
en camino hacia su residencia veraniega, y previsiblemente le abordará allí en
algún momento que el presidente Putin no puede precisar con exactitud, pero en
todo caso en un plazo muy breve. No sería prudente describir en este mensaje la
apariencia física del agente K., dado el estrecho espionaje que los canallescos
servicios secretos del imperialismo ejercen sobre el correo electrónico de todo
el mundo mal llamado libre. El presidente Putin se limita a rogarle simplemente
que esté atento a los rótulos estampados en las camisetas de las personas que
se crucen en su camino. Tal vez su sagaz mirada descubra que uno de esos rótulos
está compuesto por cuatro palabras, dos de ellas pertenecientes a una lengua
clásica y las otras dos a una moderna de uso corriente en los países
occidentales. La persona que lleve una camiseta de esas características podría
ser la persona que le envía el presidente Putin.
»El cual tiene el
honor de despedirse de usted declarándose en todo su devoto y seguro servidor.
Reciba un fuerte abrazo pacífico, solidario y progresista, de:
Vladimiro.»
***
Estoy empezando a
releer por tercera vez el extraño mensaje cuando suena el timbre, y casi de
inmediato se produce un barullo considerable en la exigua entrada del apartamento. Carmen me da una
voz desde la puerta:
– Es otra vez el
pelotón de los GEOs que han venido antes disfrazados de tunos.
Detrás de ella suena
la voz algo nasal del presidente Rajoy:
– Permita que la
corrija, señora. Somos los miembros del gabinete de crisis, disfrazados de GEOs
disfrazados de tunos de la Facultad de Letras. Tenemos que hablar muy
seriamente con usted, señor Chivo. Y antes que obligarle a venir de nuevo a
Madrid, el sentido común nos ha aconsejado hacer nosotros el viaje en dirección
inversa.
El ministro Montoro
forcejea en el pasillo, que es bastante estrecho, a fin de ganar posiciones y
hacerse oír.
– Oiga, Rodríguez,
como nos veamos empujados fuera del euro sepa que tendrá que devolver íntegra
la cantidad depositada en el sobre que le fue entregado anteayer. Como deje de
hacerlo, le va a caer un palo que ni le cuento en el IRPF, y además le abrimos
un expediente a tutiplén que lo vamos a crujir.
– Adelante,
señores, bienvenidos a mi humilde morada – es mi saludo de bienvenida a la
ruidosa compañía equipada con bandurrias y panderetas. Por dentro tiemblo como
un flan, pero mi voz suena con un volumen y una firmeza capaces de dar el pego.
– Adivino que están ustedes al corriente de los penúltimos acontecimientos –
cargo el acento sobre la palabra “penúltimos” –. Ha cundido la alarma, sí.
Alguien, no daremos nombres, se ha dejado llevar por un pánico infundado y ha
tomado iniciativas precipitadas. Pero los asuntos que nos conciernen están bajo
control. Puede que mañana mismo tengamos en nuestras manos la solución del
enigma de las joyas de quien no debemos mencionar. Existe un testigo, señores,
un testigo cuya palabra vale su peso en oro de Fort Knox. No me ha sido
concedido permiso por parte de la altísima superioridad que gobierna los
destinos de todos nosotros para informarles de quién se trata, pero sí puedo asegurarles
sin temor a error ni confusión que su testimonio va a ser crucial para el caso.
Estoy citado con ese testigo y él está dispuesto a relatarme en confidencia lo
que presenció. Cuando tengamos ese triunfo en nuestras manos, será el momento
de jugar nuestras bazas de la forma más adecuada.
Mis palabras producen
impresión. Montoro se apresura a aclarar:
– Respecto de lo
que he dicho antes, Rodríguez, tenga en cuenta que siempre nos quedaría el
recurso de una amnistía fiscal. Y pelillos a la mar.
Mariano Rajoy sigue
silencioso, acariciándose los cañones de la barba rebelde. Habla por fin:
– El caso es que
habíamos venido a Cataluña por otra cuestión, pero igual matamos dos pájaros de
un tiro. Óigame, como se llame, ahora que Alicia se ha “rajao”, ¿cómo vería ser
el cabeza de lista del PP catalán en las elecciones del próximo 27S?
No tengo ni que
contestar. Fernández Díaz se me anticipa:
– ¡Eso, jamás! Un
abertzale, un pesetero…
– Sí, Fernan, pero
razona un poco. Justo lo que nos hace falta en esta tesitura es un chivo
expiatorio, y este dicen que es el mejor del mercado…
Siguen discutiendo
los dos cuando se marchan de casa. Llevan prisa, porque la tripulación del
Mirage acaba su turno de guardia a medianoche, y el tiempo les pilla justo.
(Continuará)
http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/sunset-boulevard.html