No es mi intención
entrar en competencia con tantos blogs dedicados a recetas y gastronomía de
autor, sino rendir un modestísimo homenaje a mi padre, de un lado, y de otro a
un poeta sevillano “menor” del Siglo de Oro.
De Baltasar del
Alcázar es muy conocida la “Cena jocosa”, en la que el poeta, hablando con Inés
en primera persona, interrumpe a la hora de la cena una anécdota que había
empezado a contar sobre un don Lope de Sosa y su criado portugués, y enhebra
una serie de alabanzas sobre las distintas viandas que comparecen en la mesa, y
sobre un vinillo aloque que le han traído de la taberna («Si es o no invención
moderna, / vive Dios que no lo sé, / pero delicada fue / la invención de la
taberna.»). Al final de la cena, le entra sueño y deja la historia del portugués
“para mañana”.
La composición que
transcribo no es igual de conocida, pero mi padre la citaba cada vez que salían
berenjenas a la mesa. Solo se sabía de memoria la primera estrofa y la
penúltima; en esta, recitaba en el último verso la variante «su andaluza antigüedad»,
en lugar de “española”, y hurgó en algunos recetarios tradicionales de la
región para averiguar la receta auténtica y primigenia de un plato tan excelso.
Sin resultado.
En Grecia, uno de
los entrantes tradicionales básicos es un plato de berenjenas con queso, que
llaman “imam” por nombre corto, y “el imam lloró” por título extenso. La
historia es que un imam que llegó a territorio griego procedente del desierto
sirio (un antecedente de las actuales muchedumbres de refugiados) pidió a unas
gentes algo de comer por caridad, porque venía desfallecido; y cuando le dieron
una porción del plato de berenjenas que estaban preparando, lloró de dicha y
dijo que aquel sabor anticipaba las delicias celestiales.
Las comparaciones
que establece Baltasar del Alcázar no son ciertamente celestes sino, por el
contrario, de todo punto terrenales. Refuerzan, sin embargo, el testimonio
plurisecular de la honda impresión que puede causar en paladares sensibles un
plato evidentemente de origen popular y concebido para mesas humildes.
Al jamón de Aracena,
claro está, no le hacía falta tanta propaganda. Pero adviértase que don Baltasar,
y yo con él, lo colocamos en el mismo nivel de las berenjenas, y de ninguna
manera más arriba.
Este es el poema:
Preso de amores
Tres cosas me
tienen preso
De amores el
corazón:
La bella Inés, el
jamón
Y berenjenas con
queso.
Esta Inés, amante,
es
Quien tuvo en mí
tal poder
Que me hizo
aborrecer
Todo lo que no era
Inés.
Trájome un año sin
seso,
Hasta que en una ocasión
Me dio a merendar
jamón
Y berenjenas con
queso.
Fue de Inés la
primer palma,
Pero ya júzgase mal
Entre todos ellos
cuál
Tiene más parte en
mi alma.
En gusto, medida y
peso
No le hallo
distinción:
Ya quiero Inés, ya
jamón,
Ya berenjenas con
queso.
Alega Inés su
beldad,
El jamón que es de
Aracena,
El queso y la berenjena
La española
antigüedad.
Y está tan fiel en
el peso,
Que, juzgando sin
pasión,
Todo es uno: Inés,
jamón,
Y berenjenas con
queso.