Las urnas han
situado a Pedro Sánchez en el centro geométrico del espectro parlamentario. Con
muy escaso peso propio, con una fuerza en retroceso, con abundantes cadáveres
en el armario y con amas de llaves adictas a la disciplina inglesa tipo
Manderley, que vigilan cada uno de sus pasos. Pero en el centro.
En geometría, el punto
que ocupa el centro de una figura no es más que un topos igual a los demás,
carece de cualquier cualidad especial. En física, en cambio, el centro ordena
en torno suyo las fuerzas de un campo gravitatorio y garantiza el equilibrio y
la “sostenibilidad” (disculpen el término, no estoy nada seguro de que los
físicos lo utilicen; estoy improvisando una seudo disciplina que se llamaría “fisicopolítica”)
del cuerpo al que pertenece.
En geometría, la
regla es la estática; en física, la dinámica.
Está por ver a cual
de las dos disciplinas se adscribe el aspirante a la jefatura del gobierno en
esta tesitura. El pacto con el que se presenta a la investidura responde a las
leyes de la estática, de la inmanencia. «La izquierda no suma, lo siento»,
acaba de decir, mientras escribo estas líneas. Entonces, a lo que aspira en
este trance es a desmontar las reservas de la derecha, o bien a forzar a la
izquierda a optar por el mal menor.
Las dos
posibilidades son reales. Aleix Vidal-Quadras, largos años en el PP y después, hasta hace muy pocos meses, en
VOX, ha declarado que el pacto PSOE-C’s es perfectamente asumible por el PP, y
que solo el empecinamiento de Mariano Rajoy en volver a gobernar impide la
gestación de una Gran Coalición. Es seguramente cierto, pero solo en geometría;
en física política, el centro de gravedad está en otro lado, y los equilibrios derivados
de tal operación resultarían muy inestables.
En el otro lado, el
bloque Podemos-Mareas-Compromís-IU puede resignarse a la abstención y dejar vía
libre a un ejecutivo cuya debilidad interna le llevará a tropezar y caer de
bruces en la primera ocasión. Derribar por fin al gobierno del PP responsable
de tantos desaguisados sería nada más el primer paso de un largo camino, pero
nada determina que el primer paso en una dirección haya de ser necesariamente
el trayecto completo.
Ni las fuerzas
soberanistas catalanas, ni el PNV con Bildu de añadidura, van a dar de ninguna
forma su acuerdo explícito o tácito a la maniobra de Pedro Sánchez ni al
programa de gobierno que pueda surgir de una potencial coalición de
centro-derecha, grande o pequeña. Y este no es un inconveniente menor, sino una
hipoteca grave para toda la nación, enfeudada desde mucho tiempo atrás en una
concepción mágica, que no práctica, de la unidad como uniformidad impuesta sin
discusión ni recurso posible.
Si se atiende por
fin a la física de los cuerpos, y no a la geometría euclidiana, en este grave
asunto, será necesario diseñar un nuevo “pacto de mínimos” que atienda con
solvencia a los tres ejes dinámicos de avance que mi amigo Javier Aristu ha
identificado del modo siguiente: «Reformas en la cuestión
social y del trabajo, modificación de ciertos aspectos de nuestro marco
constitucional o institucional, al inicio de un proceso de profundización en la
federalización del estado, y mejora y sostenibilidad del estado de bienestar.»
(1)
El resto no son sino pollas en vinagre o gabinas
de cochero, según se viene argumentando con cierto acaloramiento en Santa Fe de
la Vega.