Eduardo Mendoza
tiene razón al decir que casi todos los libros que se publican actualmente son
una birria. Hago hincapié en el “casi”. Hay excepciones, y he tenido la ocasión
de dar con una de ellas por recomendación de mi hijo Carles. No se trata exactamente
de una novedad, y tampoco de una ficción novelesca, sino de una recopilación de
crónicas de Agustí Calvet “Gaziel”, escritas para La Vanguardia en el año 1915 y
recogidas bajo el título De París a
Monastir (Libros del Asteroide, 2014; prólogo de Jordi Amat).
Lo que tiene de
útil el relato de las aventuras bélicas vividas en Oriente hace ya un siglo por
un periodista muy joven, de inteligencia despierta y ojos muy abiertos, es que
nos proporciona claves valiosas para entender no solo su época, sino por
añadidura el complejo conflicto de los Balcanes en los pasados años noventa, e
incluso el mismísimo presente con el que tenemos que lidiar. En 1915 la Gran
Guerra es joven; dura aún el estupor provocado en las cancillerías por el
atentado que ha costado la vida en Sarajevo al heredero del trono del imperio
austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando. Europa no está unida (tampoco
entonces) contra el terrorismo; la división es profunda, las posturas
irreconciliables. Gaziel constata el fervor patriótico que se vive en París, donde
los preparativos para una guerra cada día más próxima lo impregnan todo. Lo
contrario sucede en Génova o en Nápoles, etapas sucesivas de su viaje
mediterráneo; allí la vida sigue como si nada estuviera pasando, y la guerra lejana
aparece solo como retórica de café: el periodista es objeto de varios desaires
por el hecho de ser español, y en consecuencia sospechoso de simpatía por los
imperios centrales; el héroe del momento es el general Cadorna, del que todos
piensan que conducirá de forma infalible a las tropas italianas a la
recuperación de los territorios irredentos del Trentino y de Trieste.
En Grecia,
oficialmente neutral en el conflicto, Elefterios Venizelos, el jefe del
gobierno, partidario convencido de la Cuádruple Alianza, mantiene un pulso
indisimulado con los reyes Constantino y Sofía, que por nacimiento y cultura sienten
fuertes simpatías por los imperios centrales. La Grecia independiente tiene por
entonces una historia de apenas ochenta años, una carencia casi total de
infraestructuras modernas, y una población cubierta de un espeso poso oriental
herencia de la dominación otomana, que no entiende de política y solo aspira a que le dejen administrar
en paz una existencia mísera. La situación, imposible para un país que es una
mezcla confusa y desordenada de razas y culturas, se agrava por la presencia en
Salónica de dos cuerpos de tropas, francés e inglés, acuartelados en dos campamentos sutilmente
diferentes y dispuestos para el combate, pero con orden expresa de no
intervenir en el descuartizamiento de Serbia que tiene lugar entre tanto en el
norte. Allí, una ofensiva de carácter punitivo de austríacos y búlgaros está avasallando
toda resistencia; se procede de forma sistemática al fusilamiento de los soldados
que se rinden a su avance y al ahorcamiento de los civiles que permanecen en
sus casas, y a quienes se considera como terroristas en potencia.
Se produce un éxodo
doloroso desde las regiones balcánicas de la Serbia meridional, la actual
República de Macedonia, en dirección a Grecia. Y en un juego de espejos con la
situación actual, son entonces los griegos quienes cierran su frontera a la
avalancha, para no comprometerse con las naciones beligerantes y por temor al
tifus exantemático del que pueden ser portadores algunos de los fugitivos.
Con esta la
tragedia se tropieza Gaziel en el curso de sus andanzas, y la narra con una
maestría y una economía de recursos espléndida. Sorprende la claridad de su
voz, en una época en la que la información carecía de las sofisticaciones
tecnológicas actuales. No cabe duda de que cuenta a sus lectores la verdad, tal
como la está viendo. Lo que se nos ofrece hoy en las noticias oficiales y
extraoficiales sobre los refugiados llegados del este o del sur, es una cacofonía
burdamente manipulada. Lean a Gaziel y disfruten del contraste.