En julio de 1294,
después de un conclave infructuoso que duraba ya dos años por la confrontación
cerrada entre quienes querían un papa Colonna y quienes preferían a un papa
Orsini, sin contar ninguna de las dos partes con el quórum reglamentariamente prescrito
de votos, el sacro colegio cardenalicio decidió dejar la solución del tremendo compromiso
en manos del espíritu santo. Tres cardenales abandonaron el recinto cerrado de
la elección, y subieron al monte Majella a ofrecer la tiara a un ermitaño
venerable, Pietro de Morrone, que vivía en una cueva ayunando y haciendo
penitencia. Pietro aceptó, tomó el nombre de Celestino V y entró en Roma
en procesión luciendo su hábito raído a lomos de un borrico, en recuerdo del domingo en el
que Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén, saludado por las palmas y los
ramos agitados por la multitud y jinete en el mismo tipo de caballería.
El papa Celestino no
duró mucho. También su domingo de ramos fue seguido por una semana de pasión. Cuando
se dio cuenta del nido de víboras en el que estaba metido, optó por dimitir de
todo y pidió ser devuelto a su cueva del monte Majella. Ni siquiera eso le fue
concedido; su sucesor lo encerró de por vida en una prisión, por si acaso algún
día se arrepentía del gran rifiuto
(rechazo) que había cometido por viltade
(cobardía).
Se diría que desde aquella
ocasión, y con sonadas excepciones, el espíritu santo optó por inhibirse de
la elección de pontífices, y las fumatas negras o blancas obedecieron a otros
tipos de estímulo basados en el cálculo racional del valor de mercado de los intereses
en juego. Vinieron más papas colonnas, y más orsinis. No se apreció ningún
cambio en el terreno espiritual. Celestino entró con el tiempo en el santoral
oficial de la santa iglesia, pero Dante, mente inquieta, carácter exigente y
temperamento irritable, lo inmortalizó en su Commedia en el umbral del infierno, allá donde van a parar las
almas de quienes, habiendo tenido la oportunidad de hacer un gran bien, se echaron
atrás por cobardía (como se expone en el endecasílabo en lengua toscana que
encabeza estas líneas).
Todo lo cual, si me
permiten la impertinencia, viene a cuento, siquiera sea de una forma oblicua y
algo descarrilada, de la situación que estamos viviendo en el país. Existe la
posibilidad, números y programas en mano, de un gobierno netamente mejor que el
que se avizora ahora que el PP también entra en la ronda de negociaciones y la
persona de Mariano Rajoy aparece como el último obstáculo para un gran consenso
de coalición. Del “podemos”, estamos a punto de pasar al “pudo haber sido y no
fue”. Qué quieren, se nos hará duro volver a soportar a los orsinis y los
colonnas de turno, a los sacamuelas de la política, los vendedores de
crecepelos milagrosos, los donald trump revestidos del gabán y el puro de Churchill. Pero
el mundo no se acabará. Tal vez algunos jóvenes políticos con más ambición que
coraje descubran de pronto que han desaparecido por el escotillón las grandes expectativas
que les habían sido anunciadas para sus carreras; pero incluso eso es demasiado
predecir, a la vista de lo turbias y revueltas que bajan las aguas.