Estamos en la vieja
aporía de los fines y los medios; o sea, quien quiere el fin ha de querer
también los medios necesarios para alcanzarlo. Sin excusas ni coartadas. No es
posible alcanzar los cielos sin contar con una escalera, por lo menos. De nada vale proponerse
alcanzar el gobierno del Estado, si al mismo tiempo se es hostil a los aparatos
de Estado, en bloque y por principio. No se dirige un país desde una ONG, eso
es solo un sueño de la razón. No se ocupa un sitio en un parlamento con el único
objetivo de hacer desde allí una oposición muy dura. La vocación de oposición
es estéril; la política consiste en hacer cosas, no en oponerse a ellas. Los
acuerdos de gobierno no son una práctica política negativa a la que de cuando
en cuando es preciso someterse, son la cosa misma.
La política
democrática es refractaria a todos los absolutos, no solo al poder absoluto, sino
también al ejercicio de una mayoría absoluta. El consenso no es un recurso
vicario cuando no se posee la hegemonía; es el cemento mismo de la hegemonía.
La afirmación
anterior vale para todas las fuerzas parlamentarias actuales, porque todas
coinciden en el mismo estilo de proclamas declarativas gaseosas, o sea sin
solidez ni sustancia, y en la apuesta tajante por el “todo o nada”. Incluso los
que han construido un pacto a todas luces parcial, insuficiente e
insatisfactorio, lo esgrimen como un ultimátum: o pasas por el aro, o te quedas
a dos velas.
Alguien debería
decir a Mariano Rajoy que la soberanía nacional no es algo reducible a su
arbitrio particular; a Pedro Sánchez, que son necesarios más esfuerzos para
conformar un bloque social y político capaz de sostener un gobierno con proyección
de futuro; a Pablo Iglesias, que las sesiones parlamentarias no son un live
show en prime time; a Albert Rivera, que la habilidad para situarse a rebufo de
otros sin tener ni partido, ni programa, ni ninguna clase de dirección común, y
sostenerse en el candelero a base de
generalizaciones y de robar planos, no es más que malabarismo ocioso.
No nos hacen ninguna
falta ni ocurrencias arbitrarias, ni glamour mediático, ni malabarismos circenses. Lo que
pido, en nombre propio y en el de quien me escuche, es algo sencillo: a) un
gobierno; b) de cambio.