jueves, 10 de marzo de 2016

PARA ASALTAR LOS CIELOS HACEN FALTA ESCALERAS


Estamos en la vieja aporía de los fines y los medios; o sea, quien quiere el fin ha de querer también los medios necesarios para alcanzarlo. Sin excusas ni coartadas. No es posible alcanzar los cielos sin contar con una escalera, por lo menos. De nada vale proponerse alcanzar el gobierno del Estado, si al mismo tiempo se es hostil a los aparatos de Estado, en bloque y por principio. No se dirige un país desde una ONG, eso es solo un sueño de la razón. No se ocupa un sitio en un parlamento con el único objetivo de hacer desde allí una oposición muy dura. La vocación de oposición es estéril; la política consiste en hacer cosas, no en oponerse a ellas. Los acuerdos de gobierno no son una práctica política negativa a la que de cuando en cuando es preciso someterse, son la cosa misma.
La política democrática es refractaria a todos los absolutos, no solo al poder absoluto, sino también al ejercicio de una mayoría absoluta. El consenso no es un recurso vicario cuando no se posee la hegemonía; es el cemento mismo de la hegemonía.
La afirmación anterior vale para todas las fuerzas parlamentarias actuales, porque todas coinciden en el mismo estilo de proclamas declarativas gaseosas, o sea sin solidez ni sustancia, y en la apuesta tajante por el “todo o nada”. Incluso los que han construido un pacto a todas luces parcial, insuficiente e insatisfactorio, lo esgrimen como un ultimátum: o pasas por el aro, o te quedas a dos velas.
Alguien debería decir a Mariano Rajoy que la soberanía nacional no es algo reducible a su arbitrio particular; a Pedro Sánchez, que son necesarios más esfuerzos para conformar un bloque social y político capaz de sostener un gobierno con proyección de futuro; a Pablo Iglesias, que las sesiones parlamentarias no son un live show en prime time; a Albert Rivera, que la habilidad para situarse a rebufo de otros sin tener ni partido, ni programa, ni ninguna clase de dirección común, y sostenerse  en el candelero a base de generalizaciones y de robar planos, no es más que malabarismo ocioso.
No nos hacen ninguna falta ni ocurrencias arbitrarias, ni glamour mediático, ni malabarismos circenses. Lo que pido, en nombre propio y en el de quien me escuche, es algo sencillo: a) un gobierno; b) de cambio.