Las cosas no irán
bien mientras sigamos empeñados en engañarnos a nosotros mismos. Leo en el
editorial de El País de hoy: «Europa, unida contra los atentados terroristas.»
¿De dónde han sacado una idea tan peregrina? La Europa dividida ante los
refugiados de la guerra siria, de hace cinco días, no se reconvierte de pronto
a una unidad ficticia contra el terror. La troika sigue siendo la troika, los
muros alzados y las trincheras cavadas con tanto tesón siguen presentes, y ni
siquiera se puede esgrimir un gran consenso ciudadano sobre políticas de
seguridad en abstracto. Europa está asustada, pero el miedo no une, al
contrario.
“Je suis Charlie Hebdo,
Je suis París, Je suis Bruxelles” es un sonsonete conocido, pero en cambio nunca
se añade a la letanía el nombre de Utoya, y se rehúye situar en nuestro
catálogo de monstruos a Anders Breivik, el neonazi escandinavo, en el mismo
plano que Abdeslam, el musulmán yihadista. Como tampoco entran en el cómputo
global de la amenaza terrorista barbaridades criminales como las de Columbine o
Azotzinapa. Solo se percibe una amenaza exterior, nunca las amenazas internas.
El eje del mal está siempre en otro lado, nunca en los repliegues del propio
sistema, allí donde florecen las contradicciones inconfesadas que vuelven el
mundo que habitamos cada día más inestable, menos sostenible, más peligroso.
Bush junior y sus amigotes
inventaron en su día el eje del mal, en el que figuraban Saddam Hussein, Osama
bin Laden y el de turno en Corea del Norte. Algunos jeremías cercanos a
nuestras latitudes han añadido al censo maligno a los bolivarianos de todo tipo
y a los nacionalismos periféricos. Siempre los otros, configurados como la expresión
de lo negativo frente a las bondades implícitas del sistema.
Para que las
cuentas cuadren, solo se computan como válidas unas muertes, y no otras. Pero mientras
tanto repuntan las cifras de accidentes laborales fatales, sin contar las muertes
debidas a pilotos de aviación decididos a suicidarse en compañía, o a
conductores de autobús que no tuvieron antes de emprender viaje el descanso
preceptivo. De una parte, el lucro codiciado empuja a bajar la guardia en las
cuestiones de seguridad, y el resultado se asume con entera naturalidad; de
otra parte, produce asombro y consternación el hecho de que algunos facinerosos
(pero no todos, se omite a algunos de los realmente existentes) aprovechen esa
guardia baja para propinar puñetazos dolorosos a un establishment basado en modos de vida y de trabajo inestables y
descompensados.
Podrá hablarse de
unidad cuando todos seamos Freginals, además de ser todos Bruselas. Cuando cale
hasta el fondo una preocupación compartida por la seguridad de todos, por el bien
común, con el acento agudo correctamente
colocado en el concepto, no solo en la palabra.
El eje del mal
existe ciertamente, pero no es privativo de nadie; es transversal.