Un síntoma reciente
de lo que de forma genérica llamaré el “mal de España” ha sido la especie de OPA
hostil esbozada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes,
contra la celebración del Mobile World Congress en Barcelona. Uno de los
síntomas más claros de la regeneración posible ha estado en la templada
respuesta de la alcaldesa madrileña Manuela Carmena: las ciudades no deben
competir entre ellas, sino cooperar.
No hace falta que la
deseada regeneración empiece por una reforma de la Constitución; puede empezar
por una reforma a fondo de las actitudes. Que debería empezar, ya que estamos
en ello, por la actitud del gobierno central que en breve plazo – o no tan
breve, lo que sería de veras lamentable – debe ser investido.
El Estado de las
autonomías ha degenerado en el Estado de las baronías. Fue diseñado como un
esquema cooperativo y poco a poco se fue convirtiendo en un laberinto
competitivo. Un cordón umbilical hacendístico sólidamente instalado une el centro con cada una de
las autonomías, y estas compiten entre ellas por los favores del centro y
levantan murallas las unas frente a las otras. Esta deriva indeseada ha sido
particularmente perceptible en los que fueron antiguos territorios de la Corona
de Aragón. La hostilidad entre ellos llegó al máximo con la declaración
política del valencià y el lapao como lenguas distintas del catalán, y con el
oscurecimiento de la señal de TV3 en territorio de la Comunidad Valenciana. Eso
de un lado; del otro, queda el empeño enconado en alcanzar la independencia para
Cataluña como liberación de las cadenas seculares que la oprimen desde el
Estado central.
Parece claro que
sería conveniente para todas las partes una cooperación basada en la comunidad
geográfica e histórica para una prosperidad común, pero lo que ha existido, por
lo menos hasta el pasado mes de mayo, ha sido una competencia feroz para ver
quién levantaba la muralla más alta e impermeable.
El cambio político en
curso también ha de abordar esta cuestión, y no a más a más, sino como uno de
los ejes principales de la regeneración de las estructuras profundas que
mantienen y exacerban la desigualdad y la hostilidad entre los distintos
territorios del Estado. El pequeño gran pacto PSOE-C’s es un paso, enmendable, en la mala
dirección: vuelve a señalar la dirección del centro fuerte contra las razones
de las periferias, y vuelve a estimular una España jacobina y uniformada, con una
sola locomotora centralizada que arrastre en su estela unas autonomías escasamente
autónomas, ordenadas en función de una división particular del trabajo para
medro del cogollo central.
Ese esquema ya no
es de recibo. Hoy se trabaja en red, desde la coordinación y no la
subordinación, desde iniciativas y líneas de avance múltiples y entrecruzadas,
con sinergias que se refuerzan entre ellas. Y no desde la tentación antañona y
viejuna del ordeno y mando, y todo el mundo firmes a mi voz.
Que vaya tomando
nota quien corresponda.