Podría parecer
anécdota, pero se está asentando como categoría. Es la afrenta ritual al indigente,
al mendigo en estado de indefensión y de desnudez última ante el escarnio del grupo.
La ocasión más reciente ha sido el fútbol, pero la causa no es el fútbol. Los
agresores iban probablemente pasados de cervezas, pero el exceso de alcohol en
la sangre no es en este caso ni excusa ni agravante. Ha ocurrido en Madrid con
holandeses, en Barcelona con ingleses y en Roma con checos, pero no es un
asunto del Norte opulento contra el Sur miserable. También entre nosotros, en
circunstancias parecidas (emulación grupal, desprecio, insultos, ritual “purificador”)
se ha prendido fuego a mendigos refugiados en cajeros automáticos. La cosa no
ha llegado a tanto en esta última oleada de sucesos, pero un joven checo orinó
sobre una mendiga en Roma.
Es habitual que se
tomen medidas policiales extraordinarias contra la violencia asociada al
deporte, y contra la posibilidad de atentados yihadistas en ocasión de grandes concentraciones
de gente en un espectáculo de masas; pero este tipo particular de atentados no
es considerado relevante en ningún sentido por nuestras autoridades gubernativas.
Es improbable que nuestro piadoso ministro del Interior, tan locuaz cuando se
tercia, intervenga ahora para reprobar la conducta gamberra de la muchachada de
Eindhoven o de Londres. Que a los detenidos (los hay) se les aplique “el rigor
de la ley” con una intención “ejemplarizante”. Todo quedará unas cuantas
advertencias y en una batería de multas, que tal vez pagarán los clubes de
referencia.
Estamos, al fin y
al cabo, en el seno de la Europa culta, estamos del lado de nuestra gente, de
nuestros valores y de nuestras tradiciones. Esos chicos se comportaban con las
mendigas rumanas de modo aproximadamente parecido a como nuestros comisionados europeos
se están comportando con esos marginales, los refugiados sirios consecuentes a
la guerra sin cuartel que declaramos en su momento contra el ISIS, y que ahora,
amontonados en Idomeni y en otros campos de concentración establecidos en torno
a las fronteras cerradas, van a ser expulsados definitivamente a las tinieblas
exteriores mediante el adecuado ritual purificador, en su caso pasado por el
filtro dudoso del respeto a las formas y a las conveniencias para no incurrir
en el pecado indeseable de la incorrección política.