Nos quieren vender
como un pacto por el cambio lo que es a todas luces un pacto contra el cambio.
Un pacto que echa el cerrojo a la constitución en la cuestión de la reforma del
estado, que pone paños calientes a la reforma laboral pero la mantiene en su
sustancia, y que ratifica la obediencia a las autoridades europeas en todos los
puntos e incluso en las comas que están ya establecidas o puedan establecerse
en adelante.
Tanto Manuela
Carmena como Carlos Jiménez Villarejo, dos veteranos irreprochables, han expresado su deseo de que la
izquierda facilite la investidura de Sánchez para impedir un nuevo gobierno de
Rajoy. Comparto esa intención, pero no a costa de ceder en los contenidos de la acción del futuro gobierno. De
ceder tanto, por lo menos. El pacto al que se ha llegado es el que deseaba
Albert Rivera, no el que Sánchez podía alcanzar desde el margen de maniobra de
que disponía. Rivera, el mejor valorado en el primer debate de investidura por
unos medios de comunicación nada imparciales ni inocentes, ha amenazado además
con romper la baraja si se añaden nuevos contenidos, más progresistas, a lo ya
firmado. Con este preámbulo, ya pueden los peones del PSOE esgrimir las famosas
68 medidas de progreso para reclamar a Iglesias: «¿Vas a rechazar esto?»
No vale aislar, a efectos
de tratar de impactar a la audiencia, la parte más positiva del pacto. Lo que se
está ofreciendo es un pack completo de medidas y de omisiones concomitantes,
bien envuelto y atado. Hay que tomarlo o dejarlo en su conjunto, y el conjunto
sanciona el statu quo existente y cierra de un portazo las expectativas de
cambio, sin ningún género de vacilación. De paso, refuerza sin pudor a la “casta”
contra la “gente”, si atendemos a las nuevas categorías recién acuñadas desde
los estamentos emergentes.
Por eso, si bien
desalojar a Rajoy sigue siendo un objetivo deseable, y factible, no ocurre lo
mismo con el acuerdo de gobierno que se ofrece. No estamos en el final del
proceso, las posibilidades de negociación no están cerradas. Hay vías abiertas
para trabajar en la concreción de un pacto que contenga, cuando menos, si no el
cambio, sí horizontes hacia el cambio; que abra puertas a una correlación de
fuerzas distinta y a una política más favorable a la mayoría social.
En el primer round
de la investidura, Rivera ha sido el que ha quedado mejor colocado, Sánchez se
ve empujado contra las cuerdas (no solo él, todo su partido; nadie se haga
ilusiones de que cambiar de montura en mitad del vado traerá perspectivas
mejores), y Rajoy puede estar herido de muerte sin haberse percatado todavía de
dónde le llegó el tiro. Después de la sesión de esta tarde, si acaba con el
resultado más previsible, se abre un plazo de sesenta días para reconsiderar
todas las apuestas, desde el principio. El pacto contra el cambio será letra
muerta. Ya no valdrán más amagos, fintas ni regates en corto. Serán sesenta
días que no se deben dejar caer en el vacío. El desperdicio para el país sería
demasiado costoso.