Tal como se están
desarrollando los acontecimientos, en el mes de junio podrían coincidir un
remake de las elecciones generales del pasado diciembre y unas anticipadas a la
presidencia del Real Madrid. De producirse tal conjunción astral, no cabe duda
de que se ahondarán las zozobras de los dos electorados concernidos y el
desgarro social, tal vez irreparable, de la ciudadanía globalmente considerada.
Los dos presidentes
se han beneficiado en tiempos cronológicamente próximos, pero que hoy parecen
muy lejanos, de un aura de infalibilidad. Lo mismo había sucedido antes con la
Pitia de Delfos, el Brujo de Oz y el Pulpo Paul, hasta que sus repetidos
patinazos en el control de los eventos futuros devolvieron las cosas a su justo
lugar. Butragueño, gloria deportiva del club, había llegado a decir
de su presidente Florentino Pérez que era «un ser superior», en uno de los ejercicios de sumisión
personal y vasallaje más ridículos que se recuerdan desde que la revolución francesa
puso fin al Ancien Régime. Con Mariano la cosa nunca llegó a tanto si atendemos
a las declaraciones explícitas, pero se sobreentendía que era así, y punto
redondo. Él contaba con su Versalles particular, y un leve gesto de fastidio o
un guiño pícaro de ojos en los maitines de su corte de la calle Génova bastaban
para poner fin a un asunto o, por el contrario, relanzarlo al estrellato.
No estamos hoy tan
lejos de las viejas estructuras feudales de poder, como podría suponerse.
Mariano y Florentino se han preocupado mucho menos de la suerte de las
instituciones que presiden, como de afirmar su propia jerarquía, recibir con
magnanimidad los besalamanos y los tributos materiales de sus valvasores, y
cegar con empeño todos los canales que pudieran facilitar una sucesión ordenada
a sus caudillajes personalistas y autoritarios.
Florentino habrá de
devolver 25 millones de euros de una recalificación de terrenos amparada por uno
de los barones de Mariano, el entonces alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, y está
amenazado con la prohibición de fichar jugadores (su ocupación favorita) la
temporada que viene, por presunto quebrantamiento de las normas de la FIFA,
otra institución rigurosamente feudal de nuestra época. En cuanto a Mariano, el
cerco a las tramas corruptas va descabezando a sus colaboradores habituales y a
las personas más cercanas a su restringido círculo de confidentes, primero
Bárcenas, después Rato, ahora la aforada Rita Barberá, acosada por los flashes de
la canallesca en el trayecto entre su casa y la peluquería.
El marianato y el
florentinato han consumido ya su tiempo sobre la tierra, pero se resisten
tozudamente a dejar paso libre a caras nuevas. Todos los sufrimientos que ya han
padecido y los que avizoran parecen preferibles a los dos jerarcas, antes que el
trance horrísono de su desaparición de las primeras planas de los medios. Ese
empecinamiento esforzado de los dos ensombrece con un patetismo particular el Götterdämmerung wagneriano que tal vez
nos espera a todos el próximo mes de junio.