Mariano Rajoy se ha
“mineralizado”, en comentario de un cronista político. No sabe, y sobre todo no
contesta. Sigue “en funciones”, pero no está dispuesto a dar cuentas a nadie
del contenido concreto de esas funciones. Se le supone dispuesto, en coherencia
con toda una larga trayectoria anterior, a comportarse “como Dios manda”, pero
en el pack completo de ese mandato divino cuchicheado a su oído no se incluye
ninguna forma de explicación pública de su conducta.
Quizás el secreto
sea que no está haciendo nada, y por esa razón no tiene nada que contar. Ya no
dispone de un rodillo con el que apisonar a la oposición en el congreso, de
modo que carece de alicientes para presentar aquellas iniciativas legislativas tremendas
que los brazos de madera de su bandería le jaleaban con alboroto mitinero según
la vieja y añorada fórmula chulapa revivida históricamente por Andrea Fabra:
«Que se jodan».
Este ya no es “su”
congreso; alguien se lo ha cambiado después de su última noche electoral
triunfal, el pasado 20D.
Su tesis: puesto
que no cuenta con la confianza de “este” congreso, no tiene por qué dar explicaciones
al mismo. Es un argumento subversivo. Pero sobre todo, es un argumento sin
futuro. Mariano se siente como Custer en Little Big Horn, rodeado de sioux con
rastas o con bebés amorrados al pecho, que le lanzan jabalinas profiriendo
gritos de guerra. Peleado con todos, abandonado de todos, malquerido en su
propio círculo, transita sin honor desde la alta condición de augusto hacia la
de apestado social. Podrá reclamar el puesto de registrador de la propiedad que
tiene legalmente reservado en el escalafón funcionarial, pero es difícil que se
abran ante él otras puertas giratorias: se ha labrado una fama merecida de
perezoso, de inútil para las relaciones sociales y de metepatas. De “cuñao” en
una palabra, la clase de persona que ningún director-gerente querría como
adorno político del consejo de administración de su empresa.
Peridis pinta a
Mariano inmóvil y amortajado en su ataúd, pero confiado en una próxima
resurrección de entre los muertos. Es posible que sea así. Pero mientras sus pisadas
de paquidermo sigan arruinando sin remedio el plantel de ambiciones frescas que
afloran en su partido, no se ve con qué argumentos específicos espera montar la
campaña electoral de sus ya escasos fieles para el próximo junio.
El problema no es
que no cuente con la confianza del parlamento; es que ha perdido también la
confianza de los poderes fácticos, que andan buscándole un sustituto a toda
prisa.