No se puede
reprochar a Pablo Iglesias que haya destituido a su secretario de organización;
no es una decisión desafiantemente imaginativa, pero sí canónica, así en la
nueva política como en la antañona. Ocurre lo mismo en otros campos de la
experiencia. En las novelas policiacas con pedigrí británico que ya solo es
posible conseguir en las librerías de viejo, si el baronet aparece en el
capítulo dos en la biblioteca, tendido en un charco de sangre y con el mango de
un puñal indio asomando por el plastrón de la pechera, las sospechas de los
sabuesos recaen de inmediato en su mayordomo. Entre nosotros, dada la
diferencia de clima y de costumbres, la figura del mayordomo tiene por ausencia
caracteres borrosos y casi mitológicos, pero en la Inglaterra de entreguerras
el mayordomo era el secretario de organización del baronet, con todas sus
consecuencias. Léase al respecto la serie de novelas de P.G. Wodehouse sobre
Bertie Wooster y Jeeves.
Y en el fútbol, ese
terreno institucional tan próximo en muchos aspectos a la política, el puesto
de secretario de organización equivale al de entrenador, y él es, en
consecuencia, quien purga de preferencia en su persona las decepciones de los supporters. En ocasiones el sambenito ha
ido a recaer en otra persona ajena por completo al asunto, como fue el caso de
Iker Casillas, pero se trata de sucesos difícilmente explicables a menos que se
admita la influencia en los asuntos humanos de factores movidos por
inteligencias extraterrestres. Pep Guardiola tiene razón al sostener que ni
siquiera el entrenador más exitoso debe seguir en el banquillo de un equipo más
de tres años seguidos. También un club cuajado de trofeos debe desprenderse
cada cierto tiempo de su entrenador, como Polícrates de su anillo, para no
atraer los celos de los dioses, seres conocidos desde siempre por su carácter
inestable y arbitrario. El entrenador que no se atiene a esa regla de oro será
vergonzosamente despedido apenas iniciada la cuarta temporada, sin comerse los
turrones ni tomarse las uvas. Así le ha pasado este año a Mourinho en el
Chelsea.
Volvamos a Sergio
Pascual, secretario de organización de Podemos. Si han aparecido fisuras y
disfunciones en los mecanismos internos de los círculos madrileños, lo mejor
era apartar a Pascual. No entro, ojo, en la justicia o injusticia de la medida,
porque sobre ese asunto me faltan datos. Pero, como santa Teresa no dijo nunca,
ni falta que hacía porque se trata de una regla conocida desde la noche de los
siglos, en épocas de tribulación lo que se debe hacer inexcusablemente es tirar
de manual. Podrá no haber ninguna mudanza más, pero sí como mínimo la del secretario
de organización. O el entrenador. O el mayordomo. Depende del caso.
Solo se conocen dos
excepciones históricas al funcionamiento invariable de esa regla de oro. La más
reciente es la de sir Alex Ferguson como manager del Manchester United. No solo
tuvo una longevidad sin parangón en el cargo; es que, cuando finalmente se
jubiló, las prestaciones nacionales e internacionales del club cayeron en
picado.
La otra excepción,
más difícil de entender, es la de Aarón. Moisés lo mantuvo a su lado durante
cuarenta años de travesía del desierto, a pesar de que las doce tribus andaban
tan perdidas que dedicaban sus ratos libres a adorar becerros de oro. Aquella
debió de ser la mayor chapuza logística de todos los tiempos. Y sin embargo,
Moisés no solo retuvo su lado al inútil de su cuñado sino que además lo nombró
sumo sacerdote. Lo pagó caro: nunca llegó a pisar la Tierra prometida. Pablo
Iglesias está decidido a que tal cosa no le ocurra a él.