jueves, 24 de marzo de 2016

LA CABEZA DEL SAYÓN


Cuando llega la semana santa, me vuelve el recuerdo de Gabriel y Galán. Las nuevas generaciones han gozado, eso es indiscutible, de ventajas que los de mi quinta nunca tuvimos. No es una de las menores el hecho de que los poemas de don José María hayan quedado más o menos sepultados bajo profundas capas de olvido. En aquel entonces, los dómines nos hacían analizar sintácticamente en clase estrofas de “Mi vaquerillo”. Y todavía dábamos las gracias, porque si el profesor tenía un día atravesado podía colocarnos algo de Quevedo, y aquello sí que era un palo. A ver dónde encuentras el sujeto, el verbo y los complementos en un cuarteto como este: «Mas no desotra parte en la ribera dejaré la memoria en donde ardía, nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa.» Un galimatías.
Mi padre decía que Gabriel y Galán era mal poeta, y yo le creí a pies juntillas, pero una de sus composiciones me produjo una gran impresión. Ocurría durante una procesión de semana santa de pueblo, y un rapaz, en un rapto vandálico de justicia poética, descabezaba de una pedrada al sayón que flagelaba a Jesús. Aquella gamberrada inconcebible recibía toda clase de alabanzas y gorgoritos por parte del poeta: «Cuántas veces he llorado recordando la grandeza de aquel hecho inusitado que una sublime nobleza inspiróle a un pecho honrado.» Por recibir parabienes semejantes me veía yo capaz de volar la cabezota de cartón, no ya de un sayón (fuera ello lo que fuere, en esa cuestión mis ideas no estaban muy claras), sino incluso de un centurión romano con casco y coraza.
Gabriel y Galán era un muermo, conformes. Pero su novedoso punto de vista en relación con las procesiones de semana santa en nuestra torturada geografía patria pondría un punto de originalidad y de emoción a unos festejos que adolecen de una monotonía previsible, por culpa de una rutina secular que ya va quedando desfasada en nuestra trepidante sociedad de consumo.