«¿Quién se cree que
es Puigdemont?», nos preguntó doña Zoraida, visiblemente alterada, a todos los
televidentes; y el corazón me dio un vuelco. “Dios mío, no lo sabe”. Por
ignorar cosas así les niegan los papeles a cientos de inmigrantes de los que
hacen largas colas para examinarse de españolidad en dependencias municipales.
Era inverosímil que la vicepresidenta de España en funciones ignorase quién es
el actual president de la Generalitat de Catalunya, pero yo ya no pongo la mano
en el fuego por nadie. El otro día, Mariano Rajoy declaró que si no había
intervenido antes en el desbarajuste de las cuentas valencianas es porque no
tenía ni idea de lo que ocurría allí. Habida cuenta de que las cuentas eran
públicas y quienes las defraudaban eran de su partido, lo lógico habría sido
acabar semejante confesión de incompetencia poniendo su cargo a disposición de
SM el Rey y de Patxi López. Pero no, ni se le ocurrió. Si le preguntan a
Mariano, probablemente les dirá que Le-Puy-de-Mont es un final de etapa en
cuesta del Tour de Francia.
Doña Zoraida Santamaría sí
sabía quién es Puigdemont, y su indignación procedía del hecho de que se haya
ofrecido a las autoridades europeas para acoger en suelo catalán a unos cientos
de refugiados de la guerra siria. «Sin consultar, sin consensuar nada», se
escandalizaba, obviando el hecho paladino de que su gobierno no ha
consensuado ni las propinas durante los últimos cuatro años de actividad
parlamentaria, y ahora que está en funciones se niega incluso a rendir cuentas de
su actuación a sus señorías, en una arriscada interpretación solipsista de las
normas constitucionales.
Se comprende, sin
embargo, la irritación profunda de doña Santa si prescindimos de tiquismiquis
legalistas y vamos en derechura al fondo de la cuestión; si dejamos entre paréntesis
el problema del fuero y atacamos el huevo en su meollo (en su yema, para llevar
la metáfora hasta el final).
No podemos acoger
refugiados de forma irresponsable. Ni uno siquiera. De sobras nos han advertido
sobre el asunto Monseñor Cañizares y el ministro don Jorge Fernández Díaz: los
refugiados que no son yihadistas confesos, son cuando menos podemitas o
bolivarianos, o ambas cosas. No es viable ni decente instalarlos aquí y encima
a nuestra costa, a pan y manteles. Cornudos y pagar el gasto, nunca. Bastantes
infiltrados tenemos ya en esta antigua piel del toro que otrora fue ejemplar martillo
de herejes y luz de Trento. Hoy los camellos se nos están colando todos los
días en el paraíso pasando tan ricamente por los ojos de nuestras agujas.